Eso es lo que dicen casi todos los resúmenes. La campaña 2012/2013 marcó nuevos máximos en lo que se refiere a superficie, volumen de producción, valor y exportaciones. La coyuntura estuvo con el campo almeriense; tras un comienzo que parecía poco prometedor, a partir de noviembre las condiciones climáticas cambiaron en Europa y las producciones almerienses comenzaron un rally que se prolongó por lo crudo del clima en el continente y que nos ha llenado de satisfacción, puesto que ha supuesto un cambio en las expectativas de los agentes y un vergel de brotes verdes para la economía provincial.

Sin embargo, los dos años “buenos” consecutivos no nos pueden ocultar las debilidades de las que adolece nuestro sistema. La primera de ellas, la que más evidente resulta y a la que más espacio se le suele dedicar, es la falta de una dimensión adecuada para afrontar los mercados en condiciones de igualdad con nuestra demanda, que es fundamentalmente la Gran Distribución. El crecimiento es la vía de supervivencia que han seguido multitud de cooperativas europeas cuando en sus países comenzó a producirse la concentración de la demanda. En España esa situación todavía es relativamente reciente y relativamente pequeña. Sin embargo, la crisis y el aumento de la competencia en el sector de la distribución minorista va a repercutir, casi con toda seguridad, en un aumento de la presión aguas arriba de la cadena y en una mayor concentración del poder de mercado –en la medida en la que se vayan quedando por el camino nuevos competidores o se concentren los ya existentes–.

La cuestión de la dimensión, por otro lado, está fuertemente correlacionada con aspectos tales como la mejora de la financiación, la internacionalización (más allá de la mera exportación), el I+D, la selección y retención de personal especializado y, por supuesto, la obtención de economías de escala. En Almería se ha venido produciendo esta concentración de la oferta de forma muy lenta. Y lo ha hecho a través de dos mecanismos: la concentración de empresas comercializadoras, que es la vía más rápida; y la selección de los propios agricultores, que poco a poco están optando por llevar sus producciones a las organizaciones más grandes (y que les ofrecen más servicios). En este sentido se ha cambiado bastante desde aquel primer análisis de la concentración que realizó la extinta FIAPA en 1989, aunque posiblemente no se haya avanzado tanto como hubiera sido deseable, ya que en este tiempo, la situación por el lado de la demanda se ha transformado en España de forma radical.

La segunda debilidad, posiblemente la más preocupante a largo plazo, es la escasa incorporación de valor que aportamos a nuestras producciones. Es cierto que nuestro sistema está especializado en la producción y venta de producto en fresco de alto precio individual (derivado de la contraestacionalidad y de la elevada calidad del mismo). Sin embargo, estas condiciones son relativamente accesibles para competidores terceros que apetecen acceder al suculento mercado europeo (uno de los más protegidos del mundo y de los de mayor poder adquisitivo). Si Almería continúa haciendo lo mismo que hasta ahora, es sólo cuestión de tiempo que surja un productor eficiente que nos reste cuota de mercado. Nuevamente es interesante valorar lo que ha ocurrido en otros mercados agroalimentarios que van adelantados sobre nosotros. Las comercializadoras han entrado en la producción de bienes de elevado valor añadido (a través del I+D y de la industrialización). Por supuesto no han dejado de obtener sus producciones tradicionales, pero las han complementado con otras, tales como aromas, componentes alimenticios básicos, compuestos para la farmacopea, etc. En nuestro caso, la IV y V gama parecen los primeros pasos más evidentes, aunque asumirlos supone la adquisición de una nueva batería de conocimientos y de inversiones que no todas las empresas están hoy en condiciones de asumir.

Finalmente, que no por último, nuestras producciones adolecen de demasiada uniformidad. Posiblemente esté relacionado con la dimensión y con la estructura actual de los mercados, pero muy pocas de nuestras producciones llegan al consumidor con una marca reconocible por éste. El frente del marketing, que no sólo es marca, no lo hemos desarrollado adecuadamente, al menos hasta el momento. Llamar la atención del consumidor, convencerle de que nuestro producto es mejor (y objetivamente suele serlo) y posicionarnos en su mente para que primero busque nuestra marca es uno de los retos más apasionantes a los que se enfrenta nuestro sector. Por supuesto, esto implica también la posibilidad de segmentar la demanda, por ejemplo, diversificando las presentaciones en función del público final: niños, adultos que almuerzan en el trabajo, hospitales y residencias asistidas, etc. Y no se trata de un imposible, en nuestro campo ya hay empresas que están realizando experiencias muy prometedoras en este campo. Posiblemente en este terreno la inversión más importante a realizar sea la de la imaginación.

Como hemos comentado, estas tres debilidades no son las únicas, aunque posiblemente si sean las principales. Obviamente, Almería y España cuentan también con evidentes fortalezas, las cuales le han llevado a convertirse en “la despensa de Europa”. Pero el futuro ni replica automáticamente al presente, ni está escrito en las estrellas, sino que depende de nuestra visión, de las acciones que llevemos a cabo en el presente y de cuestiones que, lamentablemente, escaparán a nuestro control. La incertidumbre es parte de la materia prima con la que se construirá ese futuro; no dejemos que la complacencia de los éxitos pasados nos retrase, o que el miedo a lo desconocido nos paralice, y sigamos avanzando (acelerando) por la vía de la superación de nuestras limitaciones. Sólo así podremos seguir hablando de campañas récord por muchos más años.