El presente artículo formará parte del Anuario de la horticultura almeriense que edita un conodido diario de Almería. Dado que se da vueltas sobre algunos de los temas más tratados en este Blog, lo pongo en este espacio para su consideración por parte de los lectores.
En las páginas que siguen, el lector encontrará datos relacionados con la campaña pasada para aburrirse. Por ello me van a permitir que les suponga informados de ellos y que me meta de lleno en exponer algunas reflexiones que me parecen claves de cara al futuro inmediato. Partamos de la base de que el futuro no está escrito y que el mundo es tan cambiante que es posible que mucho de lo que hoy consideramos cierto no lo sea en un par de años. Con todo, hay algunas consideraciones de las que sí que estamos más o menos seguros. Una de ellas es que la población del planeta sigue creciendo y que este crecimiento tendrá necesariamente algún reflejo sobre la producción agraria. Otra es que somos socios de un club de países que envejecen y que se enfrenta a problemas relacionados con la prolongación de la vida y la reducción paulatina de la población activa. Estas certidumbres tienen o deberían tener, a su vez, consecuencias relevantes para la economía y para el sector agrario mundial.
Por ejemplo, la tendencia al envejecimiento de la población europea podría tener la derivada de una inmigración laboral, que incorporaría nuevas tradiciones culinarias en nuestros países (como de hecho ha pasado ya en España durante la pasada década); o podría significar un planteamiento más medicinal de la comida, buscando mejorar la calidad de vida en los últimos años de la misma, lo que implicaría a su vez una mayor preocupación por la composición de la dieta y por la salubridad y seguridad de la misma.
Pero esos sucesos mostrarán sus consecuencias de forma paulatina, y más a medio plazo que a corto. A mucho menor plazo hay otros hechos que influirán, que influyen ya, sobre nuestro sector. En primer lugar, nos encontramos vendiendo en un mercado asediado por la crisis: ni siquiera Reino Unido o Alemania están siendo capaces de escapar incólumes de la misma. El empobrecimiento no es sólo un fenómeno periférico, también afecta a los países centrales e impone una mayor relevancia del precio como elemento de competitividad para todos los bienes, incluidos los alimentos. De ahí el peso creciente de la marca del distribuidor en toda Europa y de ahí, también, la mayor presión de la distribución minorista sobre los productores y los comercializadores en origen.
Al margen de coyunturas más o menos positivas, merced a la marcha de los variables dioses del clima, la tendencia de fondo de los precios percibidos por los agricultores almerienses es decreciente (véase el Análisis de la Campaña de Cajamar). El aumento de la competencia es claramente uno de los factores que lo explican, mayor número de competidores implica mayor oferta en el mercado (esto incluye nuestros propios incrementos de producción); y una mayor oferta favorece el descenso de los precios. Luchar contra esta tendencia de fondo es complicado ya que Europa es hoy por hoy un mercado de alto poder adquisitivo, lo que le hace especialmente atractivo para todos los exportadores agrarios. Además, la búsqueda de mayor competitividad pasa usualmente por mejoras de productividad (rendimiento) que terminan impulsando las cantidades producidas, aumentando así la oferta al mercado.
En los últimos tiempos, además, se suma la mencionada situación de crisis y el papel de la gran distribución en el mercado, con una posición dominante que impone duras condiciones a sus proveedores. En este terreno, a pesar del camino que ciertamente se ha andado en Almería, aún estamos en cierta desventaja: la mayoría de nuestras comercializadoras no alcanzan un nivel suficientemente grande como para poder negociar directamente con esta distribución. En última instancia, no se trata de una mera cuestión de tamaño, que también, sino que se mezclan necesidades de aprovisionamiento estables durante todo el año y de una amplitud de productos que excede a los nueve en los que Almería es potente. Es decir, ya no se trata sólo de ganar dimensión, sino de adquirir una serie de capacidades empresariales que nos van a obligar a buscar producciones complementarias a las nuestras, que nos van a exigir fuertes inversiones en logística y sistemas de información y que nos deberían conducir a una diversificación de actividades entrando en nuevos sectores y mercados. En esto no hay que usar demasiado la imaginación, es lo que ha pasado en otros países europeos en los que el proceso de concentración de la distribución alimentaria se produjo antes. Son los mismos países en los que las cooperativas agrarias son más grandes y no parece que sea por casualidad. Tuvieron que afrontar el reto del crecimiento como estrategia de supervivencia, y algunas hasta han terminado convirtiéndose en multinacionales. Las cooperativas agrarias españolas, y las almerienses por supuesto, se enfrentan a dicho reto ya en el siglo XXI pero, como les pasó a las del Norte de Europa hace unas décadas, les va en ello su futuro.
Visto desde Almería, ese futuro puede resultar amenazador. El país se encuentra sumido en una crisis que será mítica (la estudiarán nuestros nietos en los libros junto con la del 98), la PAC se desdibuja y corre el serio riesgo de ser renacionalizada al grito de sálvese quien pueda, se recrudece la competencia de países terceros (y es previsible que siga arreciando) y la falta de confianza general mina los proyectos de inversión que podrían poner freno a la situación. El entorno es sumamente complejo los márgenes de error y de tiempo de los que disponemos son estrechos.
No obstante, es cierto que en Almería han comenzado a cambiar las cosas. El proceso de concentración de la oferta ya se ha puesto en marcha. Actualmente hay varias empresas que superan las 150.000 toneladas/año, aunque probablemente haya que llegar un poco más lejos para comenzar a tener una voz propia en el mercado. Dicen algunos investigadores que en este mundo global la competencia cada vez más se establece entre cadenas de suministro y no entre empresas. El concepto es potente y tentador, pero implica un estrechamiento de las relaciones de cooperación con un único minorista a través de su cadena de suministro, lo que incrementa la dependencia de sus decisiones de mercado (que podrían llegar a estar equivocadas). Es, por tanto, vital definir esas relaciones en un plano de transparencia casi absoluta, en el que el suministrador en origen pueda saber qué está sucediendo en los lineales de las tiendas con sus productos y en el que las decisiones se tomen de manera más o menos consensuada. Si se opta por acceder al mercado en este tipo de esquema los avances del minorista serán los de la empresa suministradora. En España el caso más evidente es el de Mercadona y sus interproveedores. Ahora bien, si lo que se quiere es mantener la “independencia” y tener presencia en varias cadenas de suministro, se debe aportar al mercado un valor claramente perceptible y reconocible por los consumidores o ser un proveedor ineludible por parte de las cadenas. Eso implica un esfuerzo en desarrollo de producto, marca y mercado que se convierte, per sé, en una gigantesca barrera de entrada.
Finalmente, las cooperativas más exitosas de Europa no se han quedado en la materia prima original. Han terminado desarrollando sus propias estrategias de I+D para obtener productos de alto valor añadido, como componentes para la industria farmacéutica o alimentaria. Ese será posiblemente un reto que habrá de afrontar esta misma generación de agricultores y empresas de comercialización. Tan sólo por lo colosal del reto y lo excitante de intentarlo va a merecer la pena vivirlo.
Cuando este mismo anuario tenga que ampliar los márgenes de los temas tratados hacia la industria o hacia la distribución minorista estaremos en el camino. Vayamos paso a paso, pero comencemos a andar ya y no miremos atrás, a no ser que sea para decir adiós al pasado.
El presente artículo formará parte del Anuario de la horticultura almeriense que edita un conodido diario de Almería. Dado que se da vueltas sobre algunos de los temas más tratados en este Blog, lo pongo en este espacio para su consideración por parte de los lectores.
En las páginas que siguen, el lector encontrará datos relacionados con la campaña pasada para aburrirse. Por ello me van a permitir que les suponga informados de ellos y que me meta de lleno en exponer algunas reflexiones que me parecen claves de cara al futuro inmediato. Partamos de la base de que el futuro no está escrito y que el mundo es tan cambiante que es posible que mucho de lo que hoy consideramos cierto no lo sea en un par de años. Con todo, hay algunas consideraciones de las que sí que estamos más o menos seguros. Una de ellas es que la población del planeta sigue creciendo y que este crecimiento tendrá necesariamente algún reflejo sobre la producción agraria. Otra es que somos socios de un club de países que envejecen y que se enfrenta a problemas relacionados con la prolongación de la vida y la reducción paulatina de la población activa. Estas certidumbres tienen o deberían tener, a su vez, consecuencias relevantes para la economía y para el sector agrario mundial.
Por ejemplo, la tendencia al envejecimiento de la población europea podría tener la derivada de una inmigración laboral, que incorporaría nuevas tradiciones culinarias en nuestros países (como de hecho ha pasado ya en España durante la pasada década); o podría significar un planteamiento más medicinal de la comida, buscando mejorar la calidad de vida en los últimos años de la misma, lo que implicaría a su vez una mayor preocupación por la composición de la dieta y por la salubridad y seguridad de la misma.
Pero esos sucesos mostrarán sus consecuencias de forma paulatina, y más a medio plazo que a corto. A mucho menor plazo hay otros hechos que influirán, que influyen ya, sobre nuestro sector. En primer lugar, nos encontramos vendiendo en un mercado asediado por la crisis: ni siquiera Reino Unido o Alemania están siendo capaces de escapar incólumes de la misma. El empobrecimiento no es sólo un fenómeno periférico, también afecta a los países centrales e impone una mayor relevancia del precio como elemento de competitividad para todos los bienes, incluidos los alimentos. De ahí el peso creciente de la marca del distribuidor en toda Europa y de ahí, también, la mayor presión de la distribución minorista sobre los productores y los comercializadores en origen.
Al margen de coyunturas más o menos positivas, merced a la marcha de los variables dioses del clima, la tendencia de fondo de los precios percibidos por los agricultores almerienses es decreciente (véase el Análisis de la Campaña de Cajamar). El aumento de la competencia es claramente uno de los factores que lo explican, mayor número de competidores implica mayor oferta en el mercado (esto incluye nuestros propios incrementos de producción); y una mayor oferta favorece el descenso de los precios. Luchar contra esta tendencia de fondo es complicado ya que Europa es hoy por hoy un mercado de alto poder adquisitivo, lo que le hace especialmente atractivo para todos los exportadores agrarios. Además, la búsqueda de mayor competitividad pasa usualmente por mejoras de productividad (rendimiento) que terminan impulsando las cantidades producidas, aumentando así la oferta al mercado.
En los últimos tiempos, además, se suma la mencionada situación de crisis y el papel de la gran distribución en el mercado, con una posición dominante que impone duras condiciones a sus proveedores. En este terreno, a pesar del camino que ciertamente se ha andado en Almería, aún estamos en cierta desventaja: la mayoría de nuestras comercializadoras no alcanzan un nivel suficientemente grande como para poder negociar directamente con esta distribución. En última instancia, no se trata de una mera cuestión de tamaño, que también, sino que se mezclan necesidades de aprovisionamiento estables durante todo el año y de una amplitud de productos que excede a los nueve en los que Almería es potente. Es decir, ya no se trata sólo de ganar dimensión, sino de adquirir una serie de capacidades empresariales que nos van a obligar a buscar producciones complementarias a las nuestras, que nos van a exigir fuertes inversiones en logística y sistemas de información y que nos deberían conducir a una diversificación de actividades entrando en nuevos sectores y mercados. En esto no hay que usar demasiado la imaginación, es lo que ha pasado en otros países europeos en los que el proceso de concentración de la distribución alimentaria se produjo antes. Son los mismos países en los que las cooperativas agrarias son más grandes y no parece que sea por casualidad. Tuvieron que afrontar el reto del crecimiento como estrategia de supervivencia, y algunas hasta han terminado convirtiéndose en multinacionales. Las cooperativas agrarias españolas, y las almerienses por supuesto, se enfrentan a dicho reto ya en el siglo XXI pero, como les pasó a las del Norte de Europa hace unas décadas, les va en ello su futuro.
Visto desde Almería, ese futuro puede resultar amenazador. El país se encuentra sumido en una crisis que será mítica (la estudiarán nuestros nietos en los libros junto con la del 98), la PAC se desdibuja y corre el serio riesgo de ser renacionalizada al grito de sálvese quien pueda, se recrudece la competencia de países terceros (y es previsible que siga arreciando) y la falta de confianza general mina los proyectos de inversión que podrían poner freno a la situación. El entorno es sumamente complejo los márgenes de error y de tiempo de los que disponemos son estrechos.
No obstante, es cierto que en Almería han comenzado a cambiar las cosas. El proceso de concentración de la oferta ya se ha puesto en marcha. Actualmente hay varias empresas que superan las 150.000 toneladas/año, aunque probablemente haya que llegar un poco más lejos para comenzar a tener una voz propia en el mercado. Dicen algunos investigadores que en este mundo global la competencia cada vez más se establece entre cadenas de suministro y no entre empresas. El concepto es potente y tentador, pero implica un estrechamiento de las relaciones de cooperación con un único minorista a través de su cadena de suministro, lo que incrementa la dependencia de sus decisiones de mercado (que podrían llegar a estar equivocadas). Es, por tanto, vital definir esas relaciones en un plano de transparencia casi absoluta, en el que el suministrador en origen pueda saber qué está sucediendo en los lineales de las tiendas con sus productos y en el que las decisiones se tomen de manera más o menos consensuada. Si se opta por acceder al mercado en este tipo de esquema los avances del minorista serán los de la empresa suministradora. En España el caso más evidente es el de Mercadona y sus interproveedores. Ahora bien, si lo que se quiere es mantener la “independencia” y tener presencia en varias cadenas de suministro, se debe aportar al mercado un valor claramente perceptible y reconocible por los consumidores o ser un proveedor ineludible por parte de las cadenas. Eso implica un esfuerzo en desarrollo de producto, marca y mercado que se convierte, per sé, en una gigantesca barrera de entrada.
Finalmente, las cooperativas más exitosas de Europa no se han quedado en la materia prima original. Han terminado desarrollando sus propias estrategias de I+D para obtener productos de alto valor añadido, como componentes para la industria farmacéutica o alimentaria. Ese será posiblemente un reto que habrá de afrontar esta misma generación de agricultores y empresas de comercialización. Tan sólo por lo colosal del reto y lo excitante de intentarlo va a merecer la pena vivirlo.
Cuando este mismo anuario tenga que ampliar los márgenes de los temas tratados hacia la industria o hacia la distribución minorista estaremos en el camino. Vayamos paso a paso, pero comencemos a andar ya y no miremos atrás, a no ser que sea para decir adiós al pasado.