Europa Occidental vuelve a estar de moda como destino de la inversión. Al ritmo del deterioro de las reservas de divisas de los emergentes, se engrosan las repatriaciones de capitales hacia el Viejo Continente; capitales que en gran parte salieron durante las etapas más duras de la crisis del euro. Antes de seguir con el propósito real de este artículo, quisiera apuntar lo que debería resultar una obviedad para cualquiera, y es que el ciclo de entrada-salida de capitales es mucho más rápido que el ciclo de constitución de activos-explotación de los mismos y que estas diferencias de ritmos generan con demasiada frecuencia desajustes y problemas (y elevados costes) a nivel local.
En cualquier caso, retomo la idea central, Europa vuelve a estar de moda para la inversión y España con ella. Especialmente España, donde se apunta a una recuperación que aún es débil y que encuentra más obstáculos que apoyos para su desarrollo, pero en la que casi todo el mundo parece creer (profecías autocumplidas). La cosa es que en las últimas semanas hemos conocido la intención de dos grandes de la gran distribución minorista de entrar en el mercado nacional. Cotsco y Hema han mostrado su interés en posicionarse en nuestro mercado.
De esta manera, se apretará un poco más la competencia en este segmento, en el cual (ya lo hemos comentado otras veces) los niveles de competencia se han acrecentado desde la crisis y en el que se veían oportunidades de compra de alguno de los principales agentes nacionales por los verdaderos gigantes de la distribución global. Desde el punto de vista de los consumidores, la entrada de dos nuevos competidores potentes tendrá repercusiones, seguramente, en la mejora del poder adquisitivo de su renta, pero: ¿qué sucederá aguas arriba de la cadena de distribución?
Aunque alguien podría pensar que la llegada de nuevos gallos al gallinero puede significar una mejora de las oportunidades de las gallinas, el alto nivel de competencia que ya existe, y las enormes diferencias en el poder de negociación, provocarán que ocurra lo que ya lleva tiempo sucediendo, pero de forma mucho más intensa. Esto es, un aumento de la presión sobre los márgenes de todos los agentes de la cadena, con mayores exigencias por parte del último eslabón hacia la contención de costes y la moderación de los precios de venta.
No hay muchas opciones, el aumento de la presión va a eliminar jugadores y va a obligar a los que queden a evolucionar. Y una de las vías más claras de evolución que hay es la del crecimiento, un crecimiento que, insistimos, ya no basta por si solo: tiene que venir acompañado de ganancias perceptibles de valor por el lado del consumidor y, casi más importante, de posibles ventajas (aunque sólo sean en forma de costes de oportunidad evitados) para la gran distribución.
Leo en Alimarket (enlace) que “el sector de la distribución se encuentra a las puertas de un gran proceso de concentración”. Bien es cierto que se trata de un entrecomillado atribuido a Enric Ezquerra, director general de Condis, y que se trata de una opinión personal. Sin embargo, también hay que reconocer que, aunque no sea la misma letra, la música ya nos suena. No hace mucho se mencionaba la posibilidad de compras de empresa españolas por parte de grandes multinacionales de la distribución.
El mensaje de base, la música, es que el sector distribuidor se ve a sí mismo “pequeño” en España. Rápidamente, el lector asiduo recordará la de líneas que desde este Blog se han dedicado a glosar los problemas de falta de dimensión de las empresas comercializadoras españolas y, particularmente, de las cooperativas agrarias. Hace pocos días, en el Congreso de FAECA, tres de las mayores cooperativas andaluzas (DCoop, COVAP y Única Group) coincidían en verse a sí mismas como demasiado pequeñas para competir en los mercados actuales. Ayer mismo, el director general de ANECOOP, Joan Mir, reconocía en una Jornada sobre Banca Social y Emprendimiento en Valencia que su empresa era demasiado pequeña para la dimensión que había alcanzado la distribución.
La debilidad del consumo en los países europeos, la estabilización de las poblaciones (en España se está parando el proceso de creación de nuevos hogares), el envejecimiento, el daño recibido por las clases medias y las transformaciones en el comportamiento de los consumidores son las bases sobre las que se justifica el fuerte aumento de la competencia en el segmento. Sobre todo en España.
O sea, resulta que ahora que el mundo cooperativo comienza a darse cuenta de una de sus principales fuentes de debilidad, centrada en la falta de dimensión y la incapacidad para negociar en igualdad de condiciones, los que nosotros ya consideramos gigantes comienzan a vislumbrar un futuro de aún mayor concentración en su segmento. La conclusión inmediata es que, si tienen razón, los tamaños que hoy consideramos razonables para que una comercializadora (cooperativa o no) sea significativa en el mercado quedarán desfasados, muy desfasados por encima…
No me cabe la menor duda de que el juego de oferta y demanda terminará por “seleccionar” el tamaño como variable de competitividad esencial y que, a la larga, en España habrá muchas menos cooperativas, que estas serán mucho más grandes y que su gestión será mucho más profesional. Ahora bien, comienza a parecerme que el proceso se va a acelerar en respuesta a los movimientos que se lleven a cabo en eslabón de la distribución y que posiblemente esto generará muchas disfunciones y presiones sobre la parte superior de la cadena agroalimentaria. Se nos vienen encima tiempos aún más complicados y apasionantes que los pasados. La recesión comienza a quedar atrás, pero la crisis quiere permanecer. La confianza de consumidores y empresarios (agricultores, comercializadores o distribuidores) aún es muy delicada. Y el crédito posiblemente nunca vuelva a fluir como lo hizo durante la década y media prodigiosa de la economía española.
En resumen, que estamos a las puertas de una nueva vuelta de tuerca y que en los próximos años asistiremos al nacimiento de muchos “gigantes” en el campo español, gigantes que se parecerán cada vez más a sus hermanos mayores europeos.
El presente artículo formará parte del Anuario de la horticultura almeriense que edita un conodido diario de Almería. Dado que se da vueltas sobre algunos de los temas más tratados en este Blog, lo pongo en este espacio para su consideración por parte de los lectores.
En las páginas que siguen, el lector encontrará datos relacionados con la campaña pasada para aburrirse. Por ello me van a permitir que les suponga informados de ellos y que me meta de lleno en exponer algunas reflexiones que me parecen claves de cara al futuro inmediato. Partamos de la base de que el futuro no está escrito y que el mundo es tan cambiante que es posible que mucho de lo que hoy consideramos cierto no lo sea en un par de años. Con todo, hay algunas consideraciones de las que sí que estamos más o menos seguros. Una de ellas es que la población del planeta sigue creciendo y que este crecimiento tendrá necesariamente algún reflejo sobre la producción agraria. Otra es que somos socios de un club de países que envejecen y que se enfrenta a problemas relacionados con la prolongación de la vida y la reducción paulatina de la población activa. Estas certidumbres tienen o deberían tener, a su vez, consecuencias relevantes para la economía y para el sector agrario mundial.
Por ejemplo, la tendencia al envejecimiento de la población europea podría tener la derivada de una inmigración laboral, que incorporaría nuevas tradiciones culinarias en nuestros países (como de hecho ha pasado ya en España durante la pasada década); o podría significar un planteamiento más medicinal de la comida, buscando mejorar la calidad de vida en los últimos años de la misma, lo que implicaría a su vez una mayor preocupación por la composición de la dieta y por la salubridad y seguridad de la misma.
Pero esos sucesos mostrarán sus consecuencias de forma paulatina, y más a medio plazo que a corto. A mucho menor plazo hay otros hechos que influirán, que influyen ya, sobre nuestro sector. En primer lugar, nos encontramos vendiendo en un mercado asediado por la crisis: ni siquiera Reino Unido o Alemania están siendo capaces de escapar incólumes de la misma. El empobrecimiento no es sólo un fenómeno periférico, también afecta a los países centrales e impone una mayor relevancia del precio como elemento de competitividad para todos los bienes, incluidos los alimentos. De ahí el peso creciente de la marca del distribuidor en toda Europa y de ahí, también, la mayor presión de la distribución minorista sobre los productores y los comercializadores en origen.
Al margen de coyunturas más o menos positivas, merced a la marcha de los variables dioses del clima, la tendencia de fondo de los precios percibidos por los agricultores almerienses es decreciente (véase el Análisis de la Campaña de Cajamar). El aumento de la competencia es claramente uno de los factores que lo explican, mayor número de competidores implica mayor oferta en el mercado (esto incluye nuestros propios incrementos de producción); y una mayor oferta favorece el descenso de los precios. Luchar contra esta tendencia de fondo es complicado ya que Europa es hoy por hoy un mercado de alto poder adquisitivo, lo que le hace especialmente atractivo para todos los exportadores agrarios. Además, la búsqueda de mayor competitividad pasa usualmente por mejoras de productividad (rendimiento) que terminan impulsando las cantidades producidas, aumentando así la oferta al mercado.
En los últimos tiempos, además, se suma la mencionada situación de crisis y el papel de la gran distribución en el mercado, con una posición dominante que impone duras condiciones a sus proveedores. En este terreno, a pesar del camino que ciertamente se ha andado en Almería, aún estamos en cierta desventaja: la mayoría de nuestras comercializadoras no alcanzan un nivel suficientemente grande como para poder negociar directamente con esta distribución. En última instancia, no se trata de una mera cuestión de tamaño, que también, sino que se mezclan necesidades de aprovisionamiento estables durante todo el año y de una amplitud de productos que excede a los nueve en los que Almería es potente. Es decir, ya no se trata sólo de ganar dimensión, sino de adquirir una serie de capacidades empresariales que nos van a obligar a buscar producciones complementarias a las nuestras, que nos van a exigir fuertes inversiones en logística y sistemas de información y que nos deberían conducir a una diversificación de actividades entrando en nuevos sectores y mercados. En esto no hay que usar demasiado la imaginación, es lo que ha pasado en otros países europeos en los que el proceso de concentración de la distribución alimentaria se produjo antes. Son los mismos países en los que las cooperativas agrarias son más grandes y no parece que sea por casualidad. Tuvieron que afrontar el reto del crecimiento como estrategia de supervivencia, y algunas hasta han terminado convirtiéndose en multinacionales. Las cooperativas agrarias españolas, y las almerienses por supuesto, se enfrentan a dicho reto ya en el siglo XXI pero, como les pasó a las del Norte de Europa hace unas décadas, les va en ello su futuro.
Visto desde Almería, ese futuro puede resultar amenazador. El país se encuentra sumido en una crisis que será mítica (la estudiarán nuestros nietos en los libros junto con la del 98), la PAC se desdibuja y corre el serio riesgo de ser renacionalizada al grito de sálvese quien pueda, se recrudece la competencia de países terceros (y es previsible que siga arreciando) y la falta de confianza general mina los proyectos de inversión que podrían poner freno a la situación. El entorno es sumamente complejo los márgenes de error y de tiempo de los que disponemos son estrechos.
No obstante, es cierto que en Almería han comenzado a cambiar las cosas. El proceso de concentración de la oferta ya se ha puesto en marcha. Actualmente hay varias empresas que superan las 150.000 toneladas/año, aunque probablemente haya que llegar un poco más lejos para comenzar a tener una voz propia en el mercado. Dicen algunos investigadores que en este mundo global la competencia cada vez más se establece entre cadenas de suministro y no entre empresas. El concepto es potente y tentador, pero implica un estrechamiento de las relaciones de cooperación con un único minorista a través de su cadena de suministro, lo que incrementa la dependencia de sus decisiones de mercado (que podrían llegar a estar equivocadas). Es, por tanto, vital definir esas relaciones en un plano de transparencia casi absoluta, en el que el suministrador en origen pueda saber qué está sucediendo en los lineales de las tiendas con sus productos y en el que las decisiones se tomen de manera más o menos consensuada. Si se opta por acceder al mercado en este tipo de esquema los avances del minorista serán los de la empresa suministradora. En España el caso más evidente es el de Mercadona y sus interproveedores. Ahora bien, si lo que se quiere es mantener la “independencia” y tener presencia en varias cadenas de suministro, se debe aportar al mercado un valor claramente perceptible y reconocible por los consumidores o ser un proveedor ineludible por parte de las cadenas. Eso implica un esfuerzo en desarrollo de producto, marca y mercado que se convierte, per sé, en una gigantesca barrera de entrada.
Finalmente, las cooperativas más exitosas de Europa no se han quedado en la materia prima original. Han terminado desarrollando sus propias estrategias de I+D para obtener productos de alto valor añadido, como componentes para la industria farmacéutica o alimentaria. Ese será posiblemente un reto que habrá de afrontar esta misma generación de agricultores y empresas de comercialización. Tan sólo por lo colosal del reto y lo excitante de intentarlo va a merecer la pena vivirlo.
Cuando este mismo anuario tenga que ampliar los márgenes de los temas tratados hacia la industria o hacia la distribución minorista estaremos en el camino. Vayamos paso a paso, pero comencemos a andar ya y no miremos atrás, a no ser que sea para decir adiós al pasado.
Suelen decir que mal de muchos, consuelo de tontos. La situación de desequilibrio en la cadena de valor agroalimentaria no es cosa sólo de España, ni siquiera de Europa: es global, porque las cadenas de suministro son globales. El mismo problema que tienen los tomateros de Almería (muy atomizados) es el que presentan sus homólogos mexicanos (con explotaciones medias de varias decenas de hectáreas). Cada vez obtienen menos dinero por sus productos.
La globalización ha permitido que las cadenas de suministro se internacionalicen , y que accedan a los mercados de mayor poder adquisitivo productos de casi cualquier procedencia u origen. Los analistas económicos de este fenómeno han acuñado nuevos conceptos, en los que las relaciones de competencia ya no se establecerían entre empresas de un mismo sector, si no entre distintas cadenas de suministro. Esto, que sobre el papel es una idea sugerente, en la realidad de la cadena agroalimentaria se convierte en la mayor parte de las ocasiones en una milonga, en el más argentino sentido de la palabra.
El concepto de cadena de suministro implica relaciones de cooperación verticales y una cierta estabilidad en la relación. Pero muchas de las grandes cadenas de distribución minorista, suelen olvidar este detalle cuando se trata del suministro de productos frescos. El agricultor se ha convertido en un suministrador perfectamente sustituible: su producto es casi una commodity. Si hay algún problema de oferta en un origen; se cambia y listo. En realidad, la Gran Distribución no hace sino funcionar como cabría esperar de ella y de los incentivos bajo los que trabaja. No obstante, hay algunos orígenes difícilmente sustituibles, como es España para productos como el aceite, las aceitunas, las frutas o las hortalizas. En estos productos, la oferta nacional supone tal volumen en algunos momentos de la campaña que es imposible prescindir de nosotros (de momento). Pero eso puede cambiar relativamente rápido. Las hortalizas no requieren períodos de carencia desde la siembra, como pasa con los frutales, por lo que es factible comenzar a armar una alternativa a corto plazo.
Los productores cárnicos del norte de Europa se vieron antes que los españoles sometidos a las presiones de la gran distribución, y su respuesta vino en dos vías: la concentración de la oferta y la diversificación de productos, integrándose de manera vertical aguas abajo de la cadena. España aún tiene la ventaja del volumen, pero no durará siempre.
De forma paralela, los precios han ido reduciéndose. Los consumidores españoles, por ejemplo, compraron más frutas y hortalizas en la campaña que terminó este verano, pero lo hicieron pagando unos precios inferiores, tan inferiores que, de media, el volumen de gasto en sendos tipos de productos se redujo también. En realidad, de un tiempo a esta parte, acrecentado ahora por la situación de crisis, los consumidores han visto cómo precios que hasta hace apenas unos años eran prohibitivos, se han ido acercando hasta ponerse muy a tiro. Es parte de la filosofía low cost. Si puedo viajar a Londres por 10 euros, ¿Cómo voy a pagar 1 por un kilo de tomates? Empezaron los aviones, pero hoy una parte muy importante del turismo mundial se ha vuelto completamente low cost, desde el avión hasta el hotel. Por un lado, es cierto que este movimiento permite democratizar el consumo, pero por otro, nos hace olvidar algunas cuestiones que poco tienen que ver con el precio: una puede ser la seguridad, pero siempre es la calidad.
Retomando el discurso de las cadenas de suministro que compiten, para que eso sea cierto, los agricultores deben encontrar la manera de ser relevantes en el mercado, para que sus esfuerzos en calidad, en seguridad y en el ajuste con la demanda sean tenidos en cuenta y las reducciones de precios de venta no signifiquen disminuciones de sus ingresos en mayor medida que en otros eslabones de la cadena. Aún tienen una posición de cierto privilegio pero, como ya hemos comentado, eso es sólo cuestión de tiempo.
Otra vez estamos a vueltas con la leche. O, más bien, con los precios de la leche. El mismo año que terminan las cuotas lácteas, nos encontramos con bricks expuestos al público a precios por debajo de lo razonable (o de la suma de los costes de producción y envasado). ¿Es que ha bajado la demanda? Pues, según el panel de consumo alimentario, el consumo de las familias habría caído en volumen un 2,2 % hasta noviembre. Es decir, que a priori, sería razonable una cierta caída del mismo.
Sin embargo, hay algún otro factor importante, que viene dado por el lado de la oferta comercial. Aunque en los registros del INE no es posible encontrar una referencia al respecto, en este artículo se afirma que la superficie comercial está en aumento en España, mientras que la población ha comenzado a decrecer. Esto, de ser cierto, sería una nueva muestra del aumento de la competencia en el segmento de la distribución minorista del que ya se ha hablado en otras ocasiones. Dicha intensificación de la competencia estaría llevando a que determinados productos sirvieran de reclamo a los consumidores.
El artículo referenciado pide a los consumidores que cuando compren piensen en lo que están haciendo. El problema es que si el consumidor ve un producto a determinado precio entiende que si alguien lo vende será porque o gana dinero o forma parte de una estrategia comercial. Y, de la misma manera que es muy complicado convencer a la gente de que paqgue por música o cine que se baja gratis de Internet, también lo es que voluntariamente vaya a pagar más por un producto alimenticio sobre todo cuando los presupuestos familares se han visto terriblemente afectados por la crisis.
En realidad, si la pérdida fuera asumida por el minorista como parte de su política comercial, el problema no sería tal, o solo serí asuyo. Este surge si, como resultado de una situación de mercado desequilibrado, el minorista puede obligar al resto de la cadena aguas arriba a absorber una parte o la totalidad de esas pérdidas. Ese es el comportamiento ue habría que perseguir.
Recuerdo de mis años de estudiantes de economía que se decía que en una guerra de precios siempre terminan perdiendo todos, porque el precio final será menor que el inicial. Sin embargo, en este caso, los que perderían serían, no los contendientes en la guerra, sino sus proveedores.