Cuando un sector está sometido a muchos altibajos, no es fácil deducir si está bien o mal. Y no es fácil, porque las variaciones en ingresos y gastos no son homogéneos a lo largo del tiempo y porque pueden no guardar relación con la situación de las empresas, aunque es evidente que aquellas sí que pueden terminar teniendo repercusiones sobre esta.
Las asociaciones de agricultores de la provincia de Almería me pidieron hace unos días que sintetizara en unos pocos minutos la evolución de los márgenes comerciales de sus explotaciones. Querían encontrar un sustento en su pretensión de negociar un ajuste en la fiscalidad de sus empresas.
Han tenido buen cuidado en dejar claro que no es que quieran "escaquearse" del pago, sino pretenden que sus obligaciones impositivas no terminen por hundir sus economías. Antes de nada, creo que es de recibo que explique algunas cosas, como la tendencia en los últimos tiempos a que el valor añadido se agregue y se quede en los segmentos del diseño del producto en la venta minorista del mismo. La producción (que fue la estrella de la revolución industrial) es hoy una mera commoditi; la posibilidad de segmentar los procesos productivos en diversos países (una de las características principales de la globalización). En el mercado agrario supone que el valor se crea en la fase de definición del producto (semilla o innovación agroalimentaria en la industria), y en la venta al por menor, lo que se ha venido a denominar gran distribución. Añádase a esto el enorme proceso de concentración que se ha producido en sendos mercados (semillas y distribución minorista de alimentos). El resultado es que por el lado de los costes y de los precios a los agricultores aumentan, y siempre en el sentido de reducir el margen.
El proceso continuo de reducción de márgenes tiene repuesta en los esfuerzos de los productores por recuperarlos. En Almería está estrategia ha venido de la mano del adelanto de las cosechas y del aumento de la productividad física. Es decir, a través de la innovación y mejora continua de la tecnología.
Sin embargo, la tendencia a largo plazo es machacona. Los márgenes caen. Los precios reales caen (es decir, eliminado el efecto de la inflación). Para mantener ingresos, las explotaciones precisan crecer (y están creciendo), y la comercialización debe concentrarse para mejorar el poder de negociación sobre los precios (también se está produciendo). Son procesos lógicos que, por desgracia, dejan en el camino a muchos agricultores que, por incapacidad o por simple mala suerte, quedan orillados en la historia del sector.
Independientemente de que se consiga una mejora de la rentabilidad disminuyendo la presión fiscal sobre el sector, la agricultura tiene que lograr vencer el reto de la productividad y de obtención de unos volúmenes mínimos de venta que les permita ganar grados de libertad en la gestión de sus costes e ingresos.
Y, para que no sólo sea mi palabra, les dejo una presentación en la que ilustran estas reflexiones:
(Este artículo ha sido publicado inicialmente en El Economista: http://www.eleconomista.es/andalucia/noticias/4372678/11/12/Cadena-alimentaria-ano-0.html )
El 19 de octubre, el Ministerio de Agricultura elevaba al consejo de ministros dos proyectos de ley que tienen potencial para transformar el panorama de nuestra cadena de distribución agroalimentaria. Desde estas páginas se ha mantenido en diversas ocasiones la necesidad (urgente) de tomar medidas que permitieran reequilibrar el poder en la cadena. El éxito de las empresas de distribución minorista les ha llevado a alcanzar un dominio tal que deja potencialmente desprotegidos a los demás agentes aguas arriba.
La comparación con otros países de nuestro entorno pone de manifiesto que el grado de concentración de las ventas minoristas puede ser incluso más amplio que en España. En algunos países nórdicos, sólo 3 cadenas se reparten en torno al 80 por ciento de las ventas. Al mismo tiempo, es precisamente en esos países en los que el movimiento cooperativo agroalimentario ha generado sus especímenes más desarrollados. Se diría que el propio crecimiento de los minoristas ha provocado la reacción en el otro extremo de la cadena.
En España, sin embargo, el panorama es de una concentración creciente de la distribución, que ya ha alcanzado tamaños impresionantes, al tiempo que se mantiene la atomización del resto de los miembros de la cadena, particularmente en el primer eslabón. El informe que en 2011 presento la Comisión Nacional de la Competencia señalaba algunas deficiencias en el funcionamiento de esta cadena e identificaba comportamientos abusivos por parte de la distribución. Fue, posiblemente, la gota que colmó el vaso.
Los objetivos de los dos proyectos de ley son claros. La Ley de fomento de la integración cooperativa busca aumentar el tamaño y la modernización de los agentes del principio de la cadena, mientras que la Ley de medidas para mejorar el funcionamiento de la cadena agroalimentaria persigue reequilibrar el funcionamiento de la misma, haciéndola más eficaz y, sobre todo, más transparente. A nadie se le puede escapar la clara relación entre ambas.
La discusión sobre las herramientas de una y otra ley las dejaremos para un momento posterior. Valga ahora insistir en el potencial modificador que estos dos proyectos de ley suponen (siempre que logren sus objetivos) y la constatación de que el Ministerio de Agricultura ha vuelto y está decidido a que se note. Y uno, que aún cree en el poder transformador de las leyes y de las instituciones, se alegra de lo uno y de lo otro.
Suelen decir que mal de muchos, consuelo de tontos. La situación de desequilibrio en la cadena de valor agroalimentaria no es cosa sólo de España, ni siquiera de Europa: es global, porque las cadenas de suministro son globales. El mismo problema que tienen los tomateros de Almería (muy atomizados) es el que presentan sus homólogos mexicanos (con explotaciones medias de varias decenas de hectáreas). Cada vez obtienen menos dinero por sus productos.
La globalización ha permitido que las cadenas de suministro se internacionalicen , y que accedan a los mercados de mayor poder adquisitivo productos de casi cualquier procedencia u origen. Los analistas económicos de este fenómeno han acuñado nuevos conceptos, en los que las relaciones de competencia ya no se establecerían entre empresas de un mismo sector, si no entre distintas cadenas de suministro. Esto, que sobre el papel es una idea sugerente, en la realidad de la cadena agroalimentaria se convierte en la mayor parte de las ocasiones en una milonga, en el más argentino sentido de la palabra.
El concepto de cadena de suministro implica relaciones de cooperación verticales y una cierta estabilidad en la relación. Pero muchas de las grandes cadenas de distribución minorista, suelen olvidar este detalle cuando se trata del suministro de productos frescos. El agricultor se ha convertido en un suministrador perfectamente sustituible: su producto es casi una commodity. Si hay algún problema de oferta en un origen; se cambia y listo. En realidad, la Gran Distribución no hace sino funcionar como cabría esperar de ella y de los incentivos bajo los que trabaja. No obstante, hay algunos orígenes difícilmente sustituibles, como es España para productos como el aceite, las aceitunas, las frutas o las hortalizas. En estos productos, la oferta nacional supone tal volumen en algunos momentos de la campaña que es imposible prescindir de nosotros (de momento). Pero eso puede cambiar relativamente rápido. Las hortalizas no requieren períodos de carencia desde la siembra, como pasa con los frutales, por lo que es factible comenzar a armar una alternativa a corto plazo.
Los productores cárnicos del norte de Europa se vieron antes que los españoles sometidos a las presiones de la gran distribución, y su respuesta vino en dos vías: la concentración de la oferta y la diversificación de productos, integrándose de manera vertical aguas abajo de la cadena. España aún tiene la ventaja del volumen, pero no durará siempre.
De forma paralela, los precios han ido reduciéndose. Los consumidores españoles, por ejemplo, compraron más frutas y hortalizas en la campaña que terminó este verano, pero lo hicieron pagando unos precios inferiores, tan inferiores que, de media, el volumen de gasto en sendos tipos de productos se redujo también. En realidad, de un tiempo a esta parte, acrecentado ahora por la situación de crisis, los consumidores han visto cómo precios que hasta hace apenas unos años eran prohibitivos, se han ido acercando hasta ponerse muy a tiro. Es parte de la filosofía low cost. Si puedo viajar a Londres por 10 euros, ¿Cómo voy a pagar 1 por un kilo de tomates? Empezaron los aviones, pero hoy una parte muy importante del turismo mundial se ha vuelto completamente low cost, desde el avión hasta el hotel. Por un lado, es cierto que este movimiento permite democratizar el consumo, pero por otro, nos hace olvidar algunas cuestiones que poco tienen que ver con el precio: una puede ser la seguridad, pero siempre es la calidad.
Retomando el discurso de las cadenas de suministro que compiten, para que eso sea cierto, los agricultores deben encontrar la manera de ser relevantes en el mercado, para que sus esfuerzos en calidad, en seguridad y en el ajuste con la demanda sean tenidos en cuenta y las reducciones de precios de venta no signifiquen disminuciones de sus ingresos en mayor medida que en otros eslabones de la cadena. Aún tienen una posición de cierto privilegio pero, como ya hemos comentado, eso es sólo cuestión de tiempo.
Europa Occidental vuelve a estar de moda como destino de la inversión. Al ritmo del deterioro de las reservas de divisas de los emergentes, se engrosan las repatriaciones de capitales hacia el Viejo Continente; capitales que en gran parte salieron durante las etapas más duras de la crisis del euro. Antes de seguir con el propósito real de este artículo, quisiera apuntar lo que debería resultar una obviedad para cualquiera, y es que el ciclo de entrada-salida de capitales es mucho más rápido que el ciclo de constitución de activos-explotación de los mismos y que estas diferencias de ritmos generan con demasiada frecuencia desajustes y problemas (y elevados costes) a nivel local.
En cualquier caso, retomo la idea central, Europa vuelve a estar de moda para la inversión y España con ella. Especialmente España, donde se apunta a una recuperación que aún es débil y que encuentra más obstáculos que apoyos para su desarrollo, pero en la que casi todo el mundo parece creer (profecías autocumplidas). La cosa es que en las últimas semanas hemos conocido la intención de dos grandes de la gran distribución minorista de entrar en el mercado nacional. Cotsco y Hema han mostrado su interés en posicionarse en nuestro mercado.
De esta manera, se apretará un poco más la competencia en este segmento, en el cual (ya lo hemos comentado otras veces) los niveles de competencia se han acrecentado desde la crisis y en el que se veían oportunidades de compra de alguno de los principales agentes nacionales por los verdaderos gigantes de la distribución global. Desde el punto de vista de los consumidores, la entrada de dos nuevos competidores potentes tendrá repercusiones, seguramente, en la mejora del poder adquisitivo de su renta, pero: ¿qué sucederá aguas arriba de la cadena de distribución?
Aunque alguien podría pensar que la llegada de nuevos gallos al gallinero puede significar una mejora de las oportunidades de las gallinas, el alto nivel de competencia que ya existe, y las enormes diferencias en el poder de negociación, provocarán que ocurra lo que ya lleva tiempo sucediendo, pero de forma mucho más intensa. Esto es, un aumento de la presión sobre los márgenes de todos los agentes de la cadena, con mayores exigencias por parte del último eslabón hacia la contención de costes y la moderación de los precios de venta.
No hay muchas opciones, el aumento de la presión va a eliminar jugadores y va a obligar a los que queden a evolucionar. Y una de las vías más claras de evolución que hay es la del crecimiento, un crecimiento que, insistimos, ya no basta por si solo: tiene que venir acompañado de ganancias perceptibles de valor por el lado del consumidor y, casi más importante, de posibles ventajas (aunque sólo sean en forma de costes de oportunidad evitados) para la gran distribución.