Hace unas semanas, el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU publicaba un informe sobre tendencias esperadas en el mundo en el horizonte 2030. Un trabajo realizado sobre una amplia base de datos e informaciones, desde las demográficas a las económicas, pasando por las medioambientales y (por supuesto climatológicas). Hace ya muchos años que aprendí que las tendencias en la vida real no suelen ser lineales y que, por supuesto, la existencia de unos fenómenos en el pasado sea garantía de su vigencia en el futuro. Y, mucho menos, en lo que a economía se refiere. Por eso, cuando veo esos gráficos que prolongan el crecimiento del PIB de China y de EEUU para ver en qué año se cruzarán no puedo por menos que acordarme de ejercicios similares que se realizaban en los 80 respecto a Japón.
En cualquier caso, también es verdad que estos ejercicios permiten tomar conciencia de los riesgos y beneficios potenciales a los que nos enfrentamos y nos ayudan a tomar decisiones en el presente para acercarnos a los escenarios deseados o más deseables. Es el mismo principio de la Dirección Estratégica. En este estudio, que está disponible en Internet, se plantean 4 grandes macrotendencias de aquí a 2030. Enunciadas en corto serían:
Empoderamiento individual.
Difusión del poder mundial.
Envejecimiento, urbanización y migraciones.
Nexo entre energía, alimentos y agua.
Desde el punto de vista del mercado mundial agroalimentario, estas 4 tendencias tendrían una honda repercusión.
El aumento del poder personal, derivado del acceso a las tecnologías de la información, significará un reforzamiento del papel de los consumidores en la cadena de distribución alimentaria, no sólo como meros decisores de qué termina en el carro de la compra y qué se queda en el lineal. Cuestiones como la responsabilidad social o medioambiental se seguirán sumando a las exigencias de estos consumidores interconectados que tenderán a convertirse a través de las redes en conversadores bidireccionales de las marcas, productores y distribuidores. Será una necesidad de cualquier empresa de la cadena, la gestión de estas relaciones, potencialmente complejas, pero también posibilitadoras de la obtención de ventajas competitivas relacionadas con la reputación y el trato directo de las empresas. Por otro lado, no cubrir ese frente no significará quedar al margen de ese mundo bidireccional, como hace poco se puso de manifiesto en España con Mercadona y su falta de compromiso con el banco de alimentos de Valencia (enlace a un estupendo post en el que se explica el caso).
La difusión del poder mundial hace referencia a un mundo multipolar, alejado de los esquemas unipolares o bipolares que han protagonizado la historia de la humanidad en los últimos siglos. A EEUU se le asigna un papel cada vez menos preponderante, ante el surgimiento de “nuevos poderes”. En realidad, ésta es una tendencia actual que se prolongaría y potenciaría en el futuro próximo. Los cambios de liderazgo globales podrían conllevar también cambios en los valores de las sociedades, cambios que obviamente tendrían reflejo sobre los comportamientos de los ciudadanos (amplificándose el efecto por la tendencia anterior) y en sus pautas de consumo. Al mismo tiempo, un mundo de poderes compartidos podría significar un lugar más incierto, sobre todo si ponemos en conexión el resto de macrotendencias. Es posible que en un mundo con más población, mejor informado y con acceso a tecnologías de comunicación masiva, los conflictos muten y reviertan a un estado cercano al mercantilismo, con luchas por la obtención de los recursos básicos. En este orden de cosas, entiendo que sería lógico esperar el surgimiento de políticas de soberanía alimentaria (y del resto de recursos) que serían bien vistas por los ciudadanos-votantes.
Las tendencias poblacionales implicarían una pérdida de pulso económico en las sociedades más envejecidas (particularmente Europa Occidental y Japón), por lo que veríamos a las empresas de estos países lanzándose desesperadamente a la conquista de los mercados con mayor potencial de crecimiento (Asia y África). La tendencia a la urbanización (se calcula que en 2007 la población urbana superó, por primera vez en la historia del Mundo, a la rural) implicará una pérdida potencial de mano de obra en el campo y su consecuente sustitución por bienes de capital, disminuyendo por tanto el peso de los costes de mano de obra en las producciones agrarias con las implicaciones que ello podría tener en el mapa de la competitividad agrícola mundial.
Finalmente, se profundizaría el nexo entre recursos energéticos y alimentos y entre éstos y el agua. No es extraño pensar en enfrentamientos por el acceso al agua potable. El crecimiento de la población mundial va a generar un aumento de la demanda de alimentos, agua y energía, por lo que es muy probable que estos recursos se encarezcan (también es posible que se abaraten temporalmente si hay innovaciones tecnológicas que aumenten la productividad o eleven las producciones potenciales, como en el caso del fracking y el petróleo). Es en este escenario en el que tomarían forma las políticas de garantía soberana y los enfrentamientos por recursos. Posiblemente, si queremos evitar esos enfrentamientos, los países (actuales y futuros) tendrán que llegar a acuerdos de contención o expansión contenida, para garantizar que las nuevas clases medias surgidas en los países emergentes tengan acceso a dotaciones de bienes y servicios similares a las de los países industrializados de primera generación.
Alguno de nuestros clásicos cerraría la cuestión con un “largo me lo fiáis” o en plan más castizo “en cien años todos calvos”, pero es incuestionable que el futuro siempre llega y que no está de más pensar en él de vez en cuando, para que los cambios que puedan venir no nos pillen a contrapié, o al menos alguno de ellos.
Hace unas semanas, el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU publicaba un informe sobre tendencias esperadas en el mundo en el horizonte 2030. Un trabajo realizado sobre una amplia base de datos e informaciones, desde las demográficas a las económicas, pasando por las medioambientales y (por supuesto climatológicas). Hace ya muchos años que aprendí que las tendencias en la vida real no suelen ser lineales y que, por supuesto, la existencia de unos fenómenos en el pasado sea garantía de su vigencia en el futuro. Y, mucho menos, en lo que a economía se refiere. Por eso, cuando veo esos gráficos que prolongan el crecimiento del PIB de China y de EEUU para ver en qué año se cruzarán no puedo por menos que acordarme de ejercicios similares que se realizaban en los 80 respecto a Japón.
En cualquier caso, también es verdad que estos ejercicios permiten tomar conciencia de los riesgos y beneficios potenciales a los que nos enfrentamos y nos ayudan a tomar decisiones en el presente para acercarnos a los escenarios deseados o más deseables. Es el mismo principio de la Dirección Estratégica. En este estudio, que está disponible en Internet, se plantean 4 grandes macrotendencias de aquí a 2030. Enunciadas en corto serían:
Desde el punto de vista del mercado mundial agroalimentario, estas 4 tendencias tendrían una honda repercusión.
El aumento del poder personal, derivado del acceso a las tecnologías de la información, significará un reforzamiento del papel de los consumidores en la cadena de distribución alimentaria, no sólo como meros decisores de qué termina en el carro de la compra y qué se queda en el lineal. Cuestiones como la responsabilidad social o medioambiental se seguirán sumando a las exigencias de estos consumidores interconectados que tenderán a convertirse a través de las redes en conversadores bidireccionales de las marcas, productores y distribuidores. Será una necesidad de cualquier empresa de la cadena, la gestión de estas relaciones, potencialmente complejas, pero también posibilitadoras de la obtención de ventajas competitivas relacionadas con la reputación y el trato directo de las empresas. Por otro lado, no cubrir ese frente no significará quedar al margen de ese mundo bidireccional, como hace poco se puso de manifiesto en España con Mercadona y su falta de compromiso con el banco de alimentos de Valencia (enlace a un estupendo post en el que se explica el caso).
La difusión del poder mundial hace referencia a un mundo multipolar, alejado de los esquemas unipolares o bipolares que han protagonizado la historia de la humanidad en los últimos siglos. A EEUU se le asigna un papel cada vez menos preponderante, ante el surgimiento de “nuevos poderes”. En realidad, ésta es una tendencia actual que se prolongaría y potenciaría en el futuro próximo. Los cambios de liderazgo globales podrían conllevar también cambios en los valores de las sociedades, cambios que obviamente tendrían reflejo sobre los comportamientos de los ciudadanos (amplificándose el efecto por la tendencia anterior) y en sus pautas de consumo. Al mismo tiempo, un mundo de poderes compartidos podría significar un lugar más incierto, sobre todo si ponemos en conexión el resto de macrotendencias. Es posible que en un mundo con más población, mejor informado y con acceso a tecnologías de comunicación masiva, los conflictos muten y reviertan a un estado cercano al mercantilismo, con luchas por la obtención de los recursos básicos. En este orden de cosas, entiendo que sería lógico esperar el surgimiento de políticas de soberanía alimentaria (y del resto de recursos) que serían bien vistas por los ciudadanos-votantes.
Las tendencias poblacionales implicarían una pérdida de pulso económico en las sociedades más envejecidas (particularmente Europa Occidental y Japón), por lo que veríamos a las empresas de estos países lanzándose desesperadamente a la conquista de los mercados con mayor potencial de crecimiento (Asia y África). La tendencia a la urbanización (se calcula que en 2007 la población urbana superó, por primera vez en la historia del Mundo, a la rural) implicará una pérdida potencial de mano de obra en el campo y su consecuente sustitución por bienes de capital, disminuyendo por tanto el peso de los costes de mano de obra en las producciones agrarias con las implicaciones que ello podría tener en el mapa de la competitividad agrícola mundial.
Finalmente, se profundizaría el nexo entre recursos energéticos y alimentos y entre éstos y el agua. No es extraño pensar en enfrentamientos por el acceso al agua potable. El crecimiento de la población mundial va a generar un aumento de la demanda de alimentos, agua y energía, por lo que es muy probable que estos recursos se encarezcan (también es posible que se abaraten temporalmente si hay innovaciones tecnológicas que aumenten la productividad o eleven las producciones potenciales, como en el caso del fracking y el petróleo). Es en este escenario en el que tomarían forma las políticas de garantía soberana y los enfrentamientos por recursos. Posiblemente, si queremos evitar esos enfrentamientos, los países (actuales y futuros) tendrán que llegar a acuerdos de contención o expansión contenida, para garantizar que las nuevas clases medias surgidas en los países emergentes tengan acceso a dotaciones de bienes y servicios similares a las de los países industrializados de primera generación.
Alguno de nuestros clásicos cerraría la cuestión con un “largo me lo fiáis” o en plan más castizo “en cien años todos calvos”, pero es incuestionable que el futuro siempre llega y que no está de más pensar en él de vez en cuando, para que los cambios que puedan venir no nos pillen a contrapié, o al menos alguno de ellos.