Hace muchos años leí un libro del Nobel de economía Gary Becker en el que se incluía un capítulo 5, titulado Economía del sexo. El arranque de dicho capítulo venía a decir algo tal que así: "si es usted el lector tipo de este libro, habrá comenzado a leer por este capítulo, no obstante sería mejor que lo hiciera por el principio". La palabra sexo está en el título de este artículo sólo para llamar la atención y por el paralelismo con la película de Soderbergh (Sexo, mentiras y cintas de vídeo, 1989).

También es para que el lector se haga una idea meridiana de la idea de fondo. La etiqueta dice una cosa, pero el contenido no es exactamente eso. Y en este sentido, el escándalo de las hamburguesas destapado por la OCU es muy similar. La organización de consumidores dice que ninguna de las marcas analizadas supone un peligro para los consumidores, pero que la información de los etiquetados no es correcta en casi todas ellas y que se han encontrado otros tipos de carnes distintas a las anunciadas.

Como he comentado en otras ocasiones, junto con el mercado financiero y el sanitario, el de la alimentación es uno de los que más interrelacionados están con la confianza, hasta el punto que no es arriesgado decir que es ésta es su principal materia prima. El problema de la crisis de las hamburguesas no es que haya riesgo sanitario (que no lo hay), sino que los consumidores se han sentido engañados, que se ha roto su confianza.

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