Otra vez estamos a vueltas con la leche. O, más bien, con los precios de la leche. El mismo año que terminan las cuotas lácteas, nos encontramos con bricks expuestos al público a precios por debajo de lo razonable (o de la suma de los costes de producción y envasado). ¿Es que ha bajado la demanda? Pues, según el panel de consumo alimentario, el consumo de las familias habría caído en volumen un 2,2 % hasta noviembre. Es decir, que a priori, sería razonable una cierta caída del mismo.
Sin embargo, hay algún otro factor importante, que viene dado por el lado de la oferta comercial. Aunque en los registros del INE no es posible encontrar una referencia al respecto, en este artículose afirma que la superficie comercial está en aumento en España, mientras que la población ha comenzado a decrecer. Esto, de ser cierto, sería una nueva muestra del aumento de la competencia en el segmento de la distribución minorista del que ya se ha hablado en otras ocasiones. Dicha intensificación de la competencia estaría llevando a que determinados productos sirvieran de reclamo a los consumidores.
El artículo referenciado pide a los consumidores que cuando compren piensen en lo que están haciendo. El problema es que si el consumidor ve un producto a determinado precio entiende que si alguien lo vende será porque o gana dinero o forma parte de una estrategia comercial. Y, de la misma manera que es muy complicado convencer a la gente de que paqgue por música o cine que se baja gratis de Internet, también lo es que voluntariamente vaya a pagar más por un producto alimenticio sobre todo cuando los presupuestos familares se han visto terriblemente afectados por la crisis.
En realidad, si la pérdida fuera asumida por el minorista como parte de su política comercial, el problema no sería tal, o solo serí asuyo. Este surge si, como resultado de una situación de mercado desequilibrado, el minorista puede obligar al resto de la cadena aguas arriba a absorber una parte o la totalidad de esas pérdidas. Ese es el comportamiento ue habría que perseguir.
Recuerdo de mis años de estudiantes de economía que se decía que en una guerra de precios siempre terminan perdiendo todos, porque el precio final será menor que el inicial. Sin embargo, en este caso, los que perderían serían, no los contendientes en la guerra, sino sus proveedores.
Otra vez estamos a vueltas con la leche. O, más bien, con los precios de la leche. El mismo año que terminan las cuotas lácteas, nos encontramos con bricks expuestos al público a precios por debajo de lo razonable (o de la suma de los costes de producción y envasado). ¿Es que ha bajado la demanda? Pues, según el panel de consumo alimentario, el consumo de las familias habría caído en volumen un 2,2 % hasta noviembre. Es decir, que a priori, sería razonable una cierta caída del mismo.
Sin embargo, hay algún otro factor importante, que viene dado por el lado de la oferta comercial. Aunque en los registros del INE no es posible encontrar una referencia al respecto, en este artículo se afirma que la superficie comercial está en aumento en España, mientras que la población ha comenzado a decrecer. Esto, de ser cierto, sería una nueva muestra del aumento de la competencia en el segmento de la distribución minorista del que ya se ha hablado en otras ocasiones. Dicha intensificación de la competencia estaría llevando a que determinados productos sirvieran de reclamo a los consumidores.
El artículo referenciado pide a los consumidores que cuando compren piensen en lo que están haciendo. El problema es que si el consumidor ve un producto a determinado precio entiende que si alguien lo vende será porque o gana dinero o forma parte de una estrategia comercial. Y, de la misma manera que es muy complicado convencer a la gente de que paqgue por música o cine que se baja gratis de Internet, también lo es que voluntariamente vaya a pagar más por un producto alimenticio sobre todo cuando los presupuestos familares se han visto terriblemente afectados por la crisis.
En realidad, si la pérdida fuera asumida por el minorista como parte de su política comercial, el problema no sería tal, o solo serí asuyo. Este surge si, como resultado de una situación de mercado desequilibrado, el minorista puede obligar al resto de la cadena aguas arriba a absorber una parte o la totalidad de esas pérdidas. Ese es el comportamiento ue habría que perseguir.
Recuerdo de mis años de estudiantes de economía que se decía que en una guerra de precios siempre terminan perdiendo todos, porque el precio final será menor que el inicial. Sin embargo, en este caso, los que perderían serían, no los contendientes en la guerra, sino sus proveedores.