Internet y las tecnologías asociadas han supuesto posiblemente la mayor revolución de la historia después de la invención de la agricultura y la máquina de vapor. Su poder transformador, como en los dos casos anteriores, está abarcando todos los ámbitos de la actividad humana, desde el meramente económico hasta el cultural, influyendo en las relaciones sociales y en las fórmulas de interacción entre las empresas o instituciones y los propios sujetos. Las normas legales, las fronteras de los Estados, las consideraciones de lo que está bien o mal se han visto trascendidas por la Red y los avances que empresas y usuarios han realizado gracias a o a través de ella.

Conceptos como la generación distribuida, la inteligencia artificial o el consumo de servicios por suscripción son hoy parte de nuestro día a día, y nos hemos acostumbrado a ver la televisión bajo demanda o a tener nuestros archivos en la nube. Las excusas han sido variadas: eficiencia, comodidad, seguridad, etc. Pero el resultado es que cada día más y más aspectos de nuestra cotidianidad tienen que ver con Internet.

Entre los avances de esta tercera gran revolución humana, hace unos años comenzamos a escuchar hablar del Internet de las cosas (Internet of Things o IoT), que nos prometía que cada vez más elementos físicos de nuestros hogares, o de nuestros complementos (relojes, pulseras, zapatos, etc.) –o de nuestras industrias– estarían conectados a Internet y nos permitirían interactuar con ellos a distancia y realizar de forma automatizada labores como la compra de la semana o la programación de los electrodomésticos del hogar para que estos hicieran su trabajo sin necesidad de nuestra presencia física.

Hoy he pasado gran parte del día en un evento relacionado con el Internet de los alimentos (Internet of Food, o IoF), en el que se han descrito casos de uso real de estas tecnologías en la agricultura. La conclusión inmediata es que la posibilidad de mejora de los rendimientos físicos es muy elevada, ya que muchas de las decisiones clave en el proceso de producción que hoy se toman con un déficit de información crítica, pasarán a poderse tomar con toda la información relevante sobre la mesa, o incluso de forma automática (el momento de riego y la cantidad de agua, abonado, detección temprana de enfermedades de plantas o animales, etc.).

Pero aguas abajo de la cadena de distribución alimentaria los beneficios pueden ser también muy importantes. Nos encontramos ante la posibilidad de que los consumidores puedan conocer de forma detallada el proceso que han seguido sus alimentos desde el mismo momento en que fueron sembrados o dados a luz en las granjas (una trazabilidad absoluta), permitiendo, por ejemplo, certificar que un determinado alimento tiene su origen en la agricultura ecológica o que la leche de tu desayuno ha sido ordeñada hace un par de días en una vaquería del Principado de Asturias…

Obviamente, esto último requeriría un flujo de información a lo largo de toda la cadena absolutamente transparente, por lo que el modelo de competencia de cadenas se vería favorecido sobre el modelo de competidores oportunistas que aún hoy es mayoritario.

Otras cuestiones, como la calidad de los alimentos podrían verse potenciadas por este IoF, o la propia seguridad alimentaria (en su perspectiva de salud humana), o el menor derroche de alimentos por un mejor ajuste entre la demanda y la oferta.

Sin embargo, esta jornada también me ha llevado a reflexionar sobre algunas cuestiones menos evidentes o menos aireadas por los profetas del IoF. La primera es una cuestión meramente económica: la mejora de la productividad física no siempre viene acompañada de una mejora de la rentabilidad, la clave es el coste en el que hay que incurrir para obtener esa mejora. En la medida que las inversiones a realizar para el desarrollo de una agricultura “conectada” e “inteligente” sean mayores, posiblemente las escalas de aplicabilidad aumenten, favoreciendo el crecimiento de la dimensión media de las explotaciones agrarias y reduciendo de paso las necesidades de mano de obra en el ámbito rural.

Otras cuestiones menos claras tienen que ver con los datos. Muchas de las aplicaciones que se están desarrollando precisan de la integración de muchos datos provenientes de diferentes fuentes o, concretamente, de diferentes agricultores: ¿hasta qué punto es lícito que las empresas usen los datos originados por los agricultores para obtener un beneficio sin transferirles a ellos un precio por el uso de dicha información? Es obvio que sin el desarrollo del análisis y las aplicaciones no habría servicio, pero sin datos tampoco. Por otro lado, si el uso de esos datos integrados con los de muchos agricultores produce un bien común para el conjunto de los agricultores o para el conjunto de la sociedad, la cuestión podría estar un poco más clara. En cualquier caso, intuyo que en los próximos años los tribunales tendrán que pronunciarse por cuestiones como esta muy a menudo, y los legisladores tendrán que ponerse manos a la obra para aclarar el asunto.

Por otra parte, la conexión y transferencia de información puede convertirse en un atractivo punto de ataque, bien como una práctica poco ética por parte de cadenas competidoras, bien por hackers con intenciones más dañinas. ¿Sería posible un ataque terrorista sobre la información de una cadena de suministro provocando un pánico entre los consumidores, o un ataque combinado introduciendo enfermedades en las granjas animales, ocultando su incidencia a través de la manipulación a distancia de los resultados de los sensores encargados del diagnóstico temprano?

Finalmente, al menos por el momento, me surge otra duda que proviene de algunas informaciones recientes leídas sobre el consumo energético desmesurado del sistema que sustenta el funcionamiento del bitcoin. Y es que la mayor parte de estas innovaciones conllevan el aumento del consumo de energía, bien de manera directa, bien a través de los procesos de computación, almacenamiento y disponibilidad de la información que precisan. Unos consumos que pueden llegar a ser también distribuidos y que dificultarían la identificación del problema (si es que lo es) hasta un momento en el que ya fuera complicado el replanteamiento del sistema.

Estas dudas quedarán despejadas con toda seguridad en los próximos años, pero es necesario que comencemos a reflexionar sobre ellas desde ahora mismo, puesto que estamos hablando de un futuro que, como quedó puesto de manifiesto en el encuentro IoF2020 de Almería, no estamos hablando de un futuro lejano, sino de horizontes de un par de años o incluso del mismo presente.

Hace unos días, un compañero de trabajo me hizo llegar un video de un robot, desarrollado por una empresa holandesa, que hacía las labores de destalle en un invernadero de tomate con una precisión y una velocidad increíbles:

Como la curiosidad es una de mis virtudes/defectos más señalados, no pude dejar de curiosear un rato por los videos relacionados que me sugería la web y luego me puse a buscar por palabras clave tales como harvest, greenhouse, vegetables, etc. Les invito a realizar dicho ejercicio. Cuando lo hagan tendrán claro por dónde van a ir los tiros en los próximos años en cuestiones de abaratamiento de costes en las explotaciones intensivas.

Hace más de 20 años que escuché por primera vez al que por entonces era mi profesor, Jerónimo Molina, que los invernaderos del sur español eran lo más parecido a talleres industriales de la agricultura nacional y que, como tales, sus necesidades eran muy similares a las de un polígono industrial: requerimientos de energía eléctrica con suministro estable en el tiempo y en intensidad, viales con capacidad para el trasiego de vehículos de transporte y servicios o servicios de recogida de envases y residuos de cosecha. Tras visualizar esos videos y pensar en las repercusiones aquella metáfora del invernadero-taller cobra aún más sentido.

Dado que la mano de obra es uno de los principales costes de la agricultura bajo techo (de cristal o plástico) no es descabellado pensar que en las zonas más desarrolladas y de salarios más elevados, el proceso de robotización de las tareas puede suponer un fuerte ahorro de costes, estrategia más que necesaria en un entorno de competencia creciente y precios de venta a la baja. Ahora bien, en lugares como Andalucía, Murcia o Valencia va a suponer el surgimiento de una agricultura aún más capitalizada (en el sentido del ratio capital/trabajo), con una demanda de insumos tecnológicos muy avanzada y con unas necesidades de organización interna del espacio en el invernadero posiblemente distintas a las actuales. Incluso con una readaptación de las propias estructuras de invernadero para la introducción de los robots en las labores de campo. Así mismo, es muy posible que las casas de semillas tengan que introducir en su mix de variables una relacionada con las posibilidades de mecanización del cultivo.

Obviamente, el reverso es una menor demanda de mano de obra para las labores agrarias, en una agricultura que en zonas como Almería es una de las mayores creadoras de empleo. Esto hace presagiar que si las explotaciones comienzan a mutar en esta dirección, las tensiones sociales serán elevadas y podrían desembocar en un problema político.

Lo cierto es que el futuro avanza tan deprisa que lo tenemos ya prácticamente encima y que la tecnología nos está provocando unos cambios tan espectaculares que no es descabellado pensar que pueda terminar condicionando nuestra propia evolución como especie (Homo Sapiens technologicus). Pero, mientras esto llega no se olviden de comenzar a unir en sus pensamientos agricultura y robotización.

Encerrados entre urbanizaciones, en el estrecho margen que hay entre el mar y la tierra, a lo largo del litoral malagueño y granadino, enfrentando cada día el coste de oportunidad del turismo en plena Costa del Sol. Aprovechando el mismo microclima que atrae a miles de turistas de toda Europa, protegidos por invernaderos de plástico, cientos de agricultores sacan adelante sus frutas tropicales: y lo hacen con éxito. Un éxito que queda patente desde el momento en el que esos cultivos sobreviven y no se han convertido en parcelas para chalets con vistas al mar.

El pasado mes de diciembre tuve la oportunidad de asistir a uno de los Encuentros Territoriales del Agroalimentario Malagueño, organizados por el Diario Sur y patrocinados por Junta de Andalucía, Extenda y Cajamar Caja Rural. El encuentro se organizaba en tres segmentos en los que se contaba el pasado, se daban las claves del presente y se intentaba vislumbrar el futuro. Me tocó hablar en el último lugar, lo que implica que prácticamente todo lo que llevaba preparado había sido dicho por otros intervinientes. Así que tuve que improvisar un poco, más vale ser breve que repetitivo.

Afortunadamente había estado tomando notas de las intervenciones anteriores y me di cueta que, entre unos y otras habían relizado un excelente diagnóstico de la situación del sector. Así que inmediatamente supe que tenía un nuevo post para La Locura y la Verdura (lo que no fui capaz de adivinar es todo el tiempo que tardaría en trascribirlo al blog). 

Creo que la principal conclusión que se podía sacar de aquella jornada era que estábamos hablando de un sector de futuro y con futuro, con una producción en expansión, pero también con algunos retos importantes para poder desarrollar todo su potencial:

  • Retos "institucionales", vinculados a la falta de un tejido institucional que permita lograr objetivos comunes del conjunto del sector, tales como la disponibilidad de agua para riego, promover la investigación o adecuar los requerimientos de hacienda a la realidad del sector. Todos estos retos requieren de una acción coordinada y, aunque parezca que no dependen directamete de los agentes del sector, lo cierto es que precisan de una labor de lobby que no puede hacerse sin una integración de intereses de los agricultores y empresas.
  • El reto de la dimensión. Varios intervinientes hicieron referencia a la necesidad de reequilibrar las relaciones proveedor-comercializador-distribuidor-consumidor. También se habló de "atomización y masificación" del sector. En este ámbito (en el que la resolución del problema institucional también tendría efectos beneficiosos) existe actualmente la comprensión del legislador (Ley de la Cadena Alimentaria) y de la propia UE, que en la reforma de la PAC hace referencia a la necesidad de reequilibrar la cadena. Al mismo tiempo, se están produciendo iniciativas de concentración en el propio sector que suponen una actitud proactiva en el camino de dimensionar la oferta para enfrentar el poder creciente de la gran distribución y poder también cubrir las necesiades de aprovisionamiento de esta.
  • El reto de la diversificación. En este terreno se referían principalmente a la posibilidad de abrir nuevos mercados (desde el punto de vista geográfico). Aunque el planteamiento puede ser mucho más amplio, si tenemos en cuenta nuevos productos, o incluso nuevas presentaciones (y gamas) basadas en los productos actuales. Si bien sobre el papel, esto es correcto, desde hace un tiempo he aprendido a tener en cuenta un aforismo que suele sentenciar el presidente de una gran cooperativa a propósito de los nichos de mercado: "el lugar donde más nichos hay es el cementerio". En cualquier caso, cualquier movimiento que se realice en este terreno debería perseguir como objetivo último obtener mayor valor para productores y comercializadores en origen (y esto pasa por ofrecerle más valor al consumidor final).
  • El reto de la diferenciación. Vinculado fuertemente al anterior, y que persigue precisamente que el consumidor perciba las frutas tropicales malagueñas como más valiosas que las del resto del mundo. Las fuentes de difrenciación clásicas en alimentos son el origen geográfico, la calidad, la sostenibilidad, la responsabilidad social (de importancia creciente en la medida que el consumidor va siendo más consciente). Y, por supuesto, el marketing como herramienta básica de comunicación de esas diferencias a los compradores potenciales. En este sentido, la provincia es experta en la comunicación de "relatos" que recrean experiencias (es lo que hace el sector turístico). El sector agroalimentario en general debería aprender a venderse a través de un relato coherente que transmita no solo una historia, sino unos valores y cualidades que puedan hecerse extensivas a los productos.
  • El reto de la financiación, vinculado a la crisis y a las dificultades sobrevenidas. A este respecto, la naturaleza de la crisis económica de la que parece que finalmente estamos saliendo (básicamente financiera en su origen) obliga a un intenso proceso de desapalancamiento de la mayor parte de los agentes (incluidos fmilias y empresas). De una crisis de estas características la salida difiícilmente puede venir precedida de la disponibilidad de crédito. De hecho, la evidencia existente señala que de este tipo de recesiones se sale "a pulmón": primero viene la mejora de la actividad y luego aflora el crédito, justo lo que está pasando en España.

Finalmente, la superación de la mayor parte de los retos señalados requiere también la mejora del principal activo del sector: los agricultores. Estos, empujados por la necesidad de obtener rentabilidad de unas inversiones crecientes, deben apostar claramente por una mejora de la profesionalidad y por la superación del papel de agricultor estricto para pasar a convertirse en un empresario agricultor.

España, a pesar del incremento de la competencia, a pesar de los cambios en la estructura productiva, y a pesar de las dificultades relacionadas con las asimetrías de la cadena de distribución, sigue siendo una potencia en fruticultura. Y no se trata solo de los cítricos. En la mayor parte de los productos analizados en el reciente La fruticultura del siglo XXI en España coordinado por J.J. Hueso y J. Cuevas, nuestro país ocupa una posición relevante en el ámbito europeo y hasta mundial, normalmente como exportador.

El libro hace un repaso de casi todos los cultivos que se llevan a cabo en España, haciendo una aproximación a la situación del mismo en el entorno europeo y mundial, analizando la evolución reciente del mismo, enumerando las principales variedades e injertos, y analizando su rentabilidad económica.

Una de las principales conclusiones que llama la atención es que el cultivo de los frutales tiene futuro en España, pues la mayor parte de ellos se encuentran con coyunturas de consumo favorables, aunque también destaca que no todos los tipos de explotaciones serán rentables. Excepción hecha de las explotaciones de carácter ecológico que consigan integrarse en cadenas de distribución de alto valor, son las explotaciones modernas de regadío las que tienen mayores posibilidades de acceder a los mercados y alcanzar la rentabilidad. De hecho, en muchos de los cultivares, las tendencias son claras hacia este tipo de explotaciones, con marcos de plantación más densos y alta mecanización de las labores. 

Claro que el que esto escribe es un economista y tiende a fijarse en aquello a lo que su formación y experiencia han acostumbrado su mirada. Seguramente un o una ingeniero agrónomo, biólogo o agricultor fijará su atención en otros aspectos de este completo compendio, creo que único en España de su naturaleza.

El libro fue presentado en la pasada Vegetal World de Valencia, y ya se encuentra para su descarga y consulta en la web de Publicaciones Cajamar

(Cualquier parecido con la realidad pasada, presente o futura es pura coincidencia)

Año 2014. Rusia ha cerrado su mercado a los productos alimenticios de la UE como represalia por las sanciones que los Estados de la Unión le han impuesto por su intervención en Ucrania. Mientras, en el resto del mundo se frotan las manos pensando en llenar el enorme vacío, y los rusos comienzan a quejarse por el desabastecimiento en sus lineales. Los europeos vuelven a hacer lo que mejor saben: ir cada uno a lo suyo.

(Desde la caída del Imperio Romano nadie ha sido capaz de unir bajo un mismo gobierno a tantos pueblos. Dicen que esa es en parte una de las explicaciones del avance bélico de los europeos y es la razón última de su conquista del mundo desde el siglo XV).

Desde Bruselas intentan ordenar el discurso, ponen en marcha protocolos de ayuda a las producciones afectadas, pero eso significa que otros productores no afectados terminen cobrando menos ayudas de la PAC. “¿Qué hay de lo mío?” Los Gobiernos dicen una cosa en Bruselas pero, por detrás, comienzan a presionar a otros gobiernos, a negociar enjuagues con Putin y a desviar la atención. Todo sea por sus tomates. Y sus vacas.

Un poder emergente en Iraq, tan disparatado como el de los talibanes, ha venido a coincidir en el tiempo con este problema. La mejor cortina de humo. Los cañones se apuntan hacia allí y la presión mediática disminuye en Ucrania. Los rusos encantados, los europeos encantados y los ucranianos jodidos. La guerra ahora es cosa de drones, no hace falta derramar sangre patria en desiertos lejanos. Asepsia garantizada, como en las cadenas de suministro de alimentos. Pero esa lección ya la conocen los fanáticos. El punto débil de la civilización occidental es el miedo. Comienza la escalada terrorista en todo el mundo, hasta que sucede un nuevo 11S: la gota que colma el vaso. Los muertos ahora están en la calle de al lado, en la ciudad de al lado, en el país de al lado. La venganza es lo que impulsa a los soldados que, ahora sí, se dirigen al desierto lejano. Todo sea por sus vacas,  y su seguridad. Y sus tomates.

Mientras, en la Europa cercana, dos antiguas repúblicas soviéticas se enfrentan por algo tan viejo como la energía. El granero ucraniano, poco a poco, se seca, como se secan los oleoductos que atraviesan el país. Y en el Norte hace mucho frío. “¿Por qué no podemos poner la calefacción?” Los muertos son menos muertos cuando uno tiene los pies congelados. Y entonces alguien comienza a negociar una alternativa de suministro con los rusos. En el fondo todo el mundo sabe quién ganará ese enfrentamiento. Todo sea por el bien de los ciudadanos. Y sus tomates y vacas.

El mundo se termina enfrentando a lo que llamará una guerra de civilizaciones, la última cruzada, y mientras un agricultor de alguna pequeña explotación hortícola del Mediterráneo comenzará a creer que sus tomates están manchados de sangre. Porque, hacia el final de todo, cuando cesen las bolsas negras, cuando se hayan alzado los héroes de la paz con su foto de firma en la ONU, es posible que algún medio de comunicación canonice que todo empezó por proteger los tomates y las vacas europeas. Siempre hace falta un culpable de cara a la Historia con mayúsculas.

Y el mundo seguirá igual…

Esta semana hemos conocido que la crisis de Ucrania, en la que se mezclan nacionalismo, energía, salidas estratégicas al mar e intereses enfrentados de las grandes potencias, va a tener un efecto colateral sobre las exportaciones europeas (y, por ende, españolas) de alimentos.

El MAGRAMA hizo una rápida valoración de lo que iba a suponer el cierre de este importante mercado para los agricultores españoles en 337 millones de euros. Y la Comisión rápidamente ha anunciado que habrá compensaciones para las producciones afectadas, que son muchas y que precisamente son de las más importantes para nuestro país.

Lo cierto es que Rusia ya ha utilizado las restricciones a la agricultura europea en otras ocasiones, como cuando restringieron las importaciones de frutas y hortalizas de toda la Unión ante el escándalo de la bacteria e-coli en Alemania. Obviamente, los rusos saben dónde pegar: energía y agricultura son dos puntos sensibles en la Unión. El primero por nuestra debilidad y el segundo por nuestra capacidad y la dependencia subsiguiente de las exportaciones para colocar nuestras producciones.

En lo que respecta a España, nuestros flujos comerciales hacia el gigante del Este no son especialmente importantes en el conjunto del sector (1,2 % del total exportado en 2013), aunque en los últimos años han ido creciendo en presencia, al tiempo que Rusia y otras economías emergentes se convertían en una interesante (y necesaria) opción para expandir la actividad de nuestro pujante sector agroalimentario.

En los próximos gráficos vamos a intentar visualizar dichos flujos, centrándonos en los productos agrarios y alimentarios (los primeros 24 capítulos del Taric). En 2013 enviamos a Rusia bienes de dicha naturaleza por un importe de 584,6 millones de euros. Obviamente, no todos los apartados tuvieron la misma importancia, ya que las frutas acapararon el 27,0 % del total, seguidas de las carnes (19,8 %), las conservas de verduras y zumos (15,2 %) y las hortalizas y legumbres frescas (12,3 %). En conjunto, estos subsectores supusieron 3/4 partes del total y también suponen la mayor parte de los productos prohibidos, lo que sin duda supondrá un fuerte impacto en la balanza comercial bilateral.

Aportación de los diferentes capítulos a las exportaciones de Agricultura y Alimentos de España e Rusia en 2013 (en %).

 

Fuente: DATACOMEX


Aunque, como ya se ha mencionado, el peso de Rusia en nuestro comercio exterior apenas llega al 1,2 %, lo cierto es que en el capítulo de los productos de la agricultura y los alimentos, dicho peso es más elevado, y no solo lo fue en 2013 (1,6 %), sino a lo largo de por lo menos la última década:

Fuente: DATACOMEX


Obviamente, esto implica que el peso de la agricultura y la alimentación en las exportaciones al mercado ruso es mayor que el que tiene sobre el conjunto de las ventas al extranjero. Es más, dicho capítulo supone entre un 20 y un 30 % de las ventas a la potencia euroasiática según los años.

Fuente: DATACOMEX


Por otro lado, estas exportaciones han mantenido una tendencia creciente hasta un máximo alcanzado en 2012, seguido de un descenso importante del 26,3 % en 2013 (en los primeros 5 meses de 2014 se mantenía la tenencia decreciente). Es decir, España estaba teniendo un problema en el mercado ruso antes de las sanciones, aunque cabe la duda de si ese problema estaba relacionado con una debilidad transitoria de la capacidad de compra eslava o con un problema de competitividad de nuestros productos.

Fuente: DATACOMEX


A priori, estos descensos parecen correlacionarse de forma bastante fiel con la marcha del propio PIB ruso, por lo que podemos concluir que los grandes altibajos en las ventas han estado más relacionados con la coyuntura económica de Rusia que con variaciones en la competitividad de las ventas españolas de agricultura y alimentación, aunque la falta de datos al respecto de 2014 no permiten sacar conclusiones indubitativas.

Fuente: DATACOMEX

Finalmente, hemos querido ver la distribución de las exportaciones de manera regionalizada. Como era de esperar se denota también una alta concentración de las ventas, siendo Cataluña, Comunidad Valenciana y Andalucía, las que más aportan y las que, en consecuencia, más se verán afectadas.



Fuente: DATACOMEX

Las sanciones rusas serán por un año, pero en ese tiempo sus distribuidoras tendrán que buscar suministradores sustitutivos, lo que implicará que en muchos casos haya que volver a empezar casi de cero cuando las sanciones se eliminen. Y toda empresa que lo ha intentado sabe lo difícil que resulta entrar en un mercado extranjero. Y esto sin considerar los efectos que sobre los precios que puedan tener las expectativas del resto de los agentes mundiales de un exceso de producción en nuestras explotaciones agrarias.

Hace unos días se publicaba el Índice Multinacional el Clima de Confianza de los Agricultores Europeos. Se trata del resultado de una encuesta típica de confianza económica en la que se convierten datos sobre estados de ánimo y expectativas en variables que pueden seguirse en el espacio y en el tiempo.

Este tipo de encuestas tiene la virtud de que refleja muy rápidamente los cambios de tendencia en los estados de opinión de los colectivos encuestados y "adelanta" el desempeño económico de los agentes. La idea es que el resultado de la economía depende de las decisiones de los agentes económicos y si estos creen que el futuro irá mal, actuarán en consecuencia. Pero si estiman que mejorará, comenzarán a tomar decisiones de caracter expansivo. La verdad es que hay una enorme tradición de este tipo de encuestas, aunque casi siempre vinculadas a la industria y, más recientemente, a los servicios. Y es cierto que suelen adelantar el PIB.

Sin embargo, y para mi sorpresa, resulta que los datos que aparecen en el informe (que cuenta con copia en español) no contemplan a España. Seguramente será porque nadie en nuestro país se ha arrogado la difícil misión de hacer la encuesta. Y es una pena, porque no sólo se trata de una buena herramienta de previsión, sino que también puede servir para medir el pulso de la opinión de los agricultores, lo cual es relevante para las administraciones pero también para las organizaciones agrarias.

Por otro lado, España es una de las principales potencias agrarias del continente, por lo que nuestra ausencia en la ecuesta le hace perder representatividad. Con todo, el resumen del indicador es que los agricultores europeos (al menos los de la parte encuestada) ven una mejoría en la situación económica de sus explotaciones, y según pasan los meses, parece que esa sensación aumenta.

En el año 2007 la población mundial cruzó el Rubicón de la desruralización. Según las estimaciones de la ONU, por primera vez en la historia de la humanidad, más de la mitad de la población vivía en ciudades. El proceso, de largo recorrido histórico, comenzó en los países occidentales, los primeros que se desarrollaron y aplicaron las nuevas herramientas mecánicas a la agricultura. Sin embargo, dado que la mayor parte de la población mundial se encontraba en países subdesarrollados, muy dependientes de la agricultura, el mundo seguía siendo esencialmente rural. El reciente desarrollo de amplias zonas del planeta (eso que hemos dado en llamar los emergentes) ha acelerado el proceso que ha desembocado en ese momento histórico que debió suceder en algún momento de hace siete años.



Para nosotros, ciudadanos del primer mundo, este fenómeno posiblemente ni nos llame la atención, pues la mayor parte de nosotros hemos nacido en ciudades de mayor o menor dimensión y nuestros estilos de vida entran dentro de lo que podríamos considerar urbanitas. Sin embargo, a nivel global, este movimiento continuo de la población hacia las ciudades tiene efectos que no son precisamente inocuos. Lo más evidente es el problema derivado de la reubicación de las personas en el nuevo territorio, lo que implica ampliar las costuras de unas ciudades que, en muchos casos, no tienen medios para ello, propiciándose así el crecimiento de amplias zonas de infraviviendas y pobreza en los cinturones de las nuevas grandes ciudades.

Por otro lado, surge la problemática contraria en las zonas que emiten población. Los primeros que se van son precisamente los potencialmente más productivos: los jóvenes. Esto dificulta la continuidad de las explotaciones en las zonas rurales e induce a que se adopten modelos de producción más intensivos en capital (allí donde haya posibilidades para poderlo obtener) y más eficientes a la hora de obtener rendimientos. En la medida que los procesos de desagrarización sean más rápidos, mayor será la probabilidad de que esto suceda y de que, por el camino, se pierdan variedades locales, especies propias y conocimientos tradicionales que tan vez podrían ser de utilidad para mejorar la agricultura en el resto del planeta.

También es cierto que las zonas urbanas se convierten en un vórtice de consumo al que acceden los alimentos y, normalmente, a unos precios más elevados que los locales, lo que podría contribuir a activar los mercados agrarios nacionales, aunque esto también depende de otros muchos factores que van desde la climatología a la distribución y régimen de tenencia de la tierra.

Como se ve, se están produciendo y se producirán luces y sombras asociadas a este fenómeno. En cierta forma, este es un paso más en nuestro largo proceso de desnaturalización del ser humano, en el sentido de situarnos fuera de los ecosistemas naturales, o por encima de los mismos. Este nuevo tiempo urbano nos va a traer nuevos retos y, como casi siempre, la agricultura estará en medio de los mismos: ¿será capaz un medio rural en proceso de despoblación de alimentar a un creciente mundo urbano? ¿Contribuirá este fenómeno a la larga a una mayor visibilización de la agricultura en el mundo? ¿Será este el definitivo golpe de mano de la simplificación y homogeneización de los sistemas de cultivo? ¿Aguantará el planeta este envite ecológico? Sólo el tiempo nos despejará estas dudas.

A consecuencia de mi última entrada algunos amigos me comentaron que el título sonaba algo derrotista. Si bien es cierto que la palabra desaceleración no tiene demasiada buena prensa por razones que todos tenemos en la memoria, también lo es que no significa lo mismo que caer o disminuir. Las exportaciones de alimentos españolas siguieron creciendo en 2013, pero a un ritmo significativamente menor que en los tres años precedentes.

Volviendo a la fuente ya utilizada entonces, he querido sacar los datos por subsectores, a ver cuál o cuáles han sido los que son los responsables de este movimiento. A tenor de los datos hasta octubre, vemos que hay capítulos que redujeron los importes exportados, como es el caso de las grasas y aceites (uno de nuestros principales capítulos de exportación alimentaria), los piensos animales, el tabaco, el 'azúcar, café y cacao' y la pesca. El resto de sectores crecían y lo hacían casi todos por encima del conjunto del sector, excepto las carnes (otro de los principales rublos exportadores) y los 'lácteos y huevos'.

Fuente: DATACOMEX

Evidentemente, no todos los sectores aportan en la misma medida. En los 10 primeros meses del año 2013, el reparto era el que aparece en el Gráfico siguiente. Como puede verse facilmente, el primer subsector en importancia es el de las frutas y legumbres, que casi alcanzaban el 39 %. Detrás estaban las carnes (13,5 %), Las bebidas (10,3 %), las grasas y aceites (8,9 %), la pesca (8,3 %) y los preparados alimenticios (7,6 %). El resto de apartados quedan todos por debajo del 4 %.

Fuente: DATACOMEX

Si miramos ahora la evolución de estos subsetores más importantes llegaremos a la conclusión de que los responsables de la desaceleración de este ejercicio fueron TODOS: nótese como la tasa de 2013 es inferior en todos los casos a la de 2012. Grasas, pesca y carnes cayeron o crecieron por debajo de la media, y el resto lo hicieron por encima, pero todos con tasas inferiores a las del año anterior. Así que, evidentemente, no parece que se tratara de un problema de oferta, ya que sería muy poco probable una coincidencia de todos los subsectores en un mismo momento del tiempo (a lo sumo podría explicar algún caso concreto, pero no todos). Podría ocurrir, también, que la capacidad productiva de los sectores españoles estuviera en todos los casos cercana al límite (con la ley de los rendimientos marginales decrecientes trabajando a destajo) o que el consumo interno hubiera tomado el relevo a las ventas internacionales. Pero no parece que haya sido eso. Más bien tiene el aspecto de que el problema ha estado en la demanda, que en dos de nuestros principales clientes (Alemania y Francia) se ha visto somerida a fuertes tensiones derivadas de sendas desaceleraciones en el PIB y, lógicamente, en sus compras de consumo. Aunque esto lo dejaremos para un último artículo la semana que viene.

Fuente: DATACOMEX

No, no estamos locos. Como ya se ha comentado aquí en otras ocasiones, esta larga crisis ha vuelto a poner de manifiesto la fortaleza del sector agroalimentario español, uno de los principales protagonistas del “renacimiento” exportador del país. Sin embargo, también se han evidenciado algunos de los tradicionales problemas del mismo, como la excesiva fragmentación de la oferta (tanto de la primaria como de la industrial), las dificultades de adopción de innovaciones, o las lagunas inmensas en la comercialización y la imagen diferenciada de nuestros productos.

Evidentemente, el sector tiene todo el derecho del mundo a colgarse las medallas ganadas en estos últimos ejercicios. Han supuesto un gran esfuerzo para todos sus integrantes y han contribuido de manera decisiva a minimizar los terribles efectos de la crisis. Sin embargo, el CAMBIO es el gran protagonista de nuestro tiempo. Tempus fugit, hoy más que nunca. Y olvidar esto es comenzar a crear problemas. Ser líder hoy no significa casi nada de cara a mañana. Aunque se trate de un mercado diferente, me gusta comparar el de la alimentación con el de la electrónica de consumo. En dicho mercado hay un dinamismo endiablado. Una empresa puede pasar del cielo del éxito a los infiernos de la quiebra en menos de dos años, como le pasó a Blackberry o a Nokia, o como le está pasando a Sony en el terreno de la televisión, arramblada por las surcoreanas Samsung y LG.

El protagonismo de la innovación en este mercado provoca que equivocarse una vez pueda resultar mortal. Aquí hay que estar atento a la marcha de las preferencias y los usos de los consumidores, de la tecnología disponible y de las ideas que comienzan a gestarse en los garajes o laboratorios de las universidades, ya que cualquiera de ellas pueden ser la varita mágica que de lugar a una nueva FaceBook, Google o Apple.

Así que para el año que entra, ese en el que por voluntad gubernamental saldremos de la crisis, hay que seguir manteniendo la tensión. Hay que olvidarse en parte del protagonismo ganado hasta el momento y hay que continuar avanzando en la resolución de las tareas pendientes del sector, particularmente las referidas a una mayor integración de la oferta, una mayor diferenciación de los productos y una mayor aplicación de conocimiento y tecnología a los productos con el fin de incrementar el valor añadido.

Por eso el título de esta entrada, que hace un guiño al del propio blog: no, no estamos locos, sabemos lo que queremos.

 

Tengan un Feliz y Loco 2014.

Entre la leyenda y la historia, como en cualquier fundación mítica, hay varios posibles orígenes de los invernaderos en el sureste español. He visto una foto de un supuesto invernadero de 1959, que fue un fracaso por culpa de un "corrimiento floral", aunque el origen oficial se produjo en 1973, en una parcela piloto del INC. Era propiedad de Paco, el Piloto (como le conocían en el Campo de Dalías).

Si tomamos como origen ese 1973, entonces en este año que se cierra hemos cumplido 50 años del primer invernadero de Almería. Cajamar Caja Rural, en colaboración con el MAGRAMA y con el Museo de Terque ha elaborado un documental de media hora de duración en el que se explican los fundamentos sociales, económicos y técnicos del fenómeno que muchos han llamado "milagro almeriense", pero que a mi me gusta denominar "revolución transparente". El milagro requiere intervención divina, y no suele precisar esfuerzo, sino fe. La revolución, porque eso es lo que sucedió en la que en 1955 era la provincia más pobre de España, implica esfuerzo, implica renovación de ideas y hasta de estrcutras sociales. Todo ello queda magníficamente explicado en el vídeo. De la misma forma que pone de manifiesto que el desarrollo de la agricultura de invernadero en esta esquina peninsular no se debió a la actuación de grandes empresas, como aún creen muchos, sino al esfuerzo de miles de familias que abandonaron sus casas y pueblos de origen para probar fortuna en unos campos que eran una lotería y de la actuación inicial del Instituto Nacional de Colonización, que puso en marcha los primeros sondeos y creó los pueblos de colonización.

Espero que lo disfruten tanto como nosotros:

 

El pasado día 13 de diciembre, Eurostat publicaba unos primeros datos sobre la Renta Agraria de 2013. Se trataba de la evolución de los ingresos agrarios reales por trabajador. En el fondo, una medida de la productividad del factor trabajo. La información se acompañaba de una Tabla en la que se ordenaban de mayor a menor las tasas de variación de dicha magnitud en el último año.

Dicha tabla, convertida en gráfico, es la siguiente:

 

Gráfico 1. Variación del ingreso agrario real por trabajador en la UE

 

Fuente: Eurostat.

 

Como se puede comprobar, España ocupa en este ranking el tercer puesto, con un avance muy destacado del 10,0 % durante 2013. Pero, como el lector sabe, el Demonio se esconde en los detalles, y en la Tabla aparece una segunda columna en la que se relaciona el momento actual (2013) con la situación que había en 2005. Es decir, nos muestra el avance mayor o menor de esta productividad en los últimos 8 años. Y, en este caso, la foto es bien distinta. Aunque España ha mejorado un 12 % en el período, este avance está por debajo de la media de la UE (29,2 %) y es sólo el decimonoveno mejor registro.

 

Gráfico 2. Situación del ingreso real por trabajador en 2013 (2005=100)

Fuente: Eurostat

 

Es decir, aún cuando esta magnitud está sometida a muchos altibajos, relacionados con la marcha de las cosechas y, sobre todo, de los precios obtenidos por las producciones en cada ejercicio, lo cierto es que en el conjunto de esos 8 años nuestro desempeño no es de los mejores, hasta el punto de que la mayor parte del crecimiento lo explica el último ejercicio. Se podría aducir que en los primeros puestos aparecen países de las últimas ampliaciones, que tenían un amplio margen para mejorar la productividad de sus agriculturas. Pero en esos puestos también nos encontramos con países como Dinamarca, Reino Unido o Suecia, viejos integrantes de la Unión y con una larga tradición de innovación agroalimentaria.

La moraleja: nos queda mucho por hacer, y tenemos mucho margen de mejora.

Este artículo se corresponde con las conclusiones de uno de los últimos libros elaborados por el Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar Caja Rural. Por tanto, la autoría se reparte entre Ana Cabrera, Roberto García y el que normalmente suscribe este Blog. Si el lector desea profundizar, el libro está disponible para descarga AQUÏ.

El sector agroalimentario juega un papel muy importante en la sociedad andaluza, tanto desde el punto de vista económico, como social y territorial. El valor añadido bruto generado por las actividades agrarias y agroindustriales supera los 9.400 millones de euros, y da empleo a unas 270.000 personas. Además presenta un saldo exterior muy favorable, con un superávit comercial de más de 4.000 millones de euros.

Andalucía es la primera región agraria de España, aportando casi el 24 % del total nacional, sin embargo, su peso en la industria de alimentación y bebidas se reduce hasta el 13 %, situándose a una considerable distancia de Cataluña. En este sentido, la incorporación de valor añadido a las producciones agrarias de la región sigue siendo el gran reto regional.

En Europa, las cooperativas juegan un papel fundamental en el sector agroalimentario, con una notable participación en el mercado para la mayoría de los sectores y países de la Unión. Ahora bien, si se compara la situación del cooperativismo agrario español con el resto de países del continente, se observa que los ratios económicos (facturación media por cooperativa y socio) en nuestro país son sensiblemente inferiores a la media europea, aunque el número de socios por cooperativa sea mayor en España.

Obtener una mayor dimensión se ha vuelto prioritario para abordar procesos de transformación de los productos agrarios, alcanzar economías de escala, mejorar el poder de negociación en la cadena de suministro e iniciar procesos de internacionalización o de I+D+i. La forma de hacerlo es muy variada: fusiones, adquisiciones, integraciones en estructuras de superior grado, o simplemente con alianzas comerciales. Para alcanzar unos niveles adecuados de competitividad se está produciendo también un cambio en el enfoque empresarial, estando más  centrado en el mercado.

En Andalucía las cooperativas agrarias son más pequeñas que la media nacional, aunque 3 de las 10 que más facturan en España son andaluzas. El sector ha experimentado una notable mejora en la última década, encontrándonos hoy con empresas más modernas y adaptadas a la situación de mercado. No obstante, aún han de hacer frente a retos relacionados con un mayor crecimiento empresarial, con la mayor incorporación de valor y con la internacionalización.

La industria agroalimentaria ha mantenido en Europa un peso muy relevante, tanto en el conjunto de la Unión como en cada uno de sus estados miembros. En 2011 suponía el 12,3 % del total de las manufacturas aunque en algunas de las principales economías, como Reino Unido, Francia, España o los Países Bajos, el porcentaje era notablemente superior. Concretamente, en el caso de España del 18 %. Es también la rama industrial que más trabajo genera (algo más de 4,2 millones de empleos) y que más valor añadido aporta con 204.000 millones de euros (el 12,8 % del total de las manufacturas) aunque está por debajo de la media en lo que a productividad se refiere.

La industria de los alimentos ha pasado en las últimas décadas de comandar la cadena de valor a ver cómo la distribución moderna le superaba, lo que ha exacerbado las tensiones favorables a la globalización y el crecimiento corporativo.

En España se está produciendo una intensa reducción del número de empresas de la industria alimentaria y un aumento de la dimensión media de las mismas, aunque aún siguen siendo muchas. De hecho, España es el país de la Unión con mayor número de empresas en este sector: en torno a 30.000, pero sólo somos el tercero en cuanto a generación de valor añadido. La clave es la productividad, que en nuestro caso apenas es superior a la media de la Unión y está muy por debajo de países como Bélgica, Irlanda, Países Bajos o Reino Unido.

Las particularidades de Andalucía en el campo industrial vienen definidas por las especializaciones agrarias de la Comunidad. Así, en términos de facturación el principal subsector de la misma es el de aceites y grasas, que en 2011 ingresó 4.689 millones de euros.

La Distribución Moderna se caracteriza por aprovechar las diversas ventajas que le proporciona el profundo conocimiento del comportamiento y los gustos de los consumidores, su volumen de compras, la utilización intensiva de tecnologías de la información y los mecanismos que la Globalización ha puesto a su alcance. Así, muchas de estas empresas son grandes multinacionales multiformato, combinando la gran superficie clásica, el discount, los supermercados y las tiendas de conveniencia. No obstante, en varios países existen también “campeones nacionales” que aprovechan una mayor cercanía y conocimiento del mercado local para competir con las cadenas globales, tal y como sucede con Mercadona o Eroski en España.

Ha sido este el segmento de la cadena que se ha comportado de forma más exitosa. Desde el punto de vista del consumidor han producido numerosas ganancias de bienestar (mayor disponibilidad de producto a un precio menor, horarios adaptados, disponibilidad de aparcamientos, etc.).

Como se ha señalado, la irrupción de esta moderna distribución ha supuesto un cambio importante en el status quo de la cadena, con algunas características que seguramente se prolongarán durante los próximos años: reducción del número de empresas y diversificación en términos de formatos comerciales y de mercados nacionales, concentración creciente de las ventas, fuerte presencia de la marca del distribuidor (MDD), e intensificación de las estrategias de conocimiento del consumidor. Por otro lado, la creciente globalización de las cadenas de suministro y la propia competencia del mercado están dando lugar a nuevas formas de competición en la que los miembros de una cadena de suministros cooperan entre sí para enfrentarse a cadenas alternativas.

En España, el formato comercial que más éxito ha cosechado es el de los supermercados, que en 2011 tenían una cuota de mercado del 42%, casi 11 puntos porcentuales más que 10 años antes.

Entre los cambios más importantes habidos en la sociedad occidental y que tienen una clara influencia sobre la forma en la que se compran y consumen los alimentos, podemos señalar los siguientes: la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, el incremento de la población inmigrante, el envejecimiento de la población, la disminución del tamaño de los hogares, la concentración de la población en las zonas urbanas, y la disminución del porcentaje de los ingresos dedicado a la alimentación. También hay que resaltar la mayor sensibilidad de la demanda hacia la variable precio, lo que ha favorecido sobremanera la expansión de la MDD.

En 2012 los españoles gastamos 100.000 millones de euros en alimentos. De esa cantidad, dos tercios correspondieron al consumo en el hogar y el tercio restante fue consumo extradoméstico, frenándose la tendencia de crecimiento de este último.

Respecto a la evolución de las exportaciones de alimentos en Andalucía, esta ha sido muy favorable, con incrementos de entre el 6 y el 12 por ciento en los tres últimos ejercicios. El saldo de la balanza comercial ha sido positivo en más de 4.000 millones de euros y se ha logrado alcanzar una tasa de cobertura del 252 %. La participación de la agroalimentación andaluza en las exportaciones españolas fue en 2012 del 20 %, superando los 6.900 millones de euros. Las hortalizas frescas, los aceites y las frutas frescas representan el 71,5 % de los alimentos exportados en Andalucía.

En un momento en el que se está negociando la reforma de la PAC hay que resaltar la importancia que la misma tiene para la Comunidad. Durante los últimos años los ingresos recibidos desde Europa por este concepto han sido de 1.900 millones de euros anuales, distribuidos entre más de 275.000 beneficiarios, lo que supone un ingreso medio por perceptor de ayudas de 6.000 euros, cifra ligeramente inferior a la media nacional (6.364 euros). Territorialmente, las ayudas se concentran en las provincias de Jaén y Sevilla, que representan la mitad de los subsidios. También resalta el escaso peso de las dos provincias con mayor orientación hortofrutícola como son Huelva y Almería.

Respecto al proceso de integración cooperativa en España, hay que señalar que comenzó de forma más tardía que en Europa y que aún queda un largo camino para considerarlo terminado. Cabe destacar que, en muchos de los países que han experimentado procesos de concentración cooperativa más intensos, la intervención pública ha sido muy reducida. En algunos de ellos ni siquiera existen leyes específicas de cooperativas. En el mismo sentido, los respectivos organismos de la competencia tampoco han entorpecido un proceso que ha dado lugar, en algunos casos, a empresas que pueden controlar más del 60 % de la cuota de mercado para determinados productos.

Por otro lado, el marcado carácter profesional y empresarial de los socios que integran las cooperativas del centro y norte de Europa y que tienen muy presentes en la toma de decisiones que afectan a su explotación y a su cooperativa la eficiencia y la rentabilidad han sido factores claves para llegar a la situación actual de elevada concentración del sector cooperativo en esos países. Los aspectos emotivos y territoriales no han supuesto un freno para la integración de cooperativas.

En cualquier caso, en estos últimos años se ha intensificado notablemente el debate sobre este asunto en España y, aunque de manera muy lenta, ya se han empezado a dar los primeros pasos con algunos proyectos de fusión que están dando lugar a empresas más grandes, con mayor vocación comercial, que prestan mejores servicios a sus socios y que les proporcionan un mayor valor añadido.

Este incipiente proceso, junto a la continua profesionalización de los agricultores y la mayor dimensión de sus explotaciones, puede provocar una aceleración del movimiento de integración a corto y medio plazo. Porque, cada vez más, los socios de las cooperativas españolas y andaluzas también tendrán en cuenta en sus decisiones los criterios económicos frente a la discusión sobre dónde se situará la sede social o quién será el presidente o consejero de la entidad resultante.

En resumen, aunque de forma tardía, el proceso de integración coooperativa en Andalucía y España ha comenzado, siendo la búsqueda de mayores utilidades para los socios, la satisfacción de las demandas de los consumidores y la profesionalización de los primeros eslabones de la cadena los objetivos a conseguir en el corto y medio plazo.

 

Hace unos días, leía en el siempre interesante blog de José Antonio Arcos un llamativo artículo: "Concentración de la oferta hortofrutícola:NO, y menos en mi nombre". Su línea de argumentación hacía hincapié en la potencialmente peligrosa concentración de poder en manos de los aparatos gestores de las empresas: "Concentrar la oferta en un ramillete de unas pocas compañías es un peligro, salvo que de la noche a la mañana los dirigentes del campo se conviertan en personas altruistas que solo piensen en el bien común". Seguía con el abuso que de la idea hacen los políticos, que la han convertido en poco más que un eslogan para los actos de naturaleza agraria. También sostiene que los casos de concentración registrados no han redundado en una mejora de las cotizaciones de los productos. Finalmente se mantiene que el modelo agrario almeriense (que es al que él se refiere en su artículo) tiene una vocación de trabajo familiar de pequeña dimensión.

Aunque en loa comentarios de la entrada se ha abierto un sabroso debate al respecto, en el que he participado, creo que necesito un poco más de espacio para argumentar en condiciones.

Vaya por delante que coincido con el artículo en algunos puntos. Por ejemplo en el uso (abuso) del término concentración que hacen los políticos. En realidad, durante mucho tiempo “las políticas” servían para todo lo contrario de lo que decían “los políticos”, ya que se favorecía la escisión de cooperativas y el aumento desproporcionado de la capacidad instalada de manipulado.

Asimismo, es verdad que los precios de los productos sólo crecen muy de vez en cuando y que la tendencia a largo plazo es la de la reducción de las cotizaciones en términos reales.

Hasta aquí las coincidencias. El problema de los comportamientos egoístas es común en todas las organizaciones humanas. Por eso, las instituciones más avanzadas establecen sistemas de control y sanción. En las cooperativas ese mecanismo es muy potente, lo ha sido siempre, y es la Asamblea General la que, en última instancia, puede dar o quitar el poder. En este sentido, en las organizaciones más grandes, es más sencillo que haya opiniones divergentes que tengan que ser dilucidadas por las asambleas, por lo que no es necesariamente cierto que la mayor dimensión media suponga un mayor peligro de concentración de poder en la “oligarquía de cada empresa”.

El mercado mundial de los alimentos (y no olvidemos que el sector hortofrutícola español está muy volcado hacia el comercio exterior) está dominado por grandes empresas. Primero fue la gran industria; ahora es la gran distribución. La dimensión alcanzada por algunas de estas empresas les permite controlar hasta cierto punto tanto los precios como el resto de las cuestiones negociables en una relación comercial. No es casualidad que haya una enorme correlación entre los mercados en los que más concentrada está la distribución comercial minorista de alimentación y la existencia de las mayores cooperativas agrarias de Europa. La presión que esta gran distribución genera termina provocando la concentración de la oferta como respuesta y como medio de supervivencia.

Aunque la concentración es una estrategia de supervivencia, no es un fin en si mimo. No sirve de nada si no va acompañada de una mejora de la gestión, o de la productividad: de la competitividad. En demasiadas ocasiones las operaciones de fusión son más el producto de huidas hacia delante que de la búsqueda de soluciones a problemas comunes. Cuando se plantean en esos términos, suelen acabar mal. Sin embargo, también hay historias de éxito en las que las empresas de los agricultores crecen y se diversifican con el objetivo de captar porciones crecientes de valor añadido para sus socios.

Además, hay otra forma de concentrar, y es la que resulta de las decisiones de los agricultores, que terminan llevando sus producciones a las empresas que les ofrecen mejores servicios, y mejores liquidaciones. Eso sucede de manera natural y tiene que ver precisamente con la estructura de pequeñas explotaciones familiares. Esa libertad de decisión está contribuyendo a hacer más grandes a las empresas que ya lo son.

En cualquier caso, es posible que se concentre la oferta y al mismo tiempo sigan surgiendo nuevas empresas. Siempre hay sitio para la innovación, y esta no sólo se genera en el producto (que también) sino en las formas de comercializar o a través de la explotación de nuevos nichos de mercado.

Concluyendo en términos similares a los de José Antonio:

Lo que sigue es un estracto del artículo que se ha publicado por Cajamar, dentro de su colección de sostenibilidad: "La sostenibilidad de la agricultura española" y que puede descargarse completo AQUÍ.

El paradigma reinante hasta no hace demasiado tiempo juzgaba a la naturaleza como un elemento pasivo del proceso económico, tan sólo se concebía como un ente prácticamente inerte del que obtener recursos y en el que depositar los residuos resultado de los procesos de producción, distribución y consumo. Sin embargo, el paulatino deterioro de los ecosistemas y los cada vez más perceptibles efectos del cambio climático, han provocado que la economía comience a mirar a la naturaleza como algo más que una variable estática. El foco sobre el mercado, que ha caracterizado el pensamiento económico con más o menos intensidad desde Adam Smith, está trasladándose levemente hacia otros aspectos. Si bien es cierto que este foco mantiene diferentes grados de acercamiento, que van desde la economía ambiental, en la que los intentos se concentran en incorporar la naturaleza al mercado, calculando valores y asignando precios a los servicios ambientales; hasta la bioeconomía en la que se plantea una incorporación de los procesos sociales y económicos a los ecosistemas.

En cualquier caso, lo que está quedando claramente de manifiesto desde cualquiera de las aproximaciones que estamos llevando a cabo es que la naturaleza es mucho más compleja de lo que los economistas solíamos reconocer, y que sus procesos se nos tienden a perder detrás de las series históricas de datos y los modelos econométricos con los que nos sentimos reconfortados, y en los que nuestra ciencia busca asimilarse a la física de los desarrollos matemáticos: elegante, aséptica y objetiva. Tendemos a olvidar que cualquier modelo es, por definición, una simplificación de la realidad y que, en ocasiones, esa simplificación no incorpora procesos importantes en el largo plazo, porque simplemente nos resulten desconocidos o porque sus efectos no se dejen ver sino en períodos de tiempo geológico.

Como acabamos de comentar, afortunadamente hoy la idea dominante comienza a ser la del proceso sistémico, en el que caben establecerse relaciones entre los ámbitos económico, social y medioambiental a diversos niveles, y en el que existen procesos de retroalimentación o umbrales de tolerancia que, una vez traspasados, modifican las condiciones de un nuevo equilibrio, o marcan el inicio de procesos de imposible control. En este sentido, el desarrollo de la dinámica de sistemas y una creciente comprensión de los procesos naturales, están impactando en la economía, en cuya literatura ya es posible encontrar conceptos como umbral, capacidad de carga, inercia o resiliencia, los primeros provenientes de la ciencia ecológica y el último de la psicología. No obstante, la visión preponderante aún mantiene una perspectiva prometeica del papel del ser humano en la naturaleza y cae en la trampa dialéctica de considerar a la tecnología como la solución de cualquier problema que pudiera surgir en el futuro. Es obvio que el papel de la tecnología para, por ejemplo, haber evitado de momento una crisis malthusiana ha sido primordial, pero también es cierto que la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos como especie para nuestra supervivencia se complican a la vez que se van haciendo globales y que las inercias y los cambios en los ecosistemas pueden tener consecuencias impredecibles o, lo que es peor, fuera del alcance tanto en forma como en tiempo de nuestros conocimientos.

Es posible que las anteriores líneas tengan un tono melancólico, demasiado parecido a la resignación, pero nada más lejos. El primer paso para resolver un problema es ser consciente del mismo. Y, tanto desde el punto de vista de la política como desde el de la ciencia económica, se es cada vez más consciente de nuestra continua aproximación a la capacidad de carga de nuestro ecosistema Tierra (Gaia), y nos estamos armando con un creciente arsenal de ideas y herramientas que deben contribuir a la resolución de este aparente nudo gordiano de la elección entre crecimiento y desarrollo.

Y la primera idea con la que contamos en precisamente con una que, como demostración de la esquizofrenia que nos produce situarnos ante la existencia de un límite material, es un oxímoron: el desarrollo sostenible. Entendido como lo hacen la mayor parte de los autores, este concepto pone el énfasis en la solidaridad intergeneracional, enfrentándose abiertamente con la idea tan humana de la preferencia por la liquidez. Nótese que mientras el primero nos anima a tener en cuenta las necesidades de las generaciones futuras, el segundo tiende a minusvalorarlas a favor de las actuales (las que toman la decisión).

El papel protagonista de la agricultura en la posible ecuación de un nuevo equilibrio es evidente. No sólo se trata del sector que provee el alimento a la población, sino que con el tiempo se le han ido asignando nuevas responsabilidades, como el mantenimiento de los ecosistemas agrarios y de los servicios públicos que estos procuran, y que es uno de los sectores que mayor impacto tienen sobre el medio ambiente (no en vano es uno de los principales motores del cambio en los suelos del planeta, o el principal consumidor de agua dulce). La agricultura por tanto, estará a buen seguro a ambos lados de la igualdad, siendo a la vez parte del problema y de la solución. Como señalan desde un principio Reig y Gómez-Limón en estas mismas páginas, el sector agrario se enfrenta a un triple desafío: “debe responder al rápido crecimiento de la demanda de alimentos, debe hacerlo de tal forma que asegure una continua reducción de la parte de la población mundial que padece subnutrición, y además debe crecer sin dañar la base de recursos naturales sobre la que se sustenta su capacidad de producción futura”.

Los planteamientos agrarios también han ido modificándose con el tiempo. Desde una perspectiva muy productivista, hija de la revolución verde, hemos pasado a un momento actual en el que la preocupación por la contaminación y la propia sostenibilidad en el tiempo de los cultivos nos están acercando a manejos integrados, mucho más biomiméticos que los anteriores. La agricultura se está convirtiendo también en uno de los campos en los que las innovaciones biotecnológicas están llamadas a tener un mayor impacto. La secuenciación de los genomas de la mayoría de las especies ganaderas y vegetales aprovechadas por la humanidad está ya finalizada o en proceso. Simplemente el acortamiento y abaratamiento de los procesos de mejora que eso supone es ya una pequeña revolución, puesto que posibilita un acelerado ajuste entre los cambios futuros en los gustos de la demanda y la oferta. Sin embargo, la entrada del agro en territorios de frontera tiene también efectos secundarios, como son el conflicto generado alrededor de los organismos genéticamente modificados y las consecuencias ambientales, sociales y jurídicas que tiene el uso de los mismos. Un conflicto que se adereza con un agudo proceso de concentración empresarial en el sector de las semillas y los agroquímicos. Esta situación incidirá negativamente, con toda seguridad, en debate y en la adopción de

La historia es un proceso en continua construcción. Las decisiones de esta generación configurarán en gran medida las posibilidades de bienestar y desarrollo de la próxima. Nuestro poder de influencia sobre el entorno natural nunca había sido tan grande (y es muy posible que siga creciendo en las próximas décadas), por lo que desde el punto de vista de la ética, deberíamos encauzar nuestra senda hacia la sostenibilidad, que es lo mismo que decir, hacia la supervivencia como especie).

 

Cuando un sector está sometido a muchos altibajos, no es fácil deducir si está bien o mal. Y no es fácil, porque las variaciones en ingresos y gastos no son homogéneos a lo largo del tiempo y porque pueden no guardar relación con la situación de las empresas, aunque es evidente que aquellas sí que pueden terminar teniendo repercusiones sobre esta.

Las asociaciones de agricultores de la provincia de Almería me pidieron hace unos días que sintetizara en unos pocos minutos la evolución de los márgenes comerciales de sus explotaciones. Querían encontrar un sustento en su pretensión de negociar un ajuste en la fiscalidad de sus empresas.

Han tenido buen cuidado en dejar claro que no es que quieran "escaquearse" del pago, sino pretenden que sus obligaciones impositivas no terminen por hundir sus economías. Antes de nada, creo que es de recibo que explique algunas cosas, como la tendencia en los últimos tiempos a que el valor añadido se agregue y se quede en los segmentos del diseño del producto en la venta minorista del mismo. La producción (que fue la estrella de la revolución industrial) es hoy una mera commoditi; la posibilidad de segmentar los procesos productivos en diversos países (una de las características principales de la globalización). En el mercado agrario supone que el valor se crea en la fase de definición del producto (semilla o innovación agroalimentaria en la industria), y en la venta al por menor, lo que se ha venido a denominar gran distribución. Añádase a esto el enorme proceso de concentración que se ha producido en sendos mercados (semillas y distribución minorista de alimentos). El resultado es que por el lado de los costes y de los precios a los agricultores aumentan, y siempre en el sentido de reducir el margen.

El proceso continuo de reducción de márgenes tiene repuesta en los esfuerzos de los productores por recuperarlos. En Almería está estrategia ha venido de la mano del adelanto de las cosechas y del aumento de la productividad física. Es decir, a través de la innovación y mejora continua de la tecnología.

Sin embargo, la tendencia a largo plazo es machacona. Los márgenes caen. Los precios reales caen (es decir, eliminado el efecto de la inflación). Para mantener ingresos, las explotaciones precisan crecer (y están creciendo), y la comercialización debe concentrarse para mejorar el poder de negociación sobre los precios (también se está produciendo). Son procesos lógicos que, por desgracia, dejan en el camino a muchos agricultores que, por incapacidad o por simple mala suerte, quedan orillados en la historia del sector.

Independientemente de que se consiga una mejora de la rentabilidad disminuyendo la presión fiscal sobre el sector, la agricultura tiene que lograr vencer el reto de la productividad y de obtención de unos volúmenes mínimos de venta que les permita ganar grados de libertad en la gestión de sus costes e ingresos.

Y, para que no sólo sea mi palabra, les dejo una presentación en la que ilustran estas reflexiones:

La OCDE y la FAO acaban de lanzar un informe sobre predicciones en los mercados agrarios hasta el año 2022. Aparte de la enorme dosis de voluntad que demuestra un ejercicio semejante (el plazo de tiempo es enorme), lo cierto es que algunas de ellas nos parecen bastante razonables (hoy, que a saber lo que sucede a partir de mañana).

Uno de los supuestos básicos es que en los próximos años se va a ralentizar el ritmo de crecimiento de la productividad. Es evidente que las mejoras más importantes en este terreno se producen por la explotación de tierras más fértiles (lo que no parece que suceda, toda vez que esas tierras ya están en producción); el avance del regadío (que es actualmente una de las fuentes de mejora, aunque otros organismos prevén que el acceso a los recursos hídricos para riego va a estar muy limitado en muchos lugares del mundo); la incorporación de especies/variedades más productivas, y la adopción de mejores prácticas de manejo de los cultivos. (Seguro que me dejo algo en el tintero, por favor, no me lo tengan en cuenta; o mejor, apúntenmelo en los comentarios).

Mi impresión personal es que tendrán que ser los dos últimos capítulos los que tiren de la productividad de ahora en adelante (de la misma forma que en el conjunto de la economía mundial, el crecimiento estará más vinculado a la innovación que a la puesta en producción de nuevos factores). El problema es que el potencial de mejora se reduce con cada innovación incorporada. Dicho de otra forma, a partir de un determinado umbral entra en acción la Ley de los rendimientos marginales decrecientes. Y, no lo olvidemos, estamos hablando de productividad física (no económica) y de procesos de reproducción de base biológica, por lo que las limitaciones en este terreno tambiém cuentan.

Otro de los temas que, a bote pronto, me han llamado la atención (juéguese con el módulo que viene a continuación) es el aumento tan importante de producción que se prevé para el biodiesel y el etanol, ambos combustibles de origen vegetal. La OCDE y la FAO prevén un crecimiento constante de la demanda de estos componentes en los próximos años, con ritmos muy superiores al del resto de las materias primas agrarias. Esta previsión se entiende en un mundo de petróleo escaso y encarecido, pero no encaja con el mundo en el que algunos analistas nos ven. Me explico, gracias al fraking (extracción de hidrocarburos por fractura hidraúlica) se comienza a especular con una nueva edad de oro de los combustibles fósiles, en los que estos no subiran de precio. Incluso, se presume que para el mismo 2020 EEUU podría volver a ser independiente energeticamente hablandio. Está claro que la OCDE no cree lo mismo (y yo creo que tiene razón: el petróleo más barato aumentará la demanda del mismo y rápidamente se volverá a alcanzar el nuevo pico).

 

Cajamar ha publicado hace pocos días un nuevo estudio de su colección Informes y Monografías, dedicado en esta ocasión a realizar un balance del sector agroalimentario durante 2012. Por supuesto, dicho libro está a la disposición de quién lo desee o tenga curiosidad a través de su web.

En dicho trabajo se hace un repaso de las principales cifras de la agricultura, de la ganadería y de la industria de la alimentación y bebidas, intentando poner en conexión estos números con los comportamientos de precios, costes y empleo, y enmarcando el conjunto en el entorno económico internacional y nacional en el que se desarrolló el ejercicio. Son apenas 50 páginas, plagadas de gráficos y tablas que, la mayor parte de las veces hablan por sí mismos. Además, se incluye un primer capítulo a modo de informe ejecutivo en el que el lector podrá hacerse una idea muy aproximada de lo sucedido durante el ejercicio de 2012  en los distintos subsectores.

Es la voluntad del Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar lanzar cada año este resumen en el primer cuatrimestre del ejercicio y, en próximas ediciones, se irán refinando tanto el esquema general de la obra, como las fuentes estadísticas del mismo, con la intención de que se convierta en una herramienta básica de trabajo para el sector.

En los comentarios podéis ir poniendo qué os parece, y qué debemos hacer pata mejorarlo. Desde ya, os damos (os doy) las gracias por vuestras aportaciones.

En la base de la crisis financiera internacional ha estado el aumento descontrolado del crédito, que propició en diversos países el nacimiento y crecimiento de variadas burbujas. En el caso español, la madre de todas ellas fue la del sector de la construcción, principalmente en el ámbito de la de la vivienda residencial. Cuando acabó la fiesta, sin embargo, los efectos de la explosión no se centraron en dicho sector, sino que transmitieron al conjunto de la economía real del país.

El sector privado español (familias y empresas) deben corregir su sobreendeudamiento, o el apalancamiento financiero en el que han incurrido, para que la situación se normalice y puedan volver a crecer desde fundamentos sólidos. Este proceso de desendeudamiento no es sencillo y no está exento de traumas. En el caso de las empresas viene acompañado en muchas ocasiones procesos concursales y cierres con el consiguiente desempleo. Por el lado de las familias, el aumento del paro y las expectativas negativas comprimen el consumo y aumentan la morosidad hipotecaria (su principal capítulo de deuda). Es decir, por esta vía, se comprime la demanda de crédito.

Por otro lado, la desconfianza generalizada entre los agentes del sistema financiero ha provocado un prolongado credit crunch (una paralización del flujo de crédito) en los países periféricos de la Eurozona. Las entidades financieras españolas han visto vetado de facto su acceso a los mercados mayoristas, dificultando su financiación a corto plazo y paralizando el flujo de dinero hacia las actividades productivas. Al mismo tiempo, el aumento de la deuda soberana y los diferenciales de tipos con respecto a la alemana (la prima de riesgo) han contribuido a que una parte de la inversión bancaria termine financiando al Estado (efecto crowding out). Dicho de otro modo, la oferta de crédito también se ha reducido.

Ya sea por una cuestión o por otra, la realidad es que el recurso al crédito bancario de las empresas españolas se ha complicado sobremanera, hasta el punto que, en una reciente encuesta europea, el Banco Central Europeo (BCE) encontraba que el acceso a la financiación es el principal problema para el 25% de las pymes españolas, mientras que en el conjunto de la Eurozona ese porcentaje sólo llega al 16%. Téngase en cuenta que el 95% de las empresas nacionales son pymes y que la bancaria es su principal fuente de financiación. Este aumento de las dificultades es generalizado, ya que no se concentra en los nuevos proyectos de financiación, sino que alcanza también a las operaciones de funcionamiento normal o corrientes de las empresas. Se comprende así mucho mejor el drama de esa cifra desvelada por el BCE.

 

Gráfico 1. Principales problemas de las pymes de la Eurozona.

Fuente: BCE.

 

Llevado el tema al terreno sectorial, seguimos sin poder discernir el peso de la compresión de la demanda y de la reducción de la oferta. Aunque el panorama nos da para discernir un comportamiento diferente del sector agrario empresarial respecto del conjunto de las empresas del país.  Con los datos del Banco de España por sectores, podemos comprobar que el sector primario (Agricultura, Ganadería, Silvicultura y Pesca, AGSP en los gráficos) ha sido uno de los que mayor contracción crediticia sufrió durante el primer año de la crisis, hasta septiembre de 2009 (Gráfico 2). Posiblemente en aquel momento inicial influyeran tanto el tradicional mayor peso del crédito dudoso, como la reducción de los precios de las commodities en la contracción de la oferta.

Al mismo tiempo, es posible que existiera también una mayor restricción diferencial de la demanda, ya que este sector se suele asociar a comportamientos más conservadores, y que se produjera un desapalancamiento mucho más intenso que la media, en previsión de tiempos peores.

 

Fuente: Banco de España. 

 

Por otra parte, la crisis conllevó un aumento importante de los saldos de crédito dudoso, con aumentos anuales que llegaron a alcanzar la cifra del  475% para el conjunto de las empresas (básicamente de la construcción), mientras que en el sector primario el momento álgido supuso que se doblaran las cantidades (Gráfico 3).  Posteriormente, los ritmos de crecimiento lógicamente se han suavizado, aunque siguen en el entorno del 30% interanual.

 

Fuente: Banco de España

 

Visto de otra forma, a pesar de una restricción importare del crédito durante el primer año de crisis, el aumento del dudoso no acompañó dicho comportamiento. Antes al contrario, el primario ha pasado de ser un sector en el que la probabilidad de impago (aproximada por el cociente entre dudoso y crédito total) era mayor que la media, a ser más fiable (Gráfico 4). Estos comportamientos son los que seguramente explican que a pesar de que el crédito general a las empresas se redujera un 15,7% en España, en el caso del sector primario esa reducción sólo fuera del 7,3%. Expresado de forma más coloquial, el primario es un tuerto en el reino de la restricción crediticia.

 

Fuente: Banco de España

Artículo escrito para El Economista.

La sostenibilidad se ha convertido en una de las principales preocupaciones de la sociedad posindustrial. Aunque en los últimos años la crisis y sus consecuencias se han convertido en el primer tema de conversación en toda Europa, sobre la mayor parte de los sectores productivos sobrevuela la idea de que debemos profundizar en procesos más sostenibles si queremos que nuestros hijos hereden un mundo en el que se puedan alcanzar al menos los mismos niveles de vida que ahora tenemos.

En sentido estricto, el desarrollo sostenible es un oxímoron, dado que los dos términos de la expresión son contradictorios. El desarrollo, cualquier tipo, lleva aparejado nuestra intromisión en el mundo natural, y algún tipo de manejo, lo que lo antropiza indefectiblemente, aunque sea de una forma muy sutil. Ahora bien, entendido como una utopía a la que nos podemos acercar marginalmente, el concepto mantiene su valor. Se trata, además, de lograr una triple sostenibilidad: la económica, la social y la ambiental.

En España, y en lo que se refiere al sector agroalimentario, los precios se han convertido en el principal factor determinante a la hora de elegir un establecimiento comercial, por encima de la calidad de los productos y por primera vez en la historia de la serie que elabora el Ministerio de Agricultura. Sin embargo, otros estudios sugieren que el producto ecológico y, por extensión supuestamente más sostenible, es considerado por los consumidores como más saludable y sabroso. Ergo, si el consumidor cree que obtiene valores diferenciales de esos productos podrá estar de acuerdo en pagar más por ellos.

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