Lo que sigue es un estracto del artículo que se ha publicado por Cajamar, dentro de su colección de sostenibilidad: "La sostenibilidad de la agricultura española" y que puede descargarse completo AQUÍ.
El paradigma reinante hasta no hace demasiado tiempo juzgaba a la naturaleza como un elemento pasivo del proceso económico, tan sólo se concebía como un ente prácticamente inerte del que obtener recursos y en el que depositar los residuos resultado de los procesos de producción, distribución y consumo. Sin embargo, el paulatino deterioro de los ecosistemas y los cada vez más perceptibles efectos del cambio climático, han provocado que la economía comience a mirar a la naturaleza como algo más que una variable estática. El foco sobre el mercado, que ha caracterizado el pensamiento económico con más o menos intensidad desde Adam Smith, está trasladándose levemente hacia otros aspectos. Si bien es cierto que este foco mantiene diferentes grados de acercamiento, que van desde la economía ambiental, en la que los intentos se concentran en incorporar la naturaleza al mercado, calculando valores y asignando precios a los servicios ambientales; hasta la bioeconomía en la que se plantea una incorporación de los procesos sociales y económicos a los ecosistemas.
En cualquier caso, lo que está quedando claramente de manifiesto desde cualquiera de las aproximaciones que estamos llevando a cabo es que la naturaleza es mucho más compleja de lo que los economistas solíamos reconocer, y que sus procesos se nos tienden a perder detrás de las series históricas de datos y los modelos econométricos con los que nos sentimos reconfortados, y en los que nuestra ciencia busca asimilarse a la física de los desarrollos matemáticos: elegante, aséptica y objetiva. Tendemos a olvidar que cualquier modelo es, por definición, una simplificación de la realidad y que, en ocasiones, esa simplificación no incorpora procesos importantes en el largo plazo, porque simplemente nos resulten desconocidos o porque sus efectos no se dejen ver sino en períodos de tiempo geológico.
Como acabamos de comentar, afortunadamente hoy la idea dominante comienza a ser la del proceso sistémico, en el que caben establecerse relaciones entre los ámbitos económico, social y medioambiental a diversos niveles, y en el que existen procesos de retroalimentación o umbrales de tolerancia que, una vez traspasados, modifican las condiciones de un nuevo equilibrio, o marcan el inicio de procesos de imposible control. En este sentido, el desarrollo de la dinámica de sistemas y una creciente comprensión de los procesos naturales, están impactando en la economía, en cuya literatura ya es posible encontrar conceptos como umbral, capacidad de carga, inercia o resiliencia, los primeros provenientes de la ciencia ecológica y el último de la psicología. No obstante, la visión preponderante aún mantiene una perspectiva prometeica del papel del ser humano en la naturaleza y cae en la trampa dialéctica de considerar a la tecnología como la solución de cualquier problema que pudiera surgir en el futuro. Es obvio que el papel de la tecnología para, por ejemplo, haber evitado de momento una crisis malthusiana ha sido primordial, pero también es cierto que la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos como especie para nuestra supervivencia se complican a la vez que se van haciendo globales y que las inercias y los cambios en los ecosistemas pueden tener consecuencias impredecibles o, lo que es peor, fuera del alcance tanto en forma como en tiempo de nuestros conocimientos.
Es posible que las anteriores líneas tengan un tono melancólico, demasiado parecido a la resignación, pero nada más lejos. El primer paso para resolver un problema es ser consciente del mismo. Y, tanto desde el punto de vista de la política como desde el de la ciencia económica, se es cada vez más consciente de nuestra continua aproximación a la capacidad de carga de nuestro ecosistema Tierra (Gaia), y nos estamos armando con un creciente arsenal de ideas y herramientas que deben contribuir a la resolución de este aparente nudo gordiano de la elección entre crecimiento y desarrollo.
Y la primera idea con la que contamos en precisamente con una que, como demostración de la esquizofrenia que nos produce situarnos ante la existencia de un límite material, es un oxímoron: el desarrollo sostenible. Entendido como lo hacen la mayor parte de los autores, este concepto pone el énfasis en la solidaridad intergeneracional, enfrentándose abiertamente con la idea tan humana de la preferencia por la liquidez. Nótese que mientras el primero nos anima a tener en cuenta las necesidades de las generaciones futuras, el segundo tiende a minusvalorarlas a favor de las actuales (las que toman la decisión).
El papel protagonista de la agricultura en la posible ecuación de un nuevo equilibrio es evidente. No sólo se trata del sector que provee el alimento a la población, sino que con el tiempo se le han ido asignando nuevas responsabilidades, como el mantenimiento de los ecosistemas agrarios y de los servicios públicos que estos procuran, y que es uno de los sectores que mayor impacto tienen sobre el medio ambiente (no en vano es uno de los principales motores del cambio en los suelos del planeta, o el principal consumidor de agua dulce). La agricultura por tanto, estará a buen seguro a ambos lados de la igualdad, siendo a la vez parte del problema y de la solución. Como señalan desde un principio Reig y Gómez-Limón en estas mismas páginas, el sector agrario se enfrenta a un triple desafío: “debe responder al rápido crecimiento de la demanda de alimentos, debe hacerlo de tal forma que asegure una continua reducción de la parte de la población mundial que padece subnutrición, y además debe crecer sin dañar la base de recursos naturales sobre la que se sustenta su capacidad de producción futura”.
Los planteamientos agrarios también han ido modificándose con el tiempo. Desde una perspectiva muy productivista, hija de la revolución verde, hemos pasado a un momento actual en el que la preocupación por la contaminación y la propia sostenibilidad en el tiempo de los cultivos nos están acercando a manejos integrados, mucho más biomiméticos que los anteriores. La agricultura se está convirtiendo también en uno de los campos en los que las innovaciones biotecnológicas están llamadas a tener un mayor impacto. La secuenciación de los genomas de la mayoría de las especies ganaderas y vegetales aprovechadas por la humanidad está ya finalizada o en proceso. Simplemente el acortamiento y abaratamiento de los procesos de mejora que eso supone es ya una pequeña revolución, puesto que posibilita un acelerado ajuste entre los cambios futuros en los gustos de la demanda y la oferta. Sin embargo, la entrada del agro en territorios de frontera tiene también efectos secundarios, como son el conflicto generado alrededor de los organismos genéticamente modificados y las consecuencias ambientales, sociales y jurídicas que tiene el uso de los mismos. Un conflicto que se adereza con un agudo proceso de concentración empresarial en el sector de las semillas y los agroquímicos. Esta situación incidirá negativamente, con toda seguridad, en debate y en la adopción de
La historia es un proceso en continua construcción. Las decisiones de esta generación configurarán en gran medida las posibilidades de bienestar y desarrollo de la próxima. Nuestro poder de influencia sobre el entorno natural nunca había sido tan grande (y es muy posible que siga creciendo en las próximas décadas), por lo que desde el punto de vista de la ética, deberíamos encauzar nuestra senda hacia la sostenibilidad, que es lo mismo que decir, hacia la supervivencia como especie).
Lo que sigue es un estracto del artículo que se ha publicado por Cajamar, dentro de su colección de sostenibilidad: "La sostenibilidad de la agricultura española" y que puede descargarse completo AQUÍ.
El paradigma reinante hasta no hace demasiado tiempo juzgaba a la naturaleza como un elemento pasivo del proceso económico, tan sólo se concebía como un ente prácticamente inerte del que obtener recursos y en el que depositar los residuos resultado de los procesos de producción, distribución y consumo. Sin embargo, el paulatino deterioro de los ecosistemas y los cada vez más perceptibles efectos del cambio climático, han provocado que la economía comience a mirar a la naturaleza como algo más que una variable estática. El foco sobre el mercado, que ha caracterizado el pensamiento económico con más o menos intensidad desde Adam Smith, está trasladándose levemente hacia otros aspectos. Si bien es cierto que este foco mantiene diferentes grados de acercamiento, que van desde la economía ambiental, en la que los intentos se concentran en incorporar la naturaleza al mercado, calculando valores y asignando precios a los servicios ambientales; hasta la bioeconomía en la que se plantea una incorporación de los procesos sociales y económicos a los ecosistemas.
En cualquier caso, lo que está quedando claramente de manifiesto desde cualquiera de las aproximaciones que estamos llevando a cabo es que la naturaleza es mucho más compleja de lo que los economistas solíamos reconocer, y que sus procesos se nos tienden a perder detrás de las series históricas de datos y los modelos econométricos con los que nos sentimos reconfortados, y en los que nuestra ciencia busca asimilarse a la física de los desarrollos matemáticos: elegante, aséptica y objetiva. Tendemos a olvidar que cualquier modelo es, por definición, una simplificación de la realidad y que, en ocasiones, esa simplificación no incorpora procesos importantes en el largo plazo, porque simplemente nos resulten desconocidos o porque sus efectos no se dejen ver sino en períodos de tiempo geológico.
Como acabamos de comentar, afortunadamente hoy la idea dominante comienza a ser la del proceso sistémico, en el que caben establecerse relaciones entre los ámbitos económico, social y medioambiental a diversos niveles, y en el que existen procesos de retroalimentación o umbrales de tolerancia que, una vez traspasados, modifican las condiciones de un nuevo equilibrio, o marcan el inicio de procesos de imposible control. En este sentido, el desarrollo de la dinámica de sistemas y una creciente comprensión de los procesos naturales, están impactando en la economía, en cuya literatura ya es posible encontrar conceptos como umbral, capacidad de carga, inercia o resiliencia, los primeros provenientes de la ciencia ecológica y el último de la psicología. No obstante, la visión preponderante aún mantiene una perspectiva prometeica del papel del ser humano en la naturaleza y cae en la trampa dialéctica de considerar a la tecnología como la solución de cualquier problema que pudiera surgir en el futuro. Es obvio que el papel de la tecnología para, por ejemplo, haber evitado de momento una crisis malthusiana ha sido primordial, pero también es cierto que la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos como especie para nuestra supervivencia se complican a la vez que se van haciendo globales y que las inercias y los cambios en los ecosistemas pueden tener consecuencias impredecibles o, lo que es peor, fuera del alcance tanto en forma como en tiempo de nuestros conocimientos.
Es posible que las anteriores líneas tengan un tono melancólico, demasiado parecido a la resignación, pero nada más lejos. El primer paso para resolver un problema es ser consciente del mismo. Y, tanto desde el punto de vista de la política como desde el de la ciencia económica, se es cada vez más consciente de nuestra continua aproximación a la capacidad de carga de nuestro ecosistema Tierra (Gaia), y nos estamos armando con un creciente arsenal de ideas y herramientas que deben contribuir a la resolución de este aparente nudo gordiano de la elección entre crecimiento y desarrollo.
Y la primera idea con la que contamos en precisamente con una que, como demostración de la esquizofrenia que nos produce situarnos ante la existencia de un límite material, es un oxímoron: el desarrollo sostenible. Entendido como lo hacen la mayor parte de los autores, este concepto pone el énfasis en la solidaridad intergeneracional, enfrentándose abiertamente con la idea tan humana de la preferencia por la liquidez. Nótese que mientras el primero nos anima a tener en cuenta las necesidades de las generaciones futuras, el segundo tiende a minusvalorarlas a favor de las actuales (las que toman la decisión).
El papel protagonista de la agricultura en la posible ecuación de un nuevo equilibrio es evidente. No sólo se trata del sector que provee el alimento a la población, sino que con el tiempo se le han ido asignando nuevas responsabilidades, como el mantenimiento de los ecosistemas agrarios y de los servicios públicos que estos procuran, y que es uno de los sectores que mayor impacto tienen sobre el medio ambiente (no en vano es uno de los principales motores del cambio en los suelos del planeta, o el principal consumidor de agua dulce). La agricultura por tanto, estará a buen seguro a ambos lados de la igualdad, siendo a la vez parte del problema y de la solución. Como señalan desde un principio Reig y Gómez-Limón en estas mismas páginas, el sector agrario se enfrenta a un triple desafío: “debe responder al rápido crecimiento de la demanda de alimentos, debe hacerlo de tal forma que asegure una continua reducción de la parte de la población mundial que padece subnutrición, y además debe crecer sin dañar la base de recursos naturales sobre la que se sustenta su capacidad de producción futura”.
Los planteamientos agrarios también han ido modificándose con el tiempo. Desde una perspectiva muy productivista, hija de la revolución verde, hemos pasado a un momento actual en el que la preocupación por la contaminación y la propia sostenibilidad en el tiempo de los cultivos nos están acercando a manejos integrados, mucho más biomiméticos que los anteriores. La agricultura se está convirtiendo también en uno de los campos en los que las innovaciones biotecnológicas están llamadas a tener un mayor impacto. La secuenciación de los genomas de la mayoría de las especies ganaderas y vegetales aprovechadas por la humanidad está ya finalizada o en proceso. Simplemente el acortamiento y abaratamiento de los procesos de mejora que eso supone es ya una pequeña revolución, puesto que posibilita un acelerado ajuste entre los cambios futuros en los gustos de la demanda y la oferta. Sin embargo, la entrada del agro en territorios de frontera tiene también efectos secundarios, como son el conflicto generado alrededor de los organismos genéticamente modificados y las consecuencias ambientales, sociales y jurídicas que tiene el uso de los mismos. Un conflicto que se adereza con un agudo proceso de concentración empresarial en el sector de las semillas y los agroquímicos. Esta situación incidirá negativamente, con toda seguridad, en debate y en la adopción de
La historia es un proceso en continua construcción. Las decisiones de esta generación configurarán en gran medida las posibilidades de bienestar y desarrollo de la próxima. Nuestro poder de influencia sobre el entorno natural nunca había sido tan grande (y es muy posible que siga creciendo en las próximas décadas), por lo que desde el punto de vista de la ética, deberíamos encauzar nuestra senda hacia la sostenibilidad, que es lo mismo que decir, hacia la supervivencia como especie).