En este blog hemos comentado en otras ocasiones el buen comportamiento que ha tenido el agroalimentario español durante la crisis. Hemos hablado de las exportaciones, del acceso al crédito y de la innovación y el conocimiento. Todo ello no es más que el reflejo de una mejora de la competitividad. Y la competitividad, tarde o temprano, pasa por la productividad, o por una mejora en la captación de valor añadido. Hoy vamos a ahondar un poco en el comportamiento de esta variable usando para ello los datos de la Contabilidad Nacional que elabora el INE.

Como todo el mundo sabe, no es precisamente este un sector que se caracterice por una elevada productividad (Gráfico 1). Tanto la del primario, como la de la industria de los alimentos, la bebida y el tabaco, es muy inferior a la del conjunto de la economía.

Gráfico 1.

Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE

 

Además, si ponemos en perspectiva temporal los datos, nos damos cuenta de la menor capacidad tradicional de las dos componentes agroalimentarias para mejorar su productividad (Gráfico 2), siendo ampliamente superada por el conjunto de la economía en el que la presencia de los servicios es mayoritaria. Sin embargo, en este mismo gráfico ya se vislumbra que, mientras que la pendiente de las líneas de la industria y el primario siguen manteniendo una pendiente elevada, la del conjunto de la economía se ve terriblemente afectada por la crisis y retrocede.

Gráfico 2.

Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE


Obviamente, este comportamiento distinto provoca que las diferencias se estrechen. Pero, si enfocamos a los datos de la crisis (tomando 2007 como año base), vemos que el diagnóstico aparece ya meridianamente claro (Gráfico 3). Tras el bache de 2009, la productividad en los dos sectores del agroalimentario ha aumentado de forma importante, en torno a un 25 % en ambas ramas. Por lo tanto, ya tenemos una evidencia sólida. El comportamiento de la productividad en las ramas agroalimentarias ha sido mucho más favorable durante los años de crisis que en el conjunto de la economía, por lo que su ganancia de peso y de importancia en la economía española ha sido fruto de un comportamiento continuado, menos intenso que en el conjunto de la economía, pero mucho más estable.

Gráfico 3.

Fuente: Contabilidad Nacional de España, INE 

 

 

El pasado día 13 de diciembre, Eurostat publicaba unos primeros datos sobre la Renta Agraria de 2013. Se trataba de la evolución de los ingresos agrarios reales por trabajador. En el fondo, una medida de la productividad del factor trabajo. La información se acompañaba de una Tabla en la que se ordenaban de mayor a menor las tasas de variación de dicha magnitud en el último año.

Dicha tabla, convertida en gráfico, es la siguiente:

 

Gráfico 1. Variación del ingreso agrario real por trabajador en la UE

 

Fuente: Eurostat.

 

Como se puede comprobar, España ocupa en este ranking el tercer puesto, con un avance muy destacado del 10,0 % durante 2013. Pero, como el lector sabe, el Demonio se esconde en los detalles, y en la Tabla aparece una segunda columna en la que se relaciona el momento actual (2013) con la situación que había en 2005. Es decir, nos muestra el avance mayor o menor de esta productividad en los últimos 8 años. Y, en este caso, la foto es bien distinta. Aunque España ha mejorado un 12 % en el período, este avance está por debajo de la media de la UE (29,2 %) y es sólo el decimonoveno mejor registro.

 

Gráfico 2. Situación del ingreso real por trabajador en 2013 (2005=100)

Fuente: Eurostat

 

Es decir, aún cuando esta magnitud está sometida a muchos altibajos, relacionados con la marcha de las cosechas y, sobre todo, de los precios obtenidos por las producciones en cada ejercicio, lo cierto es que en el conjunto de esos 8 años nuestro desempeño no es de los mejores, hasta el punto de que la mayor parte del crecimiento lo explica el último ejercicio. Se podría aducir que en los primeros puestos aparecen países de las últimas ampliaciones, que tenían un amplio margen para mejorar la productividad de sus agriculturas. Pero en esos puestos también nos encontramos con países como Dinamarca, Reino Unido o Suecia, viejos integrantes de la Unión y con una larga tradición de innovación agroalimentaria.

La moraleja: nos queda mucho por hacer, y tenemos mucho margen de mejora.