Hace unos días, mi vecino de aquí al lado, comentaba el caso de las cooperativas de consumo. Al hilo de ello, y enlazando con una de las iniciativas por las que más hemos apostado este año desde la Fundación Cajamar: La Escuela de Consejeros Cooperativos.

La fórmula cooperativa tiene especial sentido en el sector agrario, ya que favorece la concentración de una oferta casi siembre muy disgregada, y aporta herramientas para la mejora de los costes de producción. La mayor parte de las cooperativas agrarias de este país comercializan y compran insumos de forma conjunta. La lógica de este comportamiento es evidente: intentar mejorar los ingresos y disminuir los costes por la vía de los precios.

Este modelo no es único de España, en realidad está ampliamente representado en toda Europa. Sin embargo, hay evidentes y llamativas diferencias entre países. Grosso modo, los países del norte presentan un mayor porcentaje de producción cooperativizada y dimensiones que en ocasiones llegan a ser multinacionales, mientras que los países del sur presentan una gran atomización (Véase este interesante libro de Juliá et al. al respecto). Y digo que estas diferencias son muy llamativas sobre todo si tenemos en cuenta que el mercado agrario europeo funciona bajo la misma política común (al menos, de momento) y que las tendencias de la globalización y del aumento del poder en la cadena de valor de la Gran Distribución son generales. Si el entorno es similar, ¿por qué los ritmos de concentración cooperativa avanzan a ritmos tan dispares en unos países y otros? Es cierto que hay puntos de partida diversos, que las culturas son diferentes (aunque no tanto) y que los avances de la Gran Distribución en el mercado minorista alimentario también han sido dispares. Sin embargo, el pertinaz empeño español en las pequeñas cooperativas y el alto volumen de fracasos en las fusiones nos hace plantearnos algunas otras razones. El libro mencionado de Juliá adelanta, en línea con las tesis de Acemoglu y Robinson un fuerte componente institucional, que prima la intervención de la Administración en los procesos económicos y la complejidad del entramado legal. Otra es, sin duda, las personas.

Es en este apartado donde pensamos que hay mucho trabajo por hacer. Y, además, un trabajo muy grato, todo hay que decirlo. En un mundo cada vez más complejo es necesario favorecer la calidad media de las decisiones gerenciales y, sobre todo, estratégicas. Y el ámbito en el que deberían definirse esas estrategias, ese pensamiento proyectado hacia el futuro, es el consejo rector de la cooperativa.  Tras una década de experiencia en lo que denominábamos "Cursos a Consejos Rectores", hemos querido dar un salto de nivel. Creemos haber dado con una fórmula que permite un aprovechamiento máximo de los cursos, con unos módulos centrales que tratan cuestiones básicas: responsabilidad de los consejeros y cooperativismo, análisis de cuentas y balances, planificación estratéica y mercado agroalimentario mundial (Veánse algunos de los materiales docentes).

La idea que subyace es la de fomentar el conocimiento de la realidad más allás de las explotaciones, del municipio o de la comarca. Que los miembros de los consejos rectores tomen conciencia de la importancia y trascendencia de sus decisiones y de la necesidad de diseñar estrategias de futuro. No se trata de una formación de alta dirección al uso, no es nuestro objetivo competir con las escuelas de negocio, pero sí que pretende convertirse en una semilla que fomente la profesionalización y especialización de la gestión en nuestras cooperativas agrarias.

En resumen, y dando respuesta a la pregunta con la que se titula este post, una Escuela de Consejeros Cooperativos para colaborar en la mejora y subsistencia de este modelo en el futuro de la agricultura española.

 

Para seguir a la Escuela en Twitter: @consejeroscoop