De vez en cuando me veo en la obligación (ciertamente, cada vez con menor frecuencia) de explicarle a algún agricultor que él (o ella) también es empresario. Sus argumentos suelen ser del tipo: “yo no soy empresario, sólo soy un agricultor”; “mi explotación es demasiado pequeña para considerarla una empresa”, o “yo, en realidad no me dedico a esto”.

Puede parecer una tontería, pero la imagen que tenemos de nosotros mismos es la que normalmente utilizamos para marcarnos metas u objetivos y para definir aquello que consideramos dentro de nuestro ámbito de capacidades. En cierta medida, somos lo que creemos que somos. Y, en este sentido, cuando un agricultor no se considera a sí mismo como empresario, está autolimitándose, no sólo en lo que al corto plazo se refiere sino también en el largo. Por ejemplo, alguien que no se considera empresario difícilmente se formará en habilidades relacionadas con la gestión.

Nadie pone en duda que tan empresario es un zapatero remendón que tiene alquilado un pequeño local en nuestro barrio como el presidente de Mercadona. Entendemos que cada uno tiene un volumen diferente y comprendemos que las obligaciones para con la empresa de uno y de otro sólo difieren en materia de grado y no de naturaleza.

Sin embargo, muchos agricultores tienen problemas para considerarse a si mismos con el calificativo de empresario. ¿Qué es un empresario? Básicamente, es alguien que gestiona recursos productivos de todo tipo para proveer a la sociedad de bienes o servicios a cambio de un precio. Nada hace referencia al tamaño, a que tenga que ser a tiempo completo o a que se tenga que ganar dinero. Un empresario puede perderlo, y no por ello pierde la condición. Sólo la pierde cuando deja de perseverar en su empresa.

Me gusta jugar con el ejemplo del zapatero. Su trabajo consiste en reparar calzado y prendas de piel y, en ocasiones, vende complementos para este tipo de bienes, como hebillas, cremas, plantillas, etc. Lo cierto es que su nivel de existencias no tiene por qué ser muy alto. Tampoco precisa, la mayor parte de las veces, una gran inversión en maquinaria. Ni siquiera debe ser propietario de su local comercial, basta con tenerlo en régimen de alquiler. Normalmente no tiene empleados, o tiene uno como mucho. Nuestro zapatero es para todo el mundo un empresario, pequeño, pero empresario.

Veamos ahora un agricultor. Sólo considerando la inversión en tierras, árboles (en el caso de cultivos leñosos, estructuras, sistemas de riego, movimientos de tierras y similares supera con creces el nivel de inversión del zapatero. En algunos momentos de la campaña las necesidades de mano de obra pueden superar con creces los aportes de la unidad familiar. Los productos cosechados se destinan al mercado. En muchas ocasiones, además, el agricultor o agricultora forma parte de una cooperativa que, si duda es una empresa. De la que es copropietario...

Obviamente, lograr una buena calidad de los productos es labor del agricultor-empresario, pero también lo es organizar sus recursos productivos de la mejor forma posible para lograr que la producción sea lo más eficiente posible (y no me refiero sólo al punto de vista económico).

Cuando uno entiende esto, es mucho más fácil entender a continuación la importancia de la innovación a nivel de las explotaciones, o la necesidad de tener adquirir conocimientos en gestión de empresas (algo de contabilidad, finanzas, marketing, etc.). Y, cuando la sociedad también lo perciba, probablemente, el papel del agricultor se verá revalorizado para ocupar el papel que realmente debería ocupar como encargados primarios del suministro de alimentos de calidad, gestores del medio ambiente y generadores de riqueza.