Ayer se hicieron entrega de los premios del cine español, los Goya. El cine es un servicio de consumo que devino en arte, o viceversa. Lo cierto es que a lo largo del siglo XX dio lugar a una importante industria mundial, cuyo principal exponente se produjo en EEUU con una ciudad que hoy es sinónimo de cine: Hollywood.
Aunque este negocio ha pasado por muchas fases y hoy se encuentra en una situación de reestructuración (por la irrupción de Internet y la progresiva domiciliación del consumo), sigue siendo importante en nuestras vidas, tanto que seguro que la retransmisión de anoche fue uno de los programas más vistos del día. Y es importante porque nos toca en lo más profundo de nuestro yo animal: las emociones.
Y aquí es dónde la alimentación se hermana con el cine. La cocina convierte a los alimentos en una fuente de emociones. Los sabores, los olores, los platos interpelan a nuestros sentidos: el tacto, el gusto, el olfato y la vista. Y ponen en marcha el cerebro, asociando esas emociones a los recuerdos.
Sin embargo, hay una diferencia sustancial. Las malas películas producen insatisfacción en el momento, y no suelen interferir en decisiones de visionado futuras, pues el consumidor percibe cada película como un producto completamente diferente, incluso aunque se trate de un remake. Pero, las malas experiencias culinarias pueden tener efectos directos sobre la salud y pueden inducir a efectos permanentes en los patrones.
Ya sé que me pongo muy pesado con la importancia de la confianza en el sistema agroalimentario, pero es que tras una alerta alimentaria, el 11% de los consumidores modifica sus hábitos, y eso es mucho, sobre todo cuando estamos enfocando mercados de nicho. Tal vez habría que imaginarse desde el sector que se está produciendo una película distinta en cada partida de producto que se genera, ya sea ganadero o agrícola, y en cada película hay que mantener el interés del público, no vaya a ser que les decepcionemos y prefieran visionar otros directores.
Ayer se hicieron entrega de los premios del cine español, los Goya. El cine es un servicio de consumo que devino en arte, o viceversa. Lo cierto es que a lo largo del siglo XX dio lugar a una importante industria mundial, cuyo principal exponente se produjo en EEUU con una ciudad que hoy es sinónimo de cine: Hollywood.
Aunque este negocio ha pasado por muchas fases y hoy se encuentra en una situación de reestructuración (por la irrupción de Internet y la progresiva domiciliación del consumo), sigue siendo importante en nuestras vidas, tanto que seguro que la retransmisión de anoche fue uno de los programas más vistos del día. Y es importante porque nos toca en lo más profundo de nuestro yo animal: las emociones.
Y aquí es dónde la alimentación se hermana con el cine. La cocina convierte a los alimentos en una fuente de emociones. Los sabores, los olores, los platos interpelan a nuestros sentidos: el tacto, el gusto, el olfato y la vista. Y ponen en marcha el cerebro, asociando esas emociones a los recuerdos.
Sin embargo, hay una diferencia sustancial. Las malas películas producen insatisfacción en el momento, y no suelen interferir en decisiones de visionado futuras, pues el consumidor percibe cada película como un producto completamente diferente, incluso aunque se trate de un remake. Pero, las malas experiencias culinarias pueden tener efectos directos sobre la salud y pueden inducir a efectos permanentes en los patrones.
Ya sé que me pongo muy pesado con la importancia de la confianza en el sistema agroalimentario, pero es que tras una alerta alimentaria, el 11% de los consumidores modifica sus hábitos, y eso es mucho, sobre todo cuando estamos enfocando mercados de nicho. Tal vez habría que imaginarse desde el sector que se está produciendo una película distinta en cada partida de producto que se genera, ya sea ganadero o agrícola, y en cada película hay que mantener el interés del público, no vaya a ser que les decepcionemos y prefieran visionar otros directores.