Como parte de mi labor profesional se cuenta el trabajo de repasar la producción editorial de Cajamar Caja Rural antes de darla a imprenta. Esto me obliga a leer cientos de páginas de temas que no siempre son los que más me interesan o me gustan. En el caso del libro que voy a referenciar, tengo que reconocer que me acerqué a su lectura con cierto temor, sus 700 páginas son bastante disuasorias. Mi idea inicial era realizar una lectura diagonal, buscando básicamente desajustes en el estilo y poco más. Sin embargo, en cuanto terminé la lectura del primer apartado del libro supe que mi plan no sería posible. Terminé emborrachándome con la obra completa y disfruté enormemente durante el proceso: aprendí mucho y muy variado.
Debo agradecer este viaje a la visión de los dos coordinadores de la obra, Raúl Compés y Juan Sebastián Castillo, que han sabido ordenar una larga colección de temas de enorme interés, tanto para el que no conoce el tema como, creo, para el profesional del sector. Se tratan una enorme cantidad de temas y aspectos del mismo, se habla de producto, de estrategia, de denominaciones de origen, de mercados, de comunicación, de nuevos países productores, de historia. Una estimable colección de ingredientes elaborados por una treintena de expertos que han dado como resultado un gran reserva que desde su lanzamiento en diciembre de 2014 acumula dos ediciones en papel y casi 1.000 descargas a través de Internet.
Aunque yo recomendaría la lectura completa del documento, los lectores impacientes o los que no disponen de tiempo o del interés por la amplitud de temas pueden dirigirse en primer lugar al epílogo, donde Rafael del Rey, director del Observatorio Español del Mercado del Vino), realiza un repaso general de los retos a los que se enfrenta el vino en España. El primero de esos retos sería recuperar parte del consumo perdido en el mercado nacional. Esta reducción del consumo no es exclusiva de España y se produce en los países productores tradicionales, aunque dentro de nuestras fronteras reviste mayor intensidad. Las causas son diversas, y van desde el cambio en los gustos de los consumidores hasta la legislación del tráfico, pasando obviamente por las consecuencias de la crisis económica. Afortunadamente para el sector, el consumo está creciendo en otros lugares del mundo, lo que implica que las exportaciones están siendo y serán una parte fundamental del negocio vitivinícola nacional. En este sentido, el conocimiento del consumidor (del nacional y del foráneo) se convierte en una variable fundamental para garantizar la rentabilidad y la viabilidad a largo plazo de las bodegas españolas. Los informes públicos de los que disponemos nos informan de algunas tendencias interesantes: la preferencia creciente por vinos más frescos, el conservadurismo del consumidor tradicional, la preocupación por los precios, nuevas fórmulas de comercialización…
Siguiendo con esta vía aparecería el reto de los nuevos mercados. Si ya resulta complicado tener éxito en el mercado nacional, caracterizado por una abundancia casi infinita de referencias; el acceso a nuevos mercados, en los que el consumo va en aumento y, por tanto, a los que acuden una gran cantidad de competidores del resto del mundo, se convierte en una misión cercana a lo imposible. Estos nuevos consumidores no tienen los prejuicios de los existentes en los mercados tradicionales y están mucho más abiertos a la innovación. España es uno de los principales exportadores de vino del mundo, aunque, por desgracia, nuestros precios medios están por debajo de los otros dos grandes productores tradicionales: Italia y Francia. En este frente el reto no es tanto vender más, como se señala en diversos capítulos del libro, sino hacerlo mejor, pasando de ser meros exportadores a estar internacionalizados. Y añadiendo más valor a nuestra producción.
Este es otro de los retos primordiales, el del valor. España es un gran vendedor de vinos mundial, pero somos incapaces de obtener por nuestros caldos el precio unitario que logran italianos o, sobre todo, franceses. “España supone algo más del 9 % del total del comercio mundial de vino en valor y cerca del 20 % del total en volumen”, escribe del Rey en el epílogo, y la razón de la distancia entre estos dos porcentajes está en el peso diferencial que el vino a granel tiene para la cuenta exterior española. Debemos pues, intentar reducir el peso de esos graneles en nuestras exportaciones y aumentar progresivamente las de vinos envasados y espumosos que obtienen unos precios mayores.
Finalmente, el mundo del vino tiene por delante un reto común con el del conjunto de la economía española, el reto de la innovación. Aunque resulte paradójico que un sector tan vinculado con la tradición –no olvidemos que la tradición forma parte de la propia definición de muchos de nuestros vinos–, debemos reconocer que el momento actual está caracterizado por el cambio constante. El ritmo que nos han impuesto la tecnología y la inmediatez de la multiconexión implican que las modas sean cada vez más multitudinarias, pero también más efímeras. Y esto es un problema primordial para un sector en el que el periodo de producción de algunos de sus productos puede superar los 5 años. La buena noticia en este terreno es que los campos de actuación son numerosos y van desde el propio producto (las características organolépticas del vino) hasta la forma de comunicar, pasando por el envasado, el etiquetado, los canales de venta, la dosificación, la sostenibilidad, y un larguísimo etcétera.
A lo largo de las páginas del libro, una larga nómina de especialistas internacionales analiza una amplia variedad de temas que vienen a mejorar el conocimiento que sobre el mercado del vino se tiene en el mundo de la academia. Los dos coordinadores señalaron en la presentación del mismo la naturaleza única de este libro y se mostraron optimistas tanto por las vías de investigación que se abren después de cerrado este capítulo, así como por el futuro del vino español en el mundo.
Brindemos por ello… Con un buen vino español, por supuesto…
Esta semana hemos conocido que la crisis de Ucrania, en la que se mezclan nacionalismo, energía, salidas estratégicas al mar e intereses enfrentados de las grandes potencias, va a tener un efecto colateral sobre las exportaciones europeas (y, por ende, españolas) de alimentos.
El MAGRAMA hizo una rápida valoración de lo que iba a suponer el cierre de este importante mercado para los agricultores españoles en 337 millones de euros. Y la Comisión rápidamente ha anunciado que habrá compensaciones para las producciones afectadas, que son muchas y que precisamente son de las más importantes para nuestro país.
Lo cierto es que Rusia ya ha utilizado las restricciones a la agricultura europea en otras ocasiones, como cuando restringieron las importaciones de frutas y hortalizas de toda la Unión ante el escándalo de la bacteria e-coli en Alemania. Obviamente, los rusos saben dónde pegar: energía y agricultura son dos puntos sensibles en la Unión. El primero por nuestra debilidad y el segundo por nuestra capacidad y la dependencia subsiguiente de las exportaciones para colocar nuestras producciones.
En lo que respecta a España, nuestros flujos comerciales hacia el gigante del Este no son especialmente importantes en el conjunto del sector (1,2 % del total exportado en 2013), aunque en los últimos años han ido creciendo en presencia, al tiempo que Rusia y otras economías emergentes se convertían en una interesante (y necesaria) opción para expandir la actividad de nuestro pujante sector agroalimentario.
En los próximos gráficos vamos a intentar visualizar dichos flujos, centrándonos en los productos agrarios y alimentarios (los primeros 24 capítulos del Taric). En 2013 enviamos a Rusia bienes de dicha naturaleza por un importe de 584,6 millones de euros. Obviamente, no todos los apartados tuvieron la misma importancia, ya que las frutas acapararon el 27,0 % del total, seguidas de las carnes (19,8 %), las conservas de verduras y zumos (15,2 %) y las hortalizas y legumbres frescas (12,3 %). En conjunto, estos subsectores supusieron 3/4 partes del total y también suponen la mayor parte de los productos prohibidos, lo que sin duda supondrá un fuerte impacto en la balanza comercial bilateral.
Aportación de los diferentes capítulos a las exportaciones de Agricultura y Alimentos de España e Rusia en 2013 (en %).
Fuente: DATACOMEX
Aunque, como ya se ha mencionado, el peso de Rusia en nuestro comercio exterior apenas llega al 1,2 %, lo cierto es que en el capítulo de los productos de la agricultura y los alimentos, dicho peso es más elevado, y no solo lo fue en 2013 (1,6 %), sino a lo largo de por lo menos la última década:
Fuente: DATACOMEX
Obviamente, esto implica que el peso de la agricultura y la alimentación en las exportaciones al mercado ruso es mayor que el que tiene sobre el conjunto de las ventas al extranjero. Es más, dicho capítulo supone entre un 20 y un 30 % de las ventas a la potencia euroasiática según los años.
Fuente: DATACOMEX
Por otro lado, estas exportaciones han mantenido una tendencia creciente hasta un máximo alcanzado en 2012, seguido de un descenso importante del 26,3 % en 2013 (en los primeros 5 meses de 2014 se mantenía la tenencia decreciente). Es decir, España estaba teniendo un problema en el mercado ruso antes de las sanciones, aunque cabe la duda de si ese problema estaba relacionado con una debilidad transitoria de la capacidad de compra eslava o con un problema de competitividad de nuestros productos.
Fuente: DATACOMEX
A priori, estos descensos parecen correlacionarse de forma bastante fiel con la marcha del propio PIB ruso, por lo que podemos concluir que los grandes altibajos en las ventas han estado más relacionados con la coyuntura económica de Rusia que con variaciones en la competitividad de las ventas españolas de agricultura y alimentación, aunque la falta de datos al respecto de 2014 no permiten sacar conclusiones indubitativas.
Fuente: DATACOMEX
Finalmente, hemos querido ver la distribución de las exportaciones de manera regionalizada. Como era de esperar se denota también una alta concentración de las ventas, siendo Cataluña, Comunidad Valenciana y Andalucía, las que más aportan y las que, en consecuencia, más se verán afectadas.
Fuente: DATACOMEX
Las sanciones rusas serán por un año, pero en ese tiempo sus distribuidoras tendrán que buscar suministradores sustitutivos, lo que implicará que en muchos casos haya que volver a empezar casi de cero cuando las sanciones se eliminen. Y toda empresa que lo ha intentado sabe lo difícil que resulta entrar en un mercado extranjero. Y esto sin considerar los efectos que sobre los precios que puedan tener las expectativas del resto de los agentes mundiales de un exceso de producción en nuestras explotaciones agrarias.
Hace unos días se publicaba el Índice Multinacional el Clima de Confianza de los Agricultores Europeos. Se trata del resultado de una encuesta típica de confianza económica en la que se convierten datos sobre estados de ánimo y expectativas en variables que pueden seguirse en el espacio y en el tiempo.
Este tipo de encuestas tiene la virtud de que refleja muy rápidamente los cambios de tendencia en los estados de opinión de los colectivos encuestados y "adelanta" el desempeño económico de los agentes. La idea es que el resultado de la economía depende de las decisiones de los agentes económicos y si estos creen que el futuro irá mal, actuarán en consecuencia. Pero si estiman que mejorará, comenzarán a tomar decisiones de caracter expansivo. La verdad es que hay una enorme tradición de este tipo de encuestas, aunque casi siempre vinculadas a la industria y, más recientemente, a los servicios. Y es cierto que suelen adelantar el PIB.
Sin embargo, y para mi sorpresa, resulta que los datos que aparecen en el informe (que cuenta con copia en español) no contemplan a España. Seguramente será porque nadie en nuestro país se ha arrogado la difícil misión de hacer la encuesta. Y es una pena, porque no sólo se trata de una buena herramienta de previsión, sino que también puede servir para medir el pulso de la opinión de los agricultores, lo cual es relevante para las administraciones pero también para las organizaciones agrarias.
Por otro lado, España es una de las principales potencias agrarias del continente, por lo que nuestra ausencia en la ecuesta le hace perder representatividad. Con todo, el resumen del indicador es que los agricultores europeos (al menos los de la parte encuestada) ven una mejoría en la situación económica de sus explotaciones, y según pasan los meses, parece que esa sensación aumenta.
Eso es lo que dicen casi todos los resúmenes. La campaña 2012/2013 marcó nuevos máximos en lo que se refiere a superficie, volumen de producción, valor y exportaciones. La coyuntura estuvo con el campo almeriense; tras un comienzo que parecía poco prometedor, a partir de noviembre las condiciones climáticas cambiaron en Europa y las producciones almerienses comenzaron un rally que se prolongó por lo crudo del clima en el continente y que nos ha llenado de satisfacción, puesto que ha supuesto un cambio en las expectativas de los agentes y un vergel de brotes verdes para la economía provincial.
Sin embargo, los dos años “buenos” consecutivos no nos pueden ocultar las debilidades de las que adolece nuestro sistema. La primera de ellas, la que más evidente resulta y a la que más espacio se le suele dedicar, es la falta de una dimensión adecuada para afrontar los mercados en condiciones de igualdad con nuestra demanda, que es fundamentalmente la Gran Distribución. El crecimiento es la vía de supervivencia que han seguido multitud de cooperativas europeas cuando en sus países comenzó a producirse la concentración de la demanda. En España esa situación todavía es relativamente reciente y relativamente pequeña. Sin embargo, la crisis y el aumento de la competencia en el sector de la distribución minorista va a repercutir, casi con toda seguridad, en un aumento de la presión aguas arriba de la cadena y en una mayor concentración del poder de mercado –en la medida en la que se vayan quedando por el camino nuevos competidores o se concentren los ya existentes–.
La cuestión de la dimensión, por otro lado, está fuertemente correlacionada con aspectos tales como la mejora de la financiación, la internacionalización (más allá de la mera exportación), el I+D, la selección y retención de personal especializado y, por supuesto, la obtención de economías de escala. En Almería se ha venido produciendo esta concentración de la oferta de forma muy lenta. Y lo ha hecho a través de dos mecanismos: la concentración de empresas comercializadoras, que es la vía más rápida; y la selección de los propios agricultores, que poco a poco están optando por llevar sus producciones a las organizaciones más grandes (y que les ofrecen más servicios). En este sentido se ha cambiado bastante desde aquel primer análisis de la concentración que realizó la extinta FIAPA en 1989, aunque posiblemente no se haya avanzado tanto como hubiera sido deseable, ya que en este tiempo, la situación por el lado de la demanda se ha transformado en España de forma radical.
La segunda debilidad, posiblemente la más preocupante a largo plazo, es la escasa incorporación de valor que aportamos a nuestras producciones. Es cierto que nuestro sistema está especializado en la producción y venta de producto en fresco de alto precio individual (derivado de la contraestacionalidad y de la elevada calidad del mismo). Sin embargo, estas condiciones son relativamente accesibles para competidores terceros que apetecen acceder al suculento mercado europeo (uno de los más protegidos del mundo y de los de mayor poder adquisitivo). Si Almería continúa haciendo lo mismo que hasta ahora, es sólo cuestión de tiempo que surja un productor eficiente que nos reste cuota de mercado. Nuevamente es interesante valorar lo que ha ocurrido en otros mercados agroalimentarios que van adelantados sobre nosotros. Las comercializadoras han entrado en la producción de bienes de elevado valor añadido (a través del I+D y de la industrialización). Por supuesto no han dejado de obtener sus producciones tradicionales, pero las han complementado con otras, tales como aromas, componentes alimenticios básicos, compuestos para la farmacopea, etc. En nuestro caso, la IV y V gama parecen los primeros pasos más evidentes, aunque asumirlos supone la adquisición de una nueva batería de conocimientos y de inversiones que no todas las empresas están hoy en condiciones de asumir.
Finalmente, que no por último, nuestras producciones adolecen de demasiada uniformidad. Posiblemente esté relacionado con la dimensión y con la estructura actual de los mercados, pero muy pocas de nuestras producciones llegan al consumidor con una marca reconocible por éste. El frente del marketing, que no sólo es marca, no lo hemos desarrollado adecuadamente, al menos hasta el momento. Llamar la atención del consumidor, convencerle de que nuestro producto es mejor (y objetivamente suele serlo) y posicionarnos en su mente para que primero busque nuestra marca es uno de los retos más apasionantes a los que se enfrenta nuestro sector. Por supuesto, esto implica también la posibilidad de segmentar la demanda, por ejemplo, diversificando las presentaciones en función del público final: niños, adultos que almuerzan en el trabajo, hospitales y residencias asistidas, etc. Y no se trata de un imposible, en nuestro campo ya hay empresas que están realizando experiencias muy prometedoras en este campo. Posiblemente en este terreno la inversión más importante a realizar sea la de la imaginación.
Como hemos comentado, estas tres debilidades no son las únicas, aunque posiblemente si sean las principales. Obviamente, Almería y España cuentan también con evidentes fortalezas, las cuales le han llevado a convertirse en “la despensa de Europa”. Pero el futuro ni replica automáticamente al presente, ni está escrito en las estrellas, sino que depende de nuestra visión, de las acciones que llevemos a cabo en el presente y de cuestiones que, lamentablemente, escaparán a nuestro control. La incertidumbre es parte de la materia prima con la que se construirá ese futuro; no dejemos que la complacencia de los éxitos pasados nos retrase, o que el miedo a lo desconocido nos paralice, y sigamos avanzando (acelerando) por la vía de la superación de nuestras limitaciones. Sólo así podremos seguir hablando de campañas récord por muchos más años.
Dicen que ésta ha sido la madre de todas las crisis financieras. En España, además, se ha juntado con la explosión de nuestra burbuja inmobiliaria, lo que ha producido un efecto amplificador cuyos resultados se han dejado sentir a lo largo y ancho de nuestra sociedad, con un repunte acelerado de la tasa de paro.
Sin embargo, también ha sucedido algo muy llamativo. Una de las economías con mayor déficit comercial del mundo, junto con la estadounidense, se ha ajustado en tiempo récord hasta el punto de haberse (habernos) convertido desde hace unos meses en superavitarios. Es decir, hoy España exporta más de lo que compra al extranjero.
Ya sé que se puede aducir que el gran parón del consumo interno tiene que ver con ello. Y es cierto, las familias españolas han dejado de comprar como lo hacían, con una clara estrategia de desendeudamiento y de ahorro por razones de previsión. Pero esto no es suficiente explicación. España es uno de los países que menos cuota de mercado externo ha perdido desde la entrada de China en los mercados internacionales. Y, lo que es más importante, el número de empresas exportadoras ha recibido un importante impulso a lo largo de los años de crisis. Empresas que no han ido a mercados vacíos de competidores, sino que han tenido que desplazar a otros que satisfacían esas necesidades. Además, el grado de sofisticación de nuestros productos ha aumentado también, lo que significa una mayor capacidad de aportar valor. En este sentido, la estrategia seguida por las distintas DO y bodegas de la región es un ejemplo. La región, y especialmente algunas Denominaciones, han optado por la diferenciación en calidad de sus caldos.
El resultado, es que a lo largo de estos años de crisis, los únicos vinos castellano leoneses que han mejorado su precio de venta a nivel internacional (a pesar de la crisis mundial, a pesar de la competencia creciente) han sido los vinos de DOP y los de IGP. Los primeros han aumentado su precio por litro en un 3,5%, mientras que los vinos sin denominación de calidad cayeron un 14,3%.
La lección es clara, la internacionalización es una salida, a veces la única salida, pero debe basarse en una oferta de calidad diferenciada, ya que en mercado de las se ve fuertemente afectado por los vaivenes de la situación económica y mantienen una tendencia a la baja de sus precios.
La búsqueda del valor es la vía para la rentabilidad y para la permanencia a largo plazo en los mercados.
Cajamar ha publicado hace pocos días un nuevo estudio de su colección Informes y Monografías, dedicado en esta ocasión a realizar un balance del sector agroalimentario durante 2012. Por supuesto, dicho libro está a la disposición de quién lo desee o tenga curiosidad a través de su web.
En dicho trabajo se hace un repaso de las principales cifras de la agricultura, de la ganadería y de la industria de la alimentación y bebidas, intentando poner en conexión estos números con los comportamientos de precios, costes y empleo, y enmarcando el conjunto en el entorno económico internacional y nacional en el que se desarrolló el ejercicio. Son apenas 50 páginas, plagadas de gráficos y tablas que, la mayor parte de las veces hablan por sí mismos. Además, se incluye un primer capítulo a modo de informe ejecutivo en el que el lector podrá hacerse una idea muy aproximada de lo sucedido durante el ejercicio de 2012 en los distintos subsectores.
Es la voluntad del Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar lanzar cada año este resumen en el primer cuatrimestre del ejercicio y, en próximas ediciones, se irán refinando tanto el esquema general de la obra, como las fuentes estadísticas del mismo, con la intención de que se convierta en una herramienta básica de trabajo para el sector.
En los comentarios podéis ir poniendo qué os parece, y qué debemos hacer pata mejorarlo. Desde ya, os damos (os doy) las gracias por vuestras aportaciones.
En el Blog de FEDEA Nada es Gratis, Gerard Llobet dedica una entrada al Proyecto de Ley de la Cadena Alimentaria, aprobado recientemente por el Gobierno.
Su opinión se alinea con la defendida por la CNC en su famoso informe al anteproyecto de ley, en el que desmontaba muchos de los supuestos en los que se basaba el proyecto y lo dejaba seriamente tocado. Traigo a colación este artículo porque siempre me ha parecido interesante conocer todos los puntos de vista y en éste hay algunas cuestiones reseñables.
La idea de fondo es que la mejor regulación es la que no existe y, en cado de que tenga que existir, debe ser lo más neutra posible. Cuestión con la que yo podría llegar a estar de acuerdo si no fuera por un par de cuestiones, No estamos tratando con bienes normales, la agricultura no sólo provee bienes para el mercado, sino también algunos servicios de no mercado que no están siendo remunerados (o no en todos los casos) ante la dificultad de privatizar el uso de los mismos (sí, me refiero a los servicios ambientales).
Y, por otro lado, hay que asumir que disponer de una producción agraria propia es una cuestión estratégica. Posiblemente, lo más eficiente para un país como España sería subcontratar la defensa nacional a algún ejército más eficiente que el nuestro. Por ejemplo, el de Estados Unidos. Sin embargo, a nadie se le ocurre proponerlo por razones obvias. ¿No se dan cuenta de que el suministro alimentario ha sido desde siempre una cuestión de carácter estratégico para los ejércitos y los pueblos en guerra?
Por último, asumiendo que la PAC pueda estar distorsionando algunos mercados agrarios, lo cierto es que esto no es verdad en todos los casos, pero en nuchos de ellos se ha estado vendiendo producto por debajo de los costes de producción primaria, siendo el caso más llamativo el de la leche, pero lo mismo pasa todos los años en algunos momentos de la campaña con las hortalizas y éstas no están precisamente protegidas por la denostada PAC.
En fin, recomiendo su lectura y la de los comentarios que han realizado los lectores, que suponen un interesante debate al respecto.
Anoche liberamos el último número de Coyuntura Agroalimentaria que, es cierto, se nos ha retrasado un poco. Este tipo de documentos no pretende descubrir nada nuevo, la idea de partida es arrojar una visión rápida, general y veraz de la siuación de un sector en un determinado momento del tiempo. Así llevamos intentándolo hacer desde hace dos años desde el Servicio de Estudios de Cajamar. En esta ocasión, los datos recogidos ponende manifiesto que las tensiones generadas en la diminución de la oferta (sobre todo de la oferta de cultivos de secano), junto con la contracción del consumo nacional ha provocado un aunento de los precios, aunque, por lo general, insuficientes para cubrir el crecimiento de los costes de producción corrientes. impulsados por la propia escasez de cereales y el aumento de los precios energéticos y todos sus derivados. Por otro lado, las exportaciones siguen siendo la vía de escape de las producciones primarias e industriales de España, aunque la coyutura en la Eurozona no es precisamente optimista con respecto a los próximos meses.
Ante un entorno económico general con pocas novedades y aún sometido a las presiones de la crisis del euro, los consumidores nacionale se han mantenido fríos, aunque menos en lo que respecta a los alimentos que en lo referente al conjunto de bienes de consumo. Por otro lado, las producciones se han visto afectadas por la falta de lluvias del pasado año hidrológico, sobre todo los secanos.
La producción de carne y de alimentos procesados han sufrido el impacto de la crisis, de forma que la primerase ha visto mermada en las ganaderías de mayor precio, creciendo sólo de forma clara el porcino. Con respecto a la segunda, los alimentos procesados están ahora en fase recesiva, mientras que las bebidas han cambiado la tendencia para pasar a crecer un 1,6%.
Nuevamente ha sido la demanda externa la que ha permitido al sector agroalimentario mantener su actividad. En este sentido, particularmente brillante ha sido el comportamietno de las exportaciones de alimentos procesados y bebidas.
Desde el punto de vista de los costes, a pesar de que los salariales se han moderado de forma importante en casi todos los subsectores, lo cierto es que los precios de los insumos corrientes han sufrido imiportantes tensiones inflacionistas, por lo que han compensado en parte el comportamiento de la mano de obra.
El reflejo de todas estas cuestiones en los precios ha sido una tendencia ascendernte de los precios agrícolas, miestras que los ganaderos mantienen una tendencia decreciente, ambos ahora en torno al 10% interanual. Lod precios de los alimentos procesados han sufrido una clara aceleración en los últimos meses, mientras que los de las bebidas se mantienen estables.
Precios percibidos por los agricultores: Tasas de variación interanual
Fuente: MAGRAMA
Continuamos aquí el análisis de las dos leyes anunciadas en octubre por el MAGRAMA y que, en función de su configuración definitiva, pueden suponer un verdadero revulsivo para la cadena de valor agroalimentaria española:
El principal instrumento que se utiliza para lograr el objetivo de entidades asociativas más grandes y eficientes es el de la “entidad asociativa prioritaria”, un reconocimiento que suponemos concederá el Ministerio y que requerirá de una dimensión mínima y que tendrá carácter supra autonómico, lo que entendemos es indispensable para lograr que el instrumento sea operativo y pueda lograr dimensiones eficientes, superando las barreras que en ocasiones imponen las legislaciones autonómicas. Lograr este reconocimiento para la cooperativa, SAT u Organización de Productores supondrá la prioridad a la hora de obtención de ayudas y beneficios, formación y asistencia técnica, seguros agrarios combinados, procesos de innovación, incorporación de tecnologías y financiación preferente.
Se desconocen de momento los pormenores de esta nueva legislación, pero los mimbres parecen señalar en la dirección correcta. No obstante, se corre el peligro de un diseño de incentivos que facilite la suma de problemas e ineficiencias para el logro de las ayudas y ganar tiempo, antes que la búsqueda de complementariedades y el fortalecimiento de las ventajas competitivas.
Asimismo, la Ley relativa a la cadena agroalimentaria trae consigo la obligación de la formalización de contratos, la prohibición de los pagos comerciales no contemplados en dicho contrato y la libre adhesión a códigos de buenas prácticas. Nada de lo propuesto es nuevo, muchas de las medidas propuestas ya funcionan en otros países. De hecho, aquí se ha optado por un modelo mixto, entre el anglosajón autorregulado y el continental administrado. El objetivo final es que el mercado gane en transparencia, que permita unas relaciones más equilibradas entre los distintos eslabones de la cadena. Y, para que el sistema funcione, se establecen un mecanismo de control (el observatorio de la cadena alimentaria) y un régimen sancionador.
Entendemos que este nuevo andamiaje legal puede contribuir a que el sector agroalimentario español (y especialmente el de origen cooperativo) encare con éxito esta nueva década. No obstante, hay que lograr que lo que hoy son anteproyectos de Ley entren en vigor cuanto antes, a ser posible dentro de esta misma legislatura, y que tanto los incentivos en la Ley de asociacionismo agrario, como las sanciones en el caso de la Ley de mejora de la cadena alimentaria se diseñen con el suficiente tino como para que surtan efecto. También sería de agradecer una unanimidad por parte de los grupos parlamentarios en su aprobación, y que cualquier salvedad por parte de la Comisión Nacional de la Competencia tenga en cuenta la realidad del mercado (como bien define ella mismos en su informe de 2011).
En cualquier caso, se abre ante nosotros una verdadera ventana de oportunidad institucional. Ambas leyes pueden fortalecer nuestro sistema productivo, pueden mejorar su capacidad de resistencia y de resiliencia y, por tanto, no podemos dejar pasar la ocasión. El sector debe transmitir al Ministerio la urgencia de la puesta en marcha de ambas iniciativas legales, al tiempo que prepara sus estructuras para la misma. Nunca antes había existido un clima tan favorable para propiciar el crecimiento dimensional de las empresas comercializadoras.
Pero, al mismo tiempo, no se debe dejar de mimar y cuidar el principal activo toda la cadena: el binomio producto-consumidor.
Esta mañana, en la presentación en Valladolid del número 2 de los Cuadernos de Estudios Agroalimentarios, dedicado a los sistemas productivos locales agroindutriales (SPLA), me he acordado de una de las cuestiones que nos llevaron a dedicar un monográfico a este asunto: la capacidad que tienen estos sistemas de resistir y rehacerse ante situaciones de crisis. Eso que los ecólogos llaman resiliencia.
Respecto a los motivos que hay detrás de esta virtud, es evidente que algunos serán específicos, pero otros muchos son comunes. En primer lugar, los SPLA se basan en una categoría de productos menos sensibles a los cambios en la renta de los consumidores. Aunque las familias se fijan cada vez más en el precio, no dejan de comprar alimentos y, si lo hacen s en mucha menor intensidad que otro tipo de bienes. Esto, que en general es cierto, explica que la demanda de estos productos no se vea tan afectada y que por comparación termine siendo un sector más atractivo durante las crisis que en los momentos de bonanza en los que hay multitud de alternativas de inversión.
Pero es que, además, en los SPLA se producen normalmente relaciones de coocompetencia (cooperación y competencia) entre las empresas, de forma que se comparten informaciones, conocimientos y códigos de conducta que favorecen la continuidad del sistema. O sea, el conjunto completo es mucho más valioso que la suma de las individualidades. Asimismo, se suelen crear relaciones de complicidad con las sociedades en los que se desarrollan, por lo que es mucho más sencilla la relación con las administraciones cercanas o con instituciones implicadas (sindicatos, organizaciones de productores, etc.). Es decir, es fácil que surjan objetivos comunes deseables por todos o casi todos y que sean perseguidos por todo el territorio que los soporta.
Y esa es otra de las ventajas: el vínculo territorial fuerte, normalmente basado en la disponibilidad de un recurso natural o en la existencia de unas condiciones ambientales especiales y específicas para algún tipo de producción (agrícola o ganadera). Esto implica que existan economías de localización evidentes en la pertenencia a un determinado territorio (p.e. Guijuelo, Jijona, Rioja o Estepa son nombres de lugares con una honda repercusión alimentaria).
El número presentado esta mañana es un compendio de SPLA. No están todos los que son, pero si que son todos los que están, siendo posiblemente el primer libro (en realidad, revista) en la que se tratan tantos y tan diversos casos. Como decía en la rueda de prensa, creo que en ningún otro de nuestros trabajos se refleja también el triple compromiso de la Fundación Cajamar, con la difusión del conocimiento, del desarrollo local y de la economía social. Los 11 artículos más la introducción del coordinador, José Ángel Aznar, son un excelente glosario de algunos de los sistemas productivos más significativos de nuestro país y en sus páginas se encierran muchas más claves que las que yo he sido capaz de enunciar aquí para explicar el porqué de la resiliencia de los distritos agroindustriales.
Volvamos a darle vueltas a los mercados, y a las cadenas de suministro. Pero hagámoslo desde el final: el consumidor. No cabe duda que estos tiempos de crisis galopante en el que la tasa de paro se dispara y la renta real se resiente no son buenos para el consumo. También sabemos que, no obstante, tanto frutas como verduras (en general, los alimentos) tienden a tener una menor elasticidad renta, de forma que su sensibilidad a los cambios en la renta de los consumidores no es muy elevada, tanto cuando ésta crece, como cuando cae. Incluso, podría ocurrir que su consumo aumentara frente a la caída de la renta, denotando su naturaleza de bienes de primera necesidad.
Los datos del panel de consumo alimentario que nos ofrece el MAGRAMA, nos permiten monitorizar el comportamiento de los hogares españoles a la hora de consumir alimentos y bebidas. Para esta entrada vamos a fijarnos en las frutas y las hortalizas frescas (sin distinguir por productos, que no se trata de realizar un complejo trabajo econométrico). En general podemos ver que la crisis le ha sentado bien al consumo de frutas y hortalizas en los hogares (Gráfico 1). No es de extrañar ya que, además de ser bienes de primera necesidad, se ha producido un importante retroceso del consumo de alimentos fuera del hogar, lo que significa que las familias han vuelto a cocinar en casa con mayor asiduidad y tienen que poner más cantidad en el carro de la compra.
Gráfico 1.
Sin embargo, es interesante consignar que este incremento de consumo (en suma, una mayor demanda) ha venido acompañado de un menor gasto, tras el máximo registrado en 2009/2010 (Gráfico 2). Lógicamente, esto ha sucedido porque los precios no se han movido apenas o lo han hecho a la baja en términos nominales (en términos reales, es decir considerando la inflación, han descendido en cualquier caso) (Gráfico 3).
Gráfico 2.
Gráfico 3.
Para que se tenga una idea de magnitud, el volumen de consumo ha aumentado en la última campaña un 1,5% en frutas y un 0,8% en hortalizas con respecto a la media de las tres últimas campañas. En ese mismo ámbito de comparación el gasto de los hogares se redujo un 1,5% en frutas y un 1,8% en hortalizas. El precio aparente de dichos bienes cayó un 3,0% y un 2,5% respectivamente en términos nominales.
Desde el punto de vista empresarial no parece que tenga mucho sentido bajar precios sin que esto suponga aumentar los ingresos (se sobreentiende que el gasto de los consumidores coincide, IVA aparte, con los ingresos de los minoristas). Lo ideal sería que un descenso del precio provocara un aumento del consumo suficiente para compensar la pérdida de ingresos unitarios. Se me ocurren varios tipos de factores, que además pueden concurrir casi todos a la vez, para que esto no sea así:
1. Desciende la demanda del producto por falta de interés de los consumidores.
2. Los costes de producción se han reducido y, por tanto, se puede ofrecer el producto más barato.
3. La presión de la competencia hace que los precios caigan (aunque la inflación no se reduce, ni siquiera la subyacente).
4. La capacidad de compra de la demanda final es tan débil que se desplomaría el consumo fuertemente de no producirse un descenso de los precios.
5. Que el margen comercial de estos bienes no sean excesivamente relevantes para el minorista o que use estos productos de primera necesidad como elementos reclamo para atraer a los consumidores a su establecimiento.
Desde el punto de vista de los consumidores, ni que decir tiene, es mucho mejor tener a su alcance productos a unos precios más bajos. Pero, desde el punto de vista de la cadena de valor, deberíamos averiguar en qué medida los precios bajan por cada una de las razones expuestas (o por otras) y, sobre todo, cuánto de neutral es cada una de ellas para la distribución del valor añadido a lo largo de la cadena. Aunque supongo que cada lector ya tiene en la cabeza su propia respuesta… (y que debería escribir en los comentarios).
Nota: las campañas están medidas de agosto a julio.
(Columna Apuntes desde el Sur, en El Economista)
Un sector que desde el comienzo de la crisis ha mostrado un comportamiento exportador claro ha sido el agroalimentario. Disponemos de conocimientos, tecnología y sensibilidad para ser líderes.
La economía española se encuentra nuevamente asediada por la desconfianza. En el momento en el que redacto estas líneas, el ministro de economía, como San Pedro, ha negado el rescate en repetidas ocasiones y desde el Gobierno comienza a filtrarse un cierto aire de desesperanza. El dato de PIB adelantado del segundo trimestre nos muestra y que busca desesperadamente una salida.
A falta de una devaluación competitiva, y con una austeridad fiscal impuesta a sangre y fuego, la única opción que le queda a España es la . Y eso es lo que estamos haciendo. Esta vía de salida de la crisis, tarde o temprano dará sus frutos, aunque si no se acompaña de medidas favorecedoras del crecimiento, los tiempos y los sacrificios sociales serán mayores. En esta tesitura, la a, y las empresas se han aplicado a ello. De ahí la mejora sostenida de nuestro déficit comercial y el histórico superávit con nuestros socios europeos.
La Fundación Cajamar acaba de publicar el número 3 de la revista especializada dedicada en esta ocasión a las estructuras de invernaderos (se puede descargar aquí). En las páginas del número se pueden encontrar análisis referentes a la influencia de la estructura en el microclima del invernadero, informes sobre diversos tipos de cubierta plástica y técnicas de manejo del invernadero en el arco Mediterráneo. Asimismo, se dedica un espacio importante a la perspectiva medioambiental, con un análisis pormenorizado de las posibilidades de reciclado o reutilización de los residuos y subproductos o la aplicación a la agricultura invernada de la metodología del Ciclo de Vida del Producto.
La importancia del uso de cubiertas plásticas que se toma hoy casi como un hecho natural fue una de las grandes innovaciones que permitieron el éxito de la agricultura protegida en el litoral almeriense. Una vez que los sondeos del viejo INC alumbraron las aguas acumuladas en el acuífero, el trinomio enarenado-plástico-trabajo hizo el resto. Las más de 25.000 hectáreas invernadas de Almería son un complejo ecosistema en el que las innovaciones tecnológicas se suceden con rapidez: enarenado, invernadero parral, riego localizado, semillas híbridas, nuevas estructuras de invernadero (particularmente el denominado “raspa y ”), polinización por abejorros, robotización de la estructura y del riego, control biológico, etc. Las claves de la rápida transmisión de la tecnología en un ámbito en el que aún predomina la pequeña explotación de origen familiar están, a nuestro juicio, relacionadas con, por un lado, el gran número de técnicos de campo que desde el principio ha habido en la provincia y, por otro lado, la constante necesidad de aumentar los rendimientos ante la tendencia de los precios a la baja (en términos reales, véase gráfico).
Evolución de precios, rendimientos físicos e ingresos por unidad de superficie en los invernaderos de Almería. Índice 1975=100
Fuente: Fundación Cajamar.
La tendencia secular de los precios reales a la baja y el paralelo aumento de los costes de producción, entre los que la mano de obra es el principal componente, hace que el ingreso medio por unidad de producto a largo plazo tienda a cero. La única salida de esta especie de tijera entre precios y costes es el aumento de los rendimientos, de forma que los ingresos por unidad de superficie se mantengan o aumenten. Inicialmente, la obtención de cultivos más tempranos permitía, además, mejorar las cotizaciones, pero una vez cubierto el período anual esta vía ya no deviene en nuevas mejoras. La búsqueda de mejores rendimientos, pues, impulsa la investigación en nuevas estructuras, complementadas cada vez más con manejos y técnicas específicas para cada tipo de invernadero y especie cultivada.
El lector paciente que haya llegado hasta este punto se preguntará hasta cuándo se puede seguir en esta carrera de mejora continua de rendimientos. Obviamente estamos tratando de procesos biológicos, sometidos a las leyes de la naturaleza, por lo que existe un límite a estas mejoras o, por lo menos, un punto a partir del cual los costes de la implantación de una nueva tecnología no compensen los ingresos obtenidos. ¿Es la tijera entre precios y costes un proceso irreversible? La creciente globalización de los mercados agrarios podría hacer pensar que sí, pero no olvidemos que, al final, una de las principales materias con las que trabaja el sistema agroalimentario de un país desarrollado es la confianza (como las finanzas), y ésta puede seguir determinando la preferencia de unos productos sobre otros. Pero eso es tema para otra entrada…
El mundo ha cambiado en muy poco tiempo y, de la misma forma que las innovaciones tecnológicas se acumulan y aceleran, los cambios en el mercado agroalimentario también lo hacen. En la presentación que adjunto, preparada para una conferencia a un grupo heterogéneo de personas en un pueblo almeriense de fuerte tradición naranjera. Decía la persona que actuó de maestro de ceremonias que "antes con una cuerda de naranjos se le podían dar estudios a los hijos, pero que ahora eso no puede hacerse con menos de 50 hectáreas". Este tipo de comentario me los he encontrado a lo largo y ancho de España, siempre referido a diversas producciones. Hoy, en la situación actual del mercado, el tamaño importa. Y mucho: como fuente de economías de escala. como origen de una cierta capacidad de negociación, como fórmula para compensar el retroceso de los precios medios percibidos por los productos.
En la presentación no se trataba de buscar soluciones, mi pretensión era contarles por qué las cosas son como son y darles argumentos para realizar un buen diagnóstico y buscar soluciones. Sobre ellas hablamos en el turno de debate y, como siempre, la cooperativización salió a escena. En este caso, contaban con una experiencia fracasada, que había dejado tan mal recuerdo que ya daban por descartada la cooperativa como solución. Pero ese es un tema del que hablaremos en otra ocasión.
Ahora que parece que el origen del Universo podría ser más que una mega-explosión, una macrocongelación, tal vez deberíamos comenzar a mirar al euro como a una estrella en vías de implosión.
Como las estrellas, durante su origen y primeros años de vida, se alimentó del combustible con el que contaban las partes más luminosas: una liquidez sin reservas que inflaba en diversos países de la Unión burbujas de deuda, unas basadas en los activos financieros, otras en los sistemas bancarios y otros en el mercado inmobiliario. Mientras estas burbujas crecían, el euro tenía materia y energía para quemar y seguir dándonos luz. Sin embargo, cuando las hipertrofias generadas por las burbujas fueron notorias hasta para los optimistas más irredentos, los mecanismos de combustión se pararon. La estrella euro comenzó a morir.
En la Fundación Cajamar acabamos de publicar nuestro último número de nuestro trimestral Coyuntura Agroalimentaria. En esta ocasión, las cuestiones que más me han llamado la atención son, por un lado, la prolongación de la situación de crisis, ante la cual parece que los países europeos siguen actuando con una parsimonia que, lejos de transmitir seguridad comienza a parecer incapacidad; y en segundo lugar, la vuelta a los esquemas de mercado de hace dos trimestres.
En un entorno tan desfavorable, la economía española sigue capeando su propio temporal, en medio de una tormenta perfecta con la economía real y la financiera prácticamente colapsadas. Ante la imposibilidad de contar con la política monetaria y sin prestamista de última instancia, las únicas salidas posibles son la devaluación interna (a través de la reducción de los costes, principalmente de los salariales) y la opción de las exportaciones. Pero el mundo también se está parando… Y la subida del IVA está llegando…
Mientras Gobiernos y países se pasean por el borde de una navaja, el sector agroalimentario se encuentra que vuelve a ser presionado. Cuando las cotizaciones de los productos primarios parecía que se recuperaban un poco y los costes comenzaban a contenerse, la realidad ha querido que en este último trimestre la situación cambie y se vuelva a la tendencia anterior. Esto es: crecimiento de los costes y contención de los precios percibidos. A esta situación se le ha venido a sumar el impacto de la climatología adversa del invierno y primavera y el comienzo de un nuevo tiempo de sequía. Incluso las exportaciones han mostrado un cierto cansancio (fruto del empeoramiento general en la Eurozona).
Ante la cascada de datos a veces uno piensa que la disyuntiva es cortarse las venas o dejárselas largas. Sin embargo, y a pesar de todo, siempre hay motivos para la esperanza. Aunque el sacrificio en términos sociales es innegable, la economía española en su conjunto ha mejorado de forma sustancial su productividad y, por tanto, su competitividad. La mejor forma de verlo es comprobar la evolución de nuestro saldo comercial con la Zona Euro: a pesar de todas las cosas negativas que suceden, hemos sido capaces de dar la vuelta a la tortilla en nuestro mismo entorno monetario (ver Gráfico). Es cuestión de tiempo, pero saldremos de ésta… Y con toda probabilidad, nuestro sector agroalimentario será una pieza importante de la solución.
En este blog hemos comentado en otras ocasiones el buen comportamiento que ha tenido el agroalimentario español durante la crisis. Hemos hablado de las exportaciones, del acceso al crédito y de la innovación y el conocimiento. Todo ello no es más que el reflejo de una mejora de la competitividad. Y la competitividad, tarde o temprano, pasa por la productividad, o por una mejora en la captación de valor añadido. Hoy vamos a ahondar un poco en el comportamiento de esta variable usando para ello los datos de la Contabilidad Nacional que elabora el INE.
Como todo el mundo sabe, no es precisamente este un sector que se caracterice por una elevada productividad (Gráfico 1). Tanto la del primario, como la de la industria de los alimentos, la bebida y el tabaco, es muy inferior a la del conjunto de la economía.
Gráfico 1.
Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE
Además, si ponemos en perspectiva temporal los datos, nos damos cuenta de la menor capacidad tradicional de las dos componentes agroalimentarias para mejorar su productividad (Gráfico 2), siendo ampliamente superada por el conjunto de la economía en el que la presencia de los servicios es mayoritaria. Sin embargo, en este mismo gráfico ya se vislumbra que, mientras que la pendiente de las líneas de la industria y el primario siguen manteniendo una pendiente elevada, la del conjunto de la economía se ve terriblemente afectada por la crisis y retrocede.
Gráfico 2.
Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE
Obviamente, este comportamiento distinto provoca que las diferencias se estrechen. Pero, si enfocamos a los datos de la crisis (tomando 2007 como año base), vemos que el diagnóstico aparece ya meridianamente claro (Gráfico 3). Tras el bache de 2009, la productividad en los dos sectores del agroalimentario ha aumentado de forma importante, en torno a un 25 % en ambas ramas. Por lo tanto, ya tenemos una evidencia sólida. El comportamiento de la productividad en las ramas agroalimentarias ha sido mucho más favorable durante los años de crisis que en el conjunto de la economía, por lo que su ganancia de peso y de importancia en la economía española ha sido fruto de un comportamiento continuado, menos intenso que en el conjunto de la economía, pero mucho más estable.
Gráfico 3.
Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE