Afirma Rifkin que todas las revoluciones industriales han estado sustentadas en una fuente de energía revolucionaria. La primera se habría alzado sobre los hombros del carbón y la máquina de vapor. La segunda se habría beneficiado del petróleo y del motor de explosión. La tercera, la que según él estamos viviendo, necesita una energía aún más radical, por lo sostenible de la misma y por el cambio de modelo en la producción que estaimplicaría.
Así, la III Revolución Industrial estaría fundamentada sobre las tecnologías de la comunicación y la información y sobre las energías renovables, siendo la solar una de las más destacadas en los planteamientos de este visionario. Sin embargo, el paso de un modelo de energía basado en grandes obras de ingeniería (presas para la producción hidroeléctrica), o en la construcción de grandes quemadores de combustibles fósiles (centrales térmicas) no termina de cuadrar con el nuevo modelo económico que las TIC están creando. Una de las grandes aportaciones de las TIC e Internet es que estas permiten la “desconcentración” de las actividades. La reducción de los costes de transacción hasta niveles marginales permite que actividades que anteriormente se consideraban intrínsecamente unidas, ahora puedan “trocearse” en unidades de actividad más pequeñas (actividades atómicas).
Antes de seguir, una aclaración. Que las actividades puedan separarse en unidades más pequeñas no implica que se pierdan las ventajas de la dimensión; antes al contrario, son las empresas más grandes las que están en disposición de aprovechar de la mejor manera posible la posibilidad de segmentar los procesos productivos. Ni siquiera supone necesariamente una ventaja para las estructuras urbanas distribuidas, sino que las ventajas geográficas y económicas se distribuirán potencialmente de forma distinta.
En cualquier caso, la producción distribuida, tanto de información como de bienes y servicios, está modificando las formas en las que las personas nos insertamos en el mundo socioeconómico y plantea retos y posibilidades completamente nuevos. Uno de ellos es la economía colaborativa. Otro es la generación de energía eléctrica distribuida.
Hoy, cuando las tecnologías de obtención de energía solar y eólica se pueden adaptar a las necesidades de casi cualquier tamaño de explotación o de hogar y, casi más importante, las tecnologías de almacenamiento están ya a niveles de eficiencia que los hacen rentables a escalas pequeñas, no tiene ningún sentido que nuestra estructura de producción energética siga manteniendo un esquema de red con grandes puntos nodales de generación que distribuyen a una infinidad de pequeños, medianos y grandes consumidores. Un país como España puede y debe aprovechar al máximo las oportunidades que le ofrece su clima para obtener energía barata y limpia. Nuestra red de pocos grandes nodos de producción y muchos de consumo debería mutar a otra de múltiples nodos de producción y consumo. Las redes de distribución entonces deberían especializarse en arbitrar entre las producciones y las demandas de consumo a lo largo del tiempo y del espacio, cosa que hoy en día se puede hacer sin problemas tecnológicos insalvables.
No tiene sentido que sigamos protegiendo un esquema obsoleto. Sería absurdo que una vez que estamos logrando liberarnos de las hipotecas del carbón en nuestro sistema eléctrico, nos echáramos el cargo de un oligopolio que se resiste a cambiar.
En un modelo de generación distribuida, el papel de las explotaciones agrarias podría ser muy relevante. No solo porque su dispersión por el territorio multiplica las posibilidades de producción constante, facilitando el ajuste entre oferta y necesidades. También porque esta producción, o el excedente de la misma, podría suponer una nueva fuente de rentas para los agricultores o, en el más desfavorable de los casos, un ahorro de costes en una actividad cada vez más intensiva en el consumo de energía (motores, sistemas de riego, equipos de abonado, robotización y/o información, etc.). Muchas de nuestras explotaciones disponen de espacios apropiados para la obtención de energía, bien solar, bien eólica, bien de origen biológico, y la disponibilidad de baterías de almacenamiento a precios cada vez más razonables hace posible en muchas de ellas tanto el autoabastecimiento como la producción para cesión a la red.
En realidad, no hace falta mucho para que el cambio que señalamos se produzca. Se trata de modificar una legislación obsoleta y que las empresas de generación se convenzan de que el su futuro pasa por la organización de la red distribuida y su explotación. No harían falta incentivos, ni siquiera. Bastaría con eliminar las barreras que hoy existen para el despliegue de este modelo desde el punto de vista de los potenciales microgeneradores (peaje de respaldo). Los agentes individuales enseguida verían las ventajas de este nuevo sistema.
En esencia, en un esquema como el propuesto, agricultores y ganaderos seguirían haciendo su función, aunque ampliándola. Hasta hoy convierten energía solar en energía digerible por los humanos; pasarían a ser convertidores universales de energía solar.
Afirma Rifkin que todas las revoluciones industriales han estado sustentadas en una fuente de energía revolucionaria. La primera se habría alzado sobre los hombros del carbón y la máquina de vapor. La segunda se habría beneficiado del petróleo y del motor de explosión. La tercera, la que según él estamos viviendo, necesita una energía aún más radical, por lo sostenible de la misma y por el cambio de modelo en la producción que estaimplicaría.
Así, la III Revolución Industrial estaría fundamentada sobre las tecnologías de la comunicación y la información y sobre las energías renovables, siendo la solar una de las más destacadas en los planteamientos de este visionario. Sin embargo, el paso de un modelo de energía basado en grandes obras de ingeniería (presas para la producción hidroeléctrica), o en la construcción de grandes quemadores de combustibles fósiles (centrales térmicas) no termina de cuadrar con el nuevo modelo económico que las TIC están creando. Una de las grandes aportaciones de las TIC e Internet es que estas permiten la “desconcentración” de las actividades. La reducción de los costes de transacción hasta niveles marginales permite que actividades que anteriormente se consideraban intrínsecamente unidas, ahora puedan “trocearse” en unidades de actividad más pequeñas (actividades atómicas).
Antes de seguir, una aclaración. Que las actividades puedan separarse en unidades más pequeñas no implica que se pierdan las ventajas de la dimensión; antes al contrario, son las empresas más grandes las que están en disposición de aprovechar de la mejor manera posible la posibilidad de segmentar los procesos productivos. Ni siquiera supone necesariamente una ventaja para las estructuras urbanas distribuidas, sino que las ventajas geográficas y económicas se distribuirán potencialmente de forma distinta.
En cualquier caso, la producción distribuida, tanto de información como de bienes y servicios, está modificando las formas en las que las personas nos insertamos en el mundo socioeconómico y plantea retos y posibilidades completamente nuevos. Uno de ellos es la economía colaborativa. Otro es la generación de energía eléctrica distribuida.
Hoy, cuando las tecnologías de obtención de energía solar y eólica se pueden adaptar a las necesidades de casi cualquier tamaño de explotación o de hogar y, casi más importante, las tecnologías de almacenamiento están ya a niveles de eficiencia que los hacen rentables a escalas pequeñas, no tiene ningún sentido que nuestra estructura de producción energética siga manteniendo un esquema de red con grandes puntos nodales de generación que distribuyen a una infinidad de pequeños, medianos y grandes consumidores. Un país como España puede y debe aprovechar al máximo las oportunidades que le ofrece su clima para obtener energía barata y limpia. Nuestra red de pocos grandes nodos de producción y muchos de consumo debería mutar a otra de múltiples nodos de producción y consumo. Las redes de distribución entonces deberían especializarse en arbitrar entre las producciones y las demandas de consumo a lo largo del tiempo y del espacio, cosa que hoy en día se puede hacer sin problemas tecnológicos insalvables.
No tiene sentido que sigamos protegiendo un esquema obsoleto. Sería absurdo que una vez que estamos logrando liberarnos de las hipotecas del carbón en nuestro sistema eléctrico, nos echáramos el cargo de un oligopolio que se resiste a cambiar.
En un modelo de generación distribuida, el papel de las explotaciones agrarias podría ser muy relevante. No solo porque su dispersión por el territorio multiplica las posibilidades de producción constante, facilitando el ajuste entre oferta y necesidades. También porque esta producción, o el excedente de la misma, podría suponer una nueva fuente de rentas para los agricultores o, en el más desfavorable de los casos, un ahorro de costes en una actividad cada vez más intensiva en el consumo de energía (motores, sistemas de riego, equipos de abonado, robotización y/o información, etc.). Muchas de nuestras explotaciones disponen de espacios apropiados para la obtención de energía, bien solar, bien eólica, bien de origen biológico, y la disponibilidad de baterías de almacenamiento a precios cada vez más razonables hace posible en muchas de ellas tanto el autoabastecimiento como la producción para cesión a la red.
En realidad, no hace falta mucho para que el cambio que señalamos se produzca. Se trata de modificar una legislación obsoleta y que las empresas de generación se convenzan de que el su futuro pasa por la organización de la red distribuida y su explotación. No harían falta incentivos, ni siquiera. Bastaría con eliminar las barreras que hoy existen para el despliegue de este modelo desde el punto de vista de los potenciales microgeneradores (peaje de respaldo). Los agentes individuales enseguida verían las ventajas de este nuevo sistema.
En esencia, en un esquema como el propuesto, agricultores y ganaderos seguirían haciendo su función, aunque ampliándola. Hasta hoy convierten energía solar en energía digerible por los humanos; pasarían a ser convertidores universales de energía solar.