Ya que estamos en verano, les propongo un pequeño ejercicio de agudeza visual. Sin mirar la leyenda, que es dónde está la solución, ¿podrían decirme cuál de las líneas de este gráfico es la de los precios de la leche cruda en Dinamarca?

Fuente: Obrservatorio Europeo del Mercado Lácteo

Imagino que casi todos ustedes habrán acertado. Pero el pasatiempo no acaba aquí, ¿cómo es posible que en un país en el que debe ser mucho más barato producir leche los precios de la misma sean sistemáticamente superiores a los españoles?

Esta pregunta no tiene una respuesta tan sencilla. Puede estar relacionado con la estructura interna de los mercados y sus diferentes grados de apertura, aunque con ambos países dentro de la UE esto no debería pasar. No obstante, intuyo que una de las razones más poderosas es precisamente de mercado y de organización del mismo. El peso del cooperativismo lechero danés es muy superior al español. De hecho, fijénse en este otro gráfico y piensen en ello mientras se toman un mojito, o un batido fresco, a la sombra de un chiringuito...

Fuente: Tomado de Gabriel Trenzado (2013)

Vacas low cost David Uclés Aguilera Feb 23, 2015 - 23:00

Otra vez estamos a vueltas con la leche. O, más bien, con los precios de la leche. El mismo año que terminan las cuotas lácteas, nos encontramos con bricks expuestos al público a precios por debajo de lo razonable (o de la suma de los costes de producción y envasado). ¿Es que ha bajado la demanda? Pues, según el panel de consumo alimentario, el consumo de las familias habría caído en volumen un 2,2 % hasta noviembre. Es decir, que a priori, sería razonable una cierta caída del mismo.

Sin embargo, hay algún otro factor importante, que viene dado por el lado de la oferta comercial. Aunque en los registros del INE no es posible encontrar una referencia al respecto, en este artículo se afirma que la superficie comercial está en aumento en España, mientras que la población ha comenzado a decrecer. Esto, de ser cierto, sería una nueva muestra del aumento de la competencia en el segmento de la distribución minorista del que ya se ha hablado en otras ocasiones. Dicha intensificación de la competencia estaría llevando a que determinados productos sirvieran de reclamo a los consumidores.

El artículo referenciado pide a los consumidores que cuando compren piensen en lo que están haciendo. El problema es que si el consumidor ve un producto a determinado precio entiende que si alguien lo vende será porque o gana dinero o forma parte de una estrategia comercial. Y, de la misma manera que es muy complicado convencer a la gente de que paqgue por música o cine que se baja gratis de Internet, también lo es que voluntariamente vaya a pagar más por un producto alimenticio sobre todo cuando los presupuestos familares se han visto terriblemente afectados por la crisis.

En realidad, si la pérdida fuera asumida por el minorista como parte de su política comercial, el problema no sería tal, o solo serí asuyo. Este surge si, como resultado de una situación de mercado desequilibrado, el minorista puede obligar al resto de la cadena aguas arriba a absorber una parte o la totalidad de esas pérdidas. Ese es el comportamiento ue habría que perseguir.

Recuerdo de mis años de estudiantes de economía que se decía que en una guerra de precios siempre terminan perdiendo todos, porque el precio final será menor que el inicial. Sin embargo, en este caso, los que perderían serían, no los contendientes en la guerra, sino sus proveedores. 

Cuando un sector está sometido a muchos altibajos, no es fácil deducir si está bien o mal. Y no es fácil, porque las variaciones en ingresos y gastos no son homogéneos a lo largo del tiempo y porque pueden no guardar relación con la situación de las empresas, aunque es evidente que aquellas sí que pueden terminar teniendo repercusiones sobre esta.

Las asociaciones de agricultores de la provincia de Almería me pidieron hace unos días que sintetizara en unos pocos minutos la evolución de los márgenes comerciales de sus explotaciones. Querían encontrar un sustento en su pretensión de negociar un ajuste en la fiscalidad de sus empresas.

Han tenido buen cuidado en dejar claro que no es que quieran "escaquearse" del pago, sino pretenden que sus obligaciones impositivas no terminen por hundir sus economías. Antes de nada, creo que es de recibo que explique algunas cosas, como la tendencia en los últimos tiempos a que el valor añadido se agregue y se quede en los segmentos del diseño del producto en la venta minorista del mismo. La producción (que fue la estrella de la revolución industrial) es hoy una mera commoditi; la posibilidad de segmentar los procesos productivos en diversos países (una de las características principales de la globalización). En el mercado agrario supone que el valor se crea en la fase de definición del producto (semilla o innovación agroalimentaria en la industria), y en la venta al por menor, lo que se ha venido a denominar gran distribución. Añádase a esto el enorme proceso de concentración que se ha producido en sendos mercados (semillas y distribución minorista de alimentos). El resultado es que por el lado de los costes y de los precios a los agricultores aumentan, y siempre en el sentido de reducir el margen.

El proceso continuo de reducción de márgenes tiene repuesta en los esfuerzos de los productores por recuperarlos. En Almería está estrategia ha venido de la mano del adelanto de las cosechas y del aumento de la productividad física. Es decir, a través de la innovación y mejora continua de la tecnología.

Sin embargo, la tendencia a largo plazo es machacona. Los márgenes caen. Los precios reales caen (es decir, eliminado el efecto de la inflación). Para mantener ingresos, las explotaciones precisan crecer (y están creciendo), y la comercialización debe concentrarse para mejorar el poder de negociación sobre los precios (también se está produciendo). Son procesos lógicos que, por desgracia, dejan en el camino a muchos agricultores que, por incapacidad o por simple mala suerte, quedan orillados en la historia del sector.

Independientemente de que se consiga una mejora de la rentabilidad disminuyendo la presión fiscal sobre el sector, la agricultura tiene que lograr vencer el reto de la productividad y de obtención de unos volúmenes mínimos de venta que les permita ganar grados de libertad en la gestión de sus costes e ingresos.

Y, para que no sólo sea mi palabra, les dejo una presentación en la que ilustran estas reflexiones:

La OCDE y la FAO acaban de lanzar un informe sobre predicciones en los mercados agrarios hasta el año 2022. Aparte de la enorme dosis de voluntad que demuestra un ejercicio semejante (el plazo de tiempo es enorme), lo cierto es que algunas de ellas nos parecen bastante razonables (hoy, que a saber lo que sucede a partir de mañana).

Uno de los supuestos básicos es que en los próximos años se va a ralentizar el ritmo de crecimiento de la productividad. Es evidente que las mejoras más importantes en este terreno se producen por la explotación de tierras más fértiles (lo que no parece que suceda, toda vez que esas tierras ya están en producción); el avance del regadío (que es actualmente una de las fuentes de mejora, aunque otros organismos prevén que el acceso a los recursos hídricos para riego va a estar muy limitado en muchos lugares del mundo); la incorporación de especies/variedades más productivas, y la adopción de mejores prácticas de manejo de los cultivos. (Seguro que me dejo algo en el tintero, por favor, no me lo tengan en cuenta; o mejor, apúntenmelo en los comentarios).

Mi impresión personal es que tendrán que ser los dos últimos capítulos los que tiren de la productividad de ahora en adelante (de la misma forma que en el conjunto de la economía mundial, el crecimiento estará más vinculado a la innovación que a la puesta en producción de nuevos factores). El problema es que el potencial de mejora se reduce con cada innovación incorporada. Dicho de otra forma, a partir de un determinado umbral entra en acción la Ley de los rendimientos marginales decrecientes. Y, no lo olvidemos, estamos hablando de productividad física (no económica) y de procesos de reproducción de base biológica, por lo que las limitaciones en este terreno tambiém cuentan.

Otro de los temas que, a bote pronto, me han llamado la atención (juéguese con el módulo que viene a continuación) es el aumento tan importante de producción que se prevé para el biodiesel y el etanol, ambos combustibles de origen vegetal. La OCDE y la FAO prevén un crecimiento constante de la demanda de estos componentes en los próximos años, con ritmos muy superiores al del resto de las materias primas agrarias. Esta previsión se entiende en un mundo de petróleo escaso y encarecido, pero no encaja con el mundo en el que algunos analistas nos ven. Me explico, gracias al fraking (extracción de hidrocarburos por fractura hidraúlica) se comienza a especular con una nueva edad de oro de los combustibles fósiles, en los que estos no subiran de precio. Incluso, se presume que para el mismo 2020 EEUU podría volver a ser independiente energeticamente hablandio. Está claro que la OCDE no cree lo mismo (y yo creo que tiene razón: el petróleo más barato aumentará la demanda del mismo y rápidamente se volverá a alcanzar el nuevo pico).

 

Volvamos a darle vueltas a los mercados, y a las cadenas de suministro. Pero hagámoslo desde el final: el consumidor. No cabe duda que estos tiempos de crisis galopante en el que la tasa de paro se dispara y la renta real se resiente no son buenos para el consumo. También sabemos que, no obstante, tanto frutas como verduras (en general, los alimentos) tienden a tener una menor elasticidad renta, de forma que su sensibilidad a los cambios en la renta de los consumidores no es muy elevada, tanto cuando ésta crece, como cuando cae. Incluso, podría ocurrir que su consumo aumentara frente a la caída de la renta, denotando su naturaleza de bienes de primera necesidad.

Los datos del panel de consumo alimentario que nos ofrece el MAGRAMA, nos permiten monitorizar el comportamiento de los hogares españoles a la hora de consumir alimentos y bebidas. Para esta entrada vamos a fijarnos en las frutas y las hortalizas frescas (sin distinguir por productos, que no se trata de realizar un complejo trabajo econométrico). En general podemos ver que la crisis le ha sentado bien al consumo de frutas y hortalizas en los hogares (Gráfico 1). No es de extrañar ya que, además de ser bienes de primera necesidad, se ha producido un importante retroceso del consumo de alimentos fuera del hogar, lo que significa que las familias han vuelto a cocinar en casa con mayor asiduidad y tienen que poner más cantidad en el carro de la compra.

Gráfico 1.

 

Sin embargo, es interesante consignar que este incremento de consumo (en suma, una mayor demanda) ha venido acompañado de un menor gasto, tras el máximo registrado en 2009/2010 (Gráfico 2). Lógicamente, esto ha sucedido porque los precios no se han movido apenas o lo han hecho a la baja en términos nominales (en términos reales, es decir considerando la inflación, han descendido en cualquier caso) (Gráfico 3).

 Gráfico 2.

 

Gráfico 3.

Para que se tenga una idea de magnitud, el volumen de consumo ha aumentado en la última campaña un 1,5% en frutas y un 0,8% en hortalizas con respecto a la media de las tres últimas campañas. En ese mismo ámbito de comparación el gasto de los hogares se redujo un 1,5% en frutas y un 1,8% en hortalizas. El precio aparente de dichos bienes cayó un 3,0% y un 2,5% respectivamente en términos nominales.

Desde el punto de vista empresarial no parece que tenga mucho sentido bajar precios sin que esto suponga aumentar los ingresos (se sobreentiende que el gasto de los consumidores coincide, IVA aparte, con los ingresos de los minoristas). Lo ideal sería que un descenso del precio provocara un aumento del consumo suficiente para compensar la pérdida de ingresos unitarios. Se me ocurren varios tipos de factores, que además pueden concurrir casi todos a la vez, para que esto no sea así:

1.       Desciende la demanda del producto por falta de interés de los consumidores.

2.       Los costes de producción se han reducido y, por tanto, se puede ofrecer el producto más barato.

3.       La presión de la competencia hace que los precios caigan (aunque la inflación no se reduce, ni siquiera la subyacente).

4.       La capacidad de compra de la demanda final es tan débil que se desplomaría el consumo fuertemente de no producirse un descenso de los precios.

5.       Que el margen comercial de estos bienes no sean excesivamente relevantes para el minorista o que use estos productos de primera necesidad como elementos reclamo para atraer a los consumidores a su establecimiento.

Desde el punto de vista de los consumidores, ni que decir tiene, es mucho mejor tener a su alcance productos a unos precios más bajos. Pero, desde el punto de vista de la cadena de valor, deberíamos averiguar en qué medida los precios bajan por cada una de las razones expuestas (o por otras) y, sobre todo, cuánto de neutral es cada una de ellas para la distribución del valor añadido a lo largo de la cadena. Aunque supongo que cada lector ya tiene en la cabeza su propia respuesta… (y que debería escribir en los comentarios).

 

Nota: las campañas están medidas de agosto a julio.