Hace unos días, un compañero de trabajo me hizo llegar un video de un robot, desarrollado por una empresa holandesa, que hacía las labores de destalle en un invernadero de tomate con una precisión y una velocidad increíbles:

Como la curiosidad es una de mis virtudes/defectos más señalados, no pude dejar de curiosear un rato por los videos relacionados que me sugería la web y luego me puse a buscar por palabras clave tales como harvest, greenhouse, vegetables, etc. Les invito a realizar dicho ejercicio. Cuando lo hagan tendrán claro por dónde van a ir los tiros en los próximos años en cuestiones de abaratamiento de costes en las explotaciones intensivas.

Hace más de 20 años que escuché por primera vez al que por entonces era mi profesor, Jerónimo Molina, que los invernaderos del sur español eran lo más parecido a talleres industriales de la agricultura nacional y que, como tales, sus necesidades eran muy similares a las de un polígono industrial: requerimientos de energía eléctrica con suministro estable en el tiempo y en intensidad, viales con capacidad para el trasiego de vehículos de transporte y servicios o servicios de recogida de envases y residuos de cosecha. Tras visualizar esos videos y pensar en las repercusiones aquella metáfora del invernadero-taller cobra aún más sentido.

Dado que la mano de obra es uno de los principales costes de la agricultura bajo techo (de cristal o plástico) no es descabellado pensar que en las zonas más desarrolladas y de salarios más elevados, el proceso de robotización de las tareas puede suponer un fuerte ahorro de costes, estrategia más que necesaria en un entorno de competencia creciente y precios de venta a la baja. Ahora bien, en lugares como Andalucía, Murcia o Valencia va a suponer el surgimiento de una agricultura aún más capitalizada (en el sentido del ratio capital/trabajo), con una demanda de insumos tecnológicos muy avanzada y con unas necesidades de organización interna del espacio en el invernadero posiblemente distintas a las actuales. Incluso con una readaptación de las propias estructuras de invernadero para la introducción de los robots en las labores de campo. Así mismo, es muy posible que las casas de semillas tengan que introducir en su mix de variables una relacionada con las posibilidades de mecanización del cultivo.

Obviamente, el reverso es una menor demanda de mano de obra para las labores agrarias, en una agricultura que en zonas como Almería es una de las mayores creadoras de empleo. Esto hace presagiar que si las explotaciones comienzan a mutar en esta dirección, las tensiones sociales serán elevadas y podrían desembocar en un problema político.

Lo cierto es que el futuro avanza tan deprisa que lo tenemos ya prácticamente encima y que la tecnología nos está provocando unos cambios tan espectaculares que no es descabellado pensar que pueda terminar condicionando nuestra propia evolución como especie (Homo Sapiens technologicus). Pero, mientras esto llega no se olviden de comenzar a unir en sus pensamientos agricultura y robotización.